Gilberto Nieto Aguilar
La
justificación histórica sobre la gran discrepancia que nos separa de los
Estados Unidos como pueblo y como nación, puede ser la que usted ha escuchado o
leído en repetidas ocasiones de su historiador favorito, pero coincidirá en lo
general que la principal diferencia es el origen, pues mientras los ingleses trasplantaron
su cultura, los conquistadores de México terminaron mezclando culturas y razas.
Durante
casi trescientos años, en la Nueva España generalmente reinó el despotismo, la
superstición y la explotación del indígena, bajo formas de gobierno que sólo
beneficiaban a peninsulares y criollos. Los indígenas aprendieron a vivir en la
humillación y la indignidad, soportando estoicamente el trato de esclavos o de
seres inferiores, con las honrosas excepciones
que registra la historia.
El
devenir que conformó a la nación norteamericana fue muy distinto. Las trece
colonias británicas que se constituyeron desde Virginia (1607) hasta Georgia
(1732), tuvieron como bandera el trabajo, las ideas de progreso y el amor por
la conservación de su raza y sus costumbres.
Durante
casi doscientos años, en las colonias británicas
reinó una terrible animadversión contra las tribus que ya poblaban aquellas
tierras. Fue una lucha a muerte que las estirpes aborígenes perdieron. En
cambio, en México emergió una nueva raza mestiza que conjugó las
potencialidades de las dos pero también sus defectos, malformaciones y
debilidades.
Emancipados de las Coronas europeas, ambas naciones siguieron
caminos diferentes. Después que Gran Bretaña reconoció la independencia de
Estados Unidos en 1783, cuatro años más tarde la Convención de Filadelfia
aprobó la Constitución Política. Sin problemas, instituyó una república
federal, la división de poderes y eligió a su primer presidente. Herederos de
las tradiciones británicas, los colonos norteamericanos gozaban de libertad
política y de un ambiente de prosperidad que puso en práctica las nuevas
teorías de la Ilustración y del liberalismo político y económico.
México, en cambio, en 1821 arrancó con dificultades políticas y
en la ruina económica, titubeando con el tipo de gobierno que debía adoptar,
perdiendo más de medio siglo en luchas internas para esclarecer este punto. Los
vicios arraigados en la Colonia y la enorme desigualdad social pesaron
grandemente en la toma de decisiones rápidas y oportunas. Por si fuera poco, la
Revolución Industrial pasó desapercibida con todas sus bondades y con la
aceleración que imprimió en la vida económica y social de Europa y Estados
Unidos.
Hasta
aquí, el análisis de los sucesos pasa a manos de la sociología, la
antropología, la psicología social, los deterministas y algunos profetas locos.
No es cuestión de justificar nuestra humillación
histórica ni de aceptar la dolorosa y probable disposición genética que se nos
haya heredado: es cuestión de reconocer nuestra realidad y luchar por
transformarla.
No
se trata de agredir a los vecinos, si no de aceptar nuestras fallas. No de
echarle las culpas a terceros, si no de admitir la propia responsabilidad y considerar
que debemos hacernos dueños de nuestro propio destino. El doctor Oscar Arias Sánchez, Premio Nobel de la Paz en 1987, presidente de
Costa Rica en dos ocasiones, aborda este tema en un contundente
discurso el 18 de abril de 2009, en la Cumbre de las Américas.
“Algo hicimos mal” es el discurso que circuló profusamente por
Internet (olvidado ya) en el cual nos dice que el verdadero enemigo es el
analfabetismo real y funcional y la falta de respeto por una vida normativa.
Tal parece que nos quedamos en el pasado pues mientras nosotros todavía
debatimos sobre ideologías, los asiáticos, por ejemplo, encontraron un “ismo”
muy razonable en el pragmatismo.
Apunta que hace 60 años México, Brasil y Honduras eran más ricos
que Portugal, Corea del Sur y Singapur, pero ahora ya no. Por eso afirma que
los latinoamericanos algo hicimos mal. Lo peor es que nosotros, los mexicanos,
seguimos repitiendo los mismos errores,
como si no aprendiéramos, como si no supiéramos utilizar la inteligencia para
tomar de la experiencia sólo aquello que ha dado buenos resultados, y lo demás,
cambiarlo buscando nuevas formas.
El que aprende de sus errores es inteligente, pero el que es
capaz de aprender de los errores de los demás, es un sabio. Algo, entonces,
hemos hecho mal durante mucho tiempo.
gilnieto2012@gmail.com
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