R. Romero
Apenas podía dibujarse
una sonrisa sarcástica, es más, solamente se adivinaba, una irónica y sombría
sonrisa llena de odio y aversión, paradójicamente llena de sinceridad.
La hipocresía me parecía
repugnante, decenas de caras, rostros de abnegación fingida, de dolor simulado
o evocado por otros problemas, posiblemente banalidades a las que somos tan
afectos, por todos lados actitudes similares.
Esa representación tan
grotesca y encima de eso un féretro tan fino con el valor de medio año de mi
salario… que asco, que terror… Dentro de éste un cuerpo de un ser que parecía
plastificado, una cara llena de arrugas en el cual fácilmente se podía leer una
vida tormentosa llena de angustias y decepciones.
Era una verdadera
fiesta de voluptuosos y sinvergüenzas, de descarados mezquinos, mujeres
hermosas con el cabello recién peinado y maquillaje exagerado, perfumes caros,
ropa fina, comida y bebidas cargadas de azúcar, café rancio a manera de broma.
Lo único que brillaba
en aquel espectáculo infernal eran esas flores blancas, infelizmente cortadas
para ser vendidas a esos pedazos de seres descritos.
Avanzaba con paso firme
y tranquilo entre la multitud, llegué a un punto a unos tres metros de
distancia de la gente y una carcajada se escapó de lo más profundo de mi ser,
todos voltearon asombrados, consternados, seguramente porque sabían que había
descubierto el fraude en su comportamiento, poco a poco caminé hacia el féretro
y cada paso retumbaba por el tacón de cuero de mis zapatos, mi sonrisa se tornó
evidentemente maléfica, y de pronto comencé con tono arrullador «pobre señora,
que suerte que ya se fue» cambiando la entonación resalté «¡la tía merecía
morir!» … todos impactados me prestaban atención petrificados, y señalándoles con
un dedo trémulo que apuntaba de lado a lado subí poco a poco la voz, llegando a
una intensidad donde les gritaba «¡que repugnantes, que hipocresía, que asco,
me da tanto asco que comparta sangre con ustedes malditos miserables, arpías
indecentes, la dejaron morir de hambre mientras en su loca rapiña no dejaron ni
un libro!» ya con voz aflautada y burlona reprochaba «y ahora compran una caja
con estos hermosos detalles, miren, miren a la tía» levanté bruscamente la tapa
y un hombrecillo saltó sobre mí, no alcanzó a tocarme cuando le asesté un
puñetazo que le llevo al suelo «¡pobre imbécil!» «¡No te dan asco a ti también tía, no te da
asco tener reunida a tanta gente que no veías desde hace décadas! ¡A unos ni
siquiera los conoces jajajaja!» reía estrepitosamente y mis ojos relampagueaban
«¡que inmundos pueden resultar algunos seres!» jadeaba en ese momento mientras
apretaba los puños.
Desquiciado empujé el
féretro contra la pared y cayó de esa base tan extraña, la tía rodó por los
suelos, gritos de mujeres y brazos me sujetaban sin ni siquiera darme cuenta en
qué momento se acercaron.
« »
Los
pensamientos se abultaban, apenas podía contener la euforia por dentro aunque
aparentemente denotaba estar completamente sereno, reflexionaba dibujando
palabras con los labios «¿Será eso la envidia? ¿La ira por no poder ser como ellos?»
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