viernes, 15 de enero de 2016

México y el mundo


Gilberto Nieto Aguilar
México despide al 2015 en un clima de intranquilidad en lo económico, político y social. En Veracruz, las evidencias indican peores condiciones. Pero como siempre, con la esperanza de tiempos mejores –que no llegan– para superar las crisis como Dios dé a entender, esperando construir un nuevo futuro. En este país cualquier avance parece insignificante ante las necesidades que existen, provocando una permanente sensación de impotencia que las redes sociales reciclan e incrementan.
Los grandes problemas del país siguen intocados, porque las reformas propuestas no protegen el fondo de cada asunto, y en cambio, la tendencia neoliberal se encarga de arrebatar las últimas esperanzas a la persona común y corriente. Gobernanza, eticidad y humanismo es el gran trinomio que México no puede combinar, atenazado por los vicios de la función pública, más los propios de la ciudadanía.
Por otro lado el crimen organizado sigue imparable, intimidando a amplios sectores de la población civil, ampliando sus redes de alianzas, llenando de violencia el ambiente sin permitir el desarrollo de diversas áreas en el país, donde todo se detiene por el temor y por una especie de parálisis que cae sobre la región y quienes han acumulado un pequeño capital o hasta quienes apenas tienen para irla pasando.
En los anuarios 2015 encontraremos elementos para el análisis del año que termina, desde dilemas de fundamentalismo y terrorismo, hasta problemas de migración y conatos de guerra, pasando por lo económico, político y social de cada país. Según Ban Ki Moon, secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), este año será recordado como «el año del sufrimiento humano y de las tragedias migratorias».
Y es que hace falta humanidad, calidad de ser humano, cualidad que nos diferencia de los animales. Falta identificarse como parte de ese conglomerado, de su historia, sus aciertos, sus yerros, sus necesidades y sus grandes carencias y potencialidades. Hace falta amar a la especie humana, lo que nos es igual, lo que muchas veces es nuestro reflejo, nuestro prójimo como parte de lo que somos, a pesar de todas las diferencias que puedan existir. Hace falta que nos perdonemos, y perdonemos a los demás.
Es difícil cuando vemos el odio y la agresión; cuando somos testigos de las formas más abyectas de unos tratando a los otros. Es lo que hemos creado, permitido y practicado, por no analizar lo que somos, lo que hacemos, en el lento transitar por una vida que exige ser un relámpago, una chispa, para ver, comprender y querer ser. Es difícil cuando la inmadurez se prolonga por muchos años, y hay indiferencia en la práctica de valores que hacen del hombre y la mujer más humanos.
Hace falta condición humana, pasión ante un universo inmenso de cosas por conocer, por aprender, por hacer. Sensibilidad para distinguir lazos que unen, actitudes que suavizan diferencias, acciones que resaltan semejanzas, voluntades que construyen armonía, sabiduría que protege la vida, experiencias edificantes y extraordinarias. Capacidad para sentir afecto, comprensión o solidaridad hacia las demás personas.
Hace falta recordar que somos humanos nacidos en la indeterminación e indefinición, marcados por herencias genéticas, influencias familiares, creciendo bajo el influjo de una sociedad que no encuentra el rumbo pero que contagia, que impone paradigmas, crea estereotipos, pone de moda aberraciones, no prevé ni le importa ninguna sabiduría de vida mientras pueda cumplir con sus caprichos.
Descuidamos que el ser humano se hace día con día, con pensamientos, con aprendizajes, con acciones, conductas, esfuerzos por definirse, luchando contra sus defectos, razonando, intuyendo y amando a la vida, tratando de cooperar en lugar de seguir el impulso de competir. Todo se relaciona entre sí para darnos la realidad de cada quien, sin que por ello se aparte de la realidad que tiene que ver con la de los demás.
Humanidad es también sentimiento, compasión por las desgracias de otras personas, empatía, aceptar que viajamos en la misma nave, que el planeta es nuestra casa, y que debemos ser corresponsables para cuidarla y hacerla confortablemente habitable desde todos los puntos de vista posibles. Muchas cosas suceden cíclicamente, relacionando a lo humano con el planeta y el universo.
Falta humanidad cuando las empresas transnacionales y las industrias farmacéuticas, petroquímicas y armamentistas sólo piensan en las ganancias para unos cuantos y no en la desgracia, corrupción y muertes masivas. Cuando la ética está ausente del centro de las operaciones y decisiones que crean industrias al servicio del dinero, del capital, para crear pobreza, desigualdad, contaminación y extinción de la vida.
Cuando olvidamos la literatura, la filosofía o la historia que nos legaron nuestros ancestros en su esfuerzo por comprender al mundo; cuando negamos a Dios porque nos sentimos autónomos, o porque sin comprender a fondo las significaciones cientificistas y materialistas las ligamos a conceptos incorpóreos difuminados en el horizonte de la ambición humana, y llegamos a la errónea conclusión de que “sí yo estoy bien, los demás no me importan”.
Perdemos humanidad cuando las redes sociales se convierten en redes de conciencia, y la libertad de pensamiento en tendencia digital manipulada quién sabe desde dónde. La perdemos cada día por la falta de solidaridad para comprender que nuestra conducta y nuestras acciones son determinantes en la construcción de un mundo mejor, porque preferimos la crítica áspera que destruye en lugar de participar, por negarle a la mente la posibilidad de abrirse a todas las oportunidades que brinda el universo y ofrece la vida para ser mejores humanos, mejores personas.
gilnieto2012@gmail.com


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