Gilberto
Nieto Aguilar
México despide al 2015 en un clima de intranquilidad en lo
económico, político y social. En Veracruz, las evidencias indican peores
condiciones. Pero como siempre, con la esperanza de tiempos mejores –que no
llegan– para superar las crisis como Dios dé a entender, esperando construir un
nuevo futuro. En este país cualquier avance parece insignificante ante las necesidades
que existen, provocando una permanente sensación de impotencia que las redes
sociales reciclan e incrementan.
Los grandes problemas del país siguen intocados, porque las
reformas propuestas no protegen el fondo de cada asunto, y en cambio, la
tendencia neoliberal se encarga de arrebatar las últimas esperanzas a la persona
común y corriente. Gobernanza, eticidad y humanismo es el gran trinomio que
México no puede combinar, atenazado por los vicios de la función pública, más
los propios de la ciudadanía.
Por otro lado el crimen organizado sigue
imparable, intimidando a amplios sectores de la población civil, ampliando sus
redes de alianzas, llenando de violencia el ambiente sin permitir el desarrollo
de diversas áreas en el país, donde todo se detiene por el temor y por una
especie de parálisis que cae sobre la región y quienes han acumulado un pequeño
capital o hasta quienes apenas tienen para irla pasando.
En los anuarios 2015 encontraremos elementos para
el análisis del año que termina, desde dilemas de fundamentalismo y terrorismo,
hasta problemas de migración y conatos de guerra, pasando por lo económico,
político y social de cada país. Según Ban Ki Moon, secretario general de la
Organización de las Naciones Unidas (ONU), este año será recordado como «el año
del sufrimiento humano y de las tragedias migratorias».
Y es que hace falta humanidad, calidad de ser humano,
cualidad que nos diferencia de los animales. Falta identificarse como parte de ese
conglomerado, de su historia, sus aciertos, sus yerros, sus necesidades y sus
grandes carencias y potencialidades. Hace falta amar a la especie humana, lo
que nos es igual, lo que muchas veces es nuestro reflejo, nuestro prójimo como
parte de lo que somos, a pesar de todas las diferencias que puedan existir. Hace
falta que nos perdonemos, y perdonemos a los demás.
Es difícil cuando vemos el odio y la agresión; cuando somos
testigos de las formas más abyectas de unos tratando a los otros. Es lo que
hemos creado, permitido y practicado, por no analizar lo que somos, lo que
hacemos, en el lento transitar por una vida que exige ser un relámpago, una
chispa, para ver, comprender y querer ser. Es difícil cuando la inmadurez se
prolonga por muchos años, y hay indiferencia en la práctica de valores que
hacen del hombre y la mujer más humanos.
Hace falta condición humana, pasión ante un universo
inmenso de cosas por conocer, por aprender, por hacer. Sensibilidad para
distinguir lazos que unen, actitudes que suavizan diferencias, acciones que
resaltan semejanzas, voluntades que construyen armonía, sabiduría que protege
la vida, experiencias edificantes y extraordinarias. Capacidad para sentir afecto, comprensión o
solidaridad hacia las demás personas.
Hace falta recordar que somos humanos nacidos en la
indeterminación e indefinición, marcados por herencias genéticas, influencias
familiares, creciendo bajo el influjo de una sociedad que no encuentra el rumbo
pero que contagia, que impone paradigmas, crea estereotipos, pone de moda
aberraciones, no prevé ni le importa ninguna sabiduría de vida mientras pueda
cumplir con sus caprichos.
Descuidamos que el ser humano se hace día con día, con
pensamientos, con aprendizajes, con acciones, conductas, esfuerzos por
definirse, luchando contra sus defectos, razonando, intuyendo y amando a la
vida, tratando de cooperar en lugar de seguir el impulso de competir. Todo se
relaciona entre sí para darnos la realidad de cada quien, sin que por ello se
aparte de la realidad que tiene que ver con la de los demás.
Humanidad es también sentimiento, compasión
por las desgracias de otras personas, empatía, aceptar que viajamos en
la misma nave, que el planeta es nuestra casa, y que debemos ser
corresponsables para cuidarla y hacerla confortablemente habitable desde todos
los puntos de vista posibles. Muchas cosas suceden cíclicamente, relacionando a
lo humano con el planeta y el universo.
Falta humanidad cuando las empresas transnacionales y las industrias
farmacéuticas, petroquímicas y armamentistas sólo piensan en las ganancias para
unos cuantos y no en la desgracia, corrupción y muertes masivas. Cuando la
ética está ausente del centro de las operaciones y decisiones que crean
industrias al servicio del dinero, del capital, para crear pobreza,
desigualdad, contaminación y extinción de la vida.
Cuando olvidamos la literatura, la filosofía o la historia que nos legaron nuestros ancestros en su esfuerzo por comprender al
mundo; cuando negamos a Dios porque nos sentimos autónomos, o porque sin
comprender a fondo las significaciones cientificistas y materialistas las ligamos
a conceptos incorpóreos difuminados en el horizonte de la ambición humana, y
llegamos a la errónea conclusión de que “sí yo estoy bien, los demás no me
importan”.
Perdemos humanidad cuando las redes sociales se convierten en redes de
conciencia, y la libertad de pensamiento en tendencia digital manipulada quién
sabe desde dónde. La perdemos cada día por la falta de solidaridad para
comprender que nuestra conducta y nuestras acciones son determinantes en la
construcción de un mundo mejor, porque preferimos la crítica áspera que
destruye en lugar de participar, por negarle a la mente la posibilidad de
abrirse a todas las oportunidades que brinda
el universo y ofrece la vida para ser mejores humanos, mejores personas.
gilnieto2012@gmail.com
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