Víctor Manuel Vázquez Reyes
Acostumbro a salir de paseo cuando la luna se asoma.
Mi taza de café y el humo de mi pipa me acompañan en los inesperados viajes nocturnos.
Sucedió hace mucho tiempo, o tal vez no, posiblemente todo fue un sueño, pero lo cierto es la claridad con la que recuerdo ese día.
Precisamente hoy se cumplen 7 años de aquel acontecimiento que marcó mi vida, en aquel entonces comenzaron estos repentinos paseos en la búsqueda de algo, o tal vez en busca de nada.
El sereno llegaba a mojar cuando me dispuse a salir impulsado por la terrible ansiedad que recorría mis entrañas, había una neblina tan espesa que se podía disipar con la mano. Encendí mi pipa debajo de la copa del árbol más próximo del edificio donde residía y con mi taza de café en mano y a toda prisa salí sin aparente rumbo fijo, pero mis pies parecían saber con exactitud a donde querían dirigirse.Dejé que mi impulso me guiara, mientras permitía que mis abultados
pensamientos atraparan mi atención, cosas varias, la mujer que
amé, los amigos que perdí aquella noche desafortunada, el trágico
accidente y demás.
Tropecé con la enorme raíz de un árbol, había llegado al parque que
se encontraba a unos dos kilómetros de mi punto de partida, jamás
lo hubiese podido imaginar tan lúgubre, tan sombrío.
La banca donde acostumbraba sentarme estaba completamente mojada,
sin embargo, importándome tan poco me senté, el frío recorrió
mi espalda y glúteos, miraba fijamente el charco donde podía reflejarse
como fotografía la luna y un enorme lucero al lado.
Un crujido me despertó del letargo y un estruendoso golpe hizo latir
mi corazón a tal grado que sentía que en cualquier momento explotaría,
regué el café en mis piernas y el miedo se apoderó de mí, a
pesar de que esto lo ocasionó una enorme rama que cayó de un viejo
árbol seco detonó una enorme preocupación el saberme solitario, sin
una persona en varios cientos de metros a la redonda.
Mi desesperación se combinó con una petrificación absoluta, ésta
se acentuó cuando un golpe brusco y sin eco alguno empezó a sonar
repetidas ocasiones con intervalo de unos cinco segundos, mis latidos
eran tan fuertes que estaba seguro que podían escucharse fuera
de mi cuerpo.
Divisé una silueta a lo lejos, justo donde se desdibujaba el sendero
adoquinado, parecía acercarse a donde yo me encontraba, tragué saliva
y al querer levantarme parecía que mi cuerpo estaba adherido a
la superficie de la banca, los pies no me respondía y ni siquiera las
manos podía mover, fui presa de la desesperación más intensa que
jamás hubiera podido imaginar. La sombra se acercaba a un paso
muy lento, un ente jorobado de brazos caídos que le llegaban casi a
las rodillas pero con la cara mirando directamente a donde me encontraba.
Sentí un desvanecimiento por unos segundos, muy breve, puesto que
apenas mi cabeza había caído hacia al frente cuando la alcé recobrando
el sentido, la extraña visión había desaparecido y mis miembros
volvían a responder.
Rápidamente agitado me levanté del lugar y me di prisa a dirigirme
a la entrada del parque, habiendo dado a lo mucho diez pasos una
risotada me hizo helar de nuevo, sin embargo, esta vez pude seguir
andando acelerando el paso, casi corría cuando resbalé por la lama
que se había formado en el adoquín, caí de rodillas.
Sentí unas manos en la espalda.
No recuerdo a ciencia cierta qué pasó después, hasta ese momento
todo había sido tan claro, sin embargo desde ese momento las cosas
se nublaron, unos dicen que mi enfermedad mental se tradujo en
esas vívidas alucinaciones, otros por el contrario afirmaban que un
espectro rondaba ese parque desde hace varios cientos de años, lo
que sí sé es que ese fenómeno de rostro parecido al de un niño pero
con las arrugas de un anciano era tan horrible que hasta hoy en día lo
veo en sueños y a veces inclusive despierto.
Acostumbro a salir de paseo cuando la luna se asoma, nunca a más de
diez pasos del frente del edificio donde resido.
XXX/VI/MMVI
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