Hay días que concentran la desgracia. Con unas cuantas horas de diferencia, el miércoles 7 falleció el periodista Julio Scherer García y fueron asesinados 12 comunicadores del semanario satírico francés Charlie Hebdo.
Dos hechos que trascienden al periodismo, que apuntan a una de las libertades fundamentales del hombre y las consecuencias por ejercerla.
Defensor irrestricto de la libertad de expresión en el México autoritario y en el del oropel democrático, Scherer forjó la escuela del periodismo sin concesiones, del proceso de los hechos y proceso a los hechos y a sus protagonistas. De ahí el nombre y la definición editorial de la revista que fundó en 1976 tras el golpe de Excélsior.
Un ir hacia adelante que permanece. En un país cuyos dirigentes y élites no están dispuestos a la rendición de cuentas ni al control de sus actos, el periodismo crítico tiene mucho más quehacer.
Es un “poder que no se ciñe a la legitimidad”, como lo expresó la revista cuando se presentó ante los lectores, el 6 de noviembre de aquel año.
Pero 38 años después, con la alternancia política como mera distribución del poder, ese periodismo es todavía más necesario cuando detrás de los fatuos democráticos el poder político se ha amalgamado con la delincuencia, haciendo de la impunidad moneda de cambio.
A la traición y la inquina, Scherer y quienes le acompañaron respondieron con la creación de un semanario “persuadidos de que es importante contribuir a que la nación se conozca a sí misma para que a partir de su propia conciencia pueda delinear su porvenir justo y libre”.
A casi cuatro décadas, tal propósito parece una quimera, con un poder político sometido a los poderes fácticos, formales e informales, para los cuales la crítica y la libertad de información y expresión siguen siendo peligrosas.
“No se metan con nosotros” es lo que esos grupos quieren de la prensa. Si no, aténgase a las consecuencias. Lo de menos es una demanda judicial de un poderoso. Una respuesta igual de intolerante fue la de los fundamentalistas religiosos que atentaron contra las instalaciones del semanario Charlie Hebdo, en el peor ataque de su tipo en Francia en medio siglo.
La respuesta de la sociedad francesa y europea fue de abierto rechazo a la intimidación. Ejemplar fue el editorial compartido publicado el jueves por varios medios europeos reivindicando la crítica y la libertad de expresión.
El ataque indignó al mundo, hasta al presidente Enrique Peña Nieto, quien en el caso de las agresiones, intimidaciones y asesinatos de periodistas en México ha guardado un ominoso silencio. Como en el régimen priista del siglo pasado y los fallidos gobiernos panistas, el primer presidente mexicano hecho por y para la televisión no soporta a la prensa crítica.
Al igual que esos gobiernos, tiene aversión a la prensa crítica, la que no se somete y a la que por tanto hay que castigar con el retiro de publicidad y el vacío informativo.
“Ni un solo peso a Proceso”, ha ordenado el secretario de Hacienda Luis Videgaray a las dependencias del gobierno respecto de pautas publicitarias. “Son nuestros enemigos políticos”, ha dicho el jefe de la Oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño. Ellos “se han cerrado las puertas”, dice el director de Comunicación Social de la Presidencia, David López.
De esa estatura democrática fueron Luis Echeverría (promotor del golpe en Excélsior), José López Portillo (“no pago para que me peguen”), Vicente Fox (con la demanda judicial de su esposa a esa “revistucha”) y Felipe Calderón, quien con el argumento de que la revista parecía promover un golpe de Estado en su contra, redujo a cero la pauta oficial al semanario.
No ha sido ajeno Andrés Manuel López Obrador, quien no soporta “la mala leche” de la revista y hace linchamientos de la prensa que lo critica.
El poder abusivo, autoritario, de todo signo ideológico, quisiera ver en la muerte de Scherer un golpe de gracia a Proceso. Lo que no ve es que mientras ha visto desfilar a los hombres del poder y los ha sometido al proceso de los hechos, el semanario se ha convertido ya en una institución periodística que por la construcción de un verdadero Estado democrático hay que defender.
Dos hechos que trascienden al periodismo, que apuntan a una de las libertades fundamentales del hombre y las consecuencias por ejercerla.
Defensor irrestricto de la libertad de expresión en el México autoritario y en el del oropel democrático, Scherer forjó la escuela del periodismo sin concesiones, del proceso de los hechos y proceso a los hechos y a sus protagonistas. De ahí el nombre y la definición editorial de la revista que fundó en 1976 tras el golpe de Excélsior.
Un ir hacia adelante que permanece. En un país cuyos dirigentes y élites no están dispuestos a la rendición de cuentas ni al control de sus actos, el periodismo crítico tiene mucho más quehacer.
Es un “poder que no se ciñe a la legitimidad”, como lo expresó la revista cuando se presentó ante los lectores, el 6 de noviembre de aquel año.
Pero 38 años después, con la alternancia política como mera distribución del poder, ese periodismo es todavía más necesario cuando detrás de los fatuos democráticos el poder político se ha amalgamado con la delincuencia, haciendo de la impunidad moneda de cambio.
A la traición y la inquina, Scherer y quienes le acompañaron respondieron con la creación de un semanario “persuadidos de que es importante contribuir a que la nación se conozca a sí misma para que a partir de su propia conciencia pueda delinear su porvenir justo y libre”.
A casi cuatro décadas, tal propósito parece una quimera, con un poder político sometido a los poderes fácticos, formales e informales, para los cuales la crítica y la libertad de información y expresión siguen siendo peligrosas.
“No se metan con nosotros” es lo que esos grupos quieren de la prensa. Si no, aténgase a las consecuencias. Lo de menos es una demanda judicial de un poderoso. Una respuesta igual de intolerante fue la de los fundamentalistas religiosos que atentaron contra las instalaciones del semanario Charlie Hebdo, en el peor ataque de su tipo en Francia en medio siglo.
La respuesta de la sociedad francesa y europea fue de abierto rechazo a la intimidación. Ejemplar fue el editorial compartido publicado el jueves por varios medios europeos reivindicando la crítica y la libertad de expresión.
El ataque indignó al mundo, hasta al presidente Enrique Peña Nieto, quien en el caso de las agresiones, intimidaciones y asesinatos de periodistas en México ha guardado un ominoso silencio. Como en el régimen priista del siglo pasado y los fallidos gobiernos panistas, el primer presidente mexicano hecho por y para la televisión no soporta a la prensa crítica.
Al igual que esos gobiernos, tiene aversión a la prensa crítica, la que no se somete y a la que por tanto hay que castigar con el retiro de publicidad y el vacío informativo.
“Ni un solo peso a Proceso”, ha ordenado el secretario de Hacienda Luis Videgaray a las dependencias del gobierno respecto de pautas publicitarias. “Son nuestros enemigos políticos”, ha dicho el jefe de la Oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño. Ellos “se han cerrado las puertas”, dice el director de Comunicación Social de la Presidencia, David López.
De esa estatura democrática fueron Luis Echeverría (promotor del golpe en Excélsior), José López Portillo (“no pago para que me peguen”), Vicente Fox (con la demanda judicial de su esposa a esa “revistucha”) y Felipe Calderón, quien con el argumento de que la revista parecía promover un golpe de Estado en su contra, redujo a cero la pauta oficial al semanario.
No ha sido ajeno Andrés Manuel López Obrador, quien no soporta “la mala leche” de la revista y hace linchamientos de la prensa que lo critica.
El poder abusivo, autoritario, de todo signo ideológico, quisiera ver en la muerte de Scherer un golpe de gracia a Proceso. Lo que no ve es que mientras ha visto desfilar a los hombres del poder y los ha sometido al proceso de los hechos, el semanario se ha convertido ya en una institución periodística que por la construcción de un verdadero Estado democrático hay que defender.
No hay comentarios:
Publicar un comentario