Edgar
Germán Valdez Gómez
Es
París aquella anhelada ciudad, la cual mi cuerpo y mi alma ansían palpar,
saborear y conquistar. Pero ¿Cómo llegaré allá? ¿Qué necesito para ser
partícipe de la música embelesadora que fluye como un río, como la sangre
dentro de mí?
Creo
que ya tengo la respuesta, buscaré en aquel desván empolvado, lleno de
telarañas, de antiguas fotos manchadas de humedad, de viejos juguetes, de
aquella infancia de mi padre que ahora es sólo un recuerdo. A mi mente llegan
imágenes, sé que hay un pequeño
violín en este sucio y descuidado lugar,
en el cual mi padre modestamente, podía tocar.
¡Aquí
está! Jamás imaginé que se vería así, tan triste, tal vez se deba a la soledad, pero... hoy
cobrará vida para mí, será el instrumento más envidiado de todos, llenará salas
de conciertos, aprisionará el alma de aquellos que con brío aceptaron su
estadía para después ser liberados, renacer una y otra vez en sus dulces notas.
Las
cuerdas están rotas, que decepción, pero tengo dinero ¡sabía que eso de
estudiar algún día daría frutos! Ese dinero proveniente de aquella beca absurda que me obligaba a cambiar la pelota
por el libro, hoy me da libertad y esperanza para cumplir mis sueños.
Ya
tres años y he aprendido rápido a tocar, mis vecinos entusiasmados vienen a
verme, dicen que para ser un niño de 10 años, no toco tan mal. Quizá ahora sí
pueda viajar por el mundo y cumplir los sueños de mi padre quien en su juventud
llegó a ser el mejor, hasta conocer a mamá, y bueno… también él aún me reprocha
que mi nacimiento le impidió ser el moderno paganini aunque en otras ocasiones
me llena de mimos diciendo que soy su mayor premio. La verdad ¿Quién entiende a
los adultos?...
Tengo
doce años y mi sonido mejora cada día, aquellos círculos armoniosos recorren,
como la electricidad mi cuerpo, me hacen vibrar, yo soy música, mi violín es mi
cuerpo. Cuando llega la noche, siento como si tuviera que amputar mi cuerpo
pero al salir al sol corro a cirugía dando como resultado una reconstrucción perfecta.
Han
pasado ya tres años más y he recorrido con mi violín lugares hermosos donde he
podido apreciar ese queso en el cielo, redondo y amarillo, que refleja en sus
ríos la luz natural, he tocado en castillos de aquellos que con dinero me han
pedido en privado tocar para que ellos puedan llorar, sonreír y suspirar sin
que una cámara los esté intentando captar.
Hoy
a mis 17 años mis sueños han crecido igual que yo, el tiempo, cual ráfaga de
luz han volado, sin embargo hoy al culmen de mi concierto en Italia he
observado una criatura hermosa, de ojos enormes y brillantes, sonrisa angelical
y un cuerpo espejo a mi violín, creo que después de tanto volar mi corazón dice
que es momento de aterrizar.
Veintiún años hoy y me encuentro en esta sala, cual
mar blanco doctores de aquí para allá, quejidos y alaridos de quien ya no
aguanta más, pero con el alma exaltada por la llegada de aquél que mis sueños
venga a finalizar. Hoy comprendo muy bien a papá ¡cuánta razón tenía! No hay
duda que cuando ha de acabar el destino no se puede cambiar. El recuerdo de mi
padre aqueja a mi mente cuando observo….
nuestro
violín en el desván.
No hay comentarios:
Publicar un comentario