Ariel López Álvarez
Recién acabo de
enterarme de que hace unos meses se había publicado un libro de su autoría. Me
lo ofrecieron para ver si me interesaba. Ante la grata sorpresa me abstraje del
diálogo y mientras ojeaba la recopilación de variados temas suponía que
llevaban una dirección: la didáctica de la matemática. Y así era. Cuando leí
"Los difíciles quebrados" confirmé que esa cartilla pedagógica tenía
los maestros como destino,
en sus esfuerzos por hacer asequible el conocimiento a los educandos, el saber
y la ciencia.
Conocí circunstancialmente al maestro Samuel Nepomuceno Limón. Un día llegó a mi oficina un amigo con la traducción completa del libro "Dieu?" (¿Dios?). Texto que yo no había podido terminar de leer en semanas, retorciéndome por días, a ratos, diccionario en mano, en la lengua madre del autor, Albert Jacquard. Después de leer el excelente trabajo deseaba conocer al traductor del galo que se cuestionaba a sí mismo, como científico y en la parte espiritual.
Por ahí del 2003, imaginaba que nuestro estudioso maestro me recibiría con un dejo de soberbia intelectual y me brindaría un trato ordinario. Aquel educador que comenzó en las aulas también había sido catedrático de muchos años en la Normal "Rébsamen".
Como muchos profesores que comenzaron su trabajo en aulas de provincia, resultó ser sencillo y cortés; además de un portento de cultura, de la que no presumía. No quisiera adjetivarlo como "tolerante", porque más versado que yo en la obra del referido Jacquard, él pudiera recordarme la ambigüedad del término, pues tolerante para el científico es una persona que juzga y entonces tolera, porque se considera muy bueno para aceptar al otro; y, no, la sencillez de Samuel Nepomuceno Limón era y sé que sigue siendo sencillez natural.
Por meses me hice asiduo a la lectura de sus textos publicados en sábado. Profusos y amplios, quizá no los leía una vez, sino por lo menos dos veces; atendiendo el hilvanar de las ideas y la estructura de las oraciones. Sabía de la intencionalidad en cada párrafo, porque antes de leerlos impresos, seguramente yo había tenido la posibilidad de ojear el texto en versión electrónica. No sé por qué, pero de todos aquellos ensayos o artículos que previamente me obsequian en versión electrónica, también busco leerlos en versión impresa. Probablemente sea la magia de la tinta de la imprenta, o probablemente sea la conjugación de la tinta del lapicero que siempre tengo a la mano cuando leo libros, revistas o periódicos, en aquellos que hay que aprenderles mucho.
Figurativamente hablando, establecer comunicación con el maestro Samuel no es estar frente a uno de esos edificios de frisos estucados, que se adornan con complicados bajorrelieves; al contrario, pareciera una edificación moderna, de trabes llanas, soportadas por el cuidado de amplias columnas y anchas paredes construidas por un cronos artífice. Es desde esta base que se han alzado muchas columnas, con los rostros de un sinfín de maestros que fueron sus alumnos.
Es así que en los textos del maestro Samuel conocí mucho de didáctica del docente y aprecié esfuerzo y destreza por alcanzar las expresiones más claras del pensamiento complejo. A decir de él, sus artículos estaban escritos para los profesores que ocasionalmente se toparan con sus artículos. A cada nuevo tema volvía a buscar la manera más simple de expresar la idea, apoyándose también en el pensamiento de otros, como cuando a propósito del aprendizaje de las fracciones, donde previamente los alumnos ya conocen la aritmética de los enteros, habla de la barrera epistémica de Gastón Bachelard: Un conocimiento anterior interfiere con uno nuevo, dando origen a una colisión. Una cosa choca con la otra, lo que genera la posibilidad de un rechazo, incredulidad o al menos una serie de dudas. Estas, si no son externadas, y menos resueltas, provocan un área de confusión en quien pretende aprender (Pág. 145).
En el trato de años, entendí que a Samuel Nepomuceno Limón le distinguía un interés especial por brindar apoyo al mayor número de maestros, enfatizándoles respetar la madurez mental de los infantes, según su edad. Por otra parte, el maestro Samuel miraba con curiosidad algunas políticas educativas que se anunciaban como nuevas, cuando correspondían a copias de pretéritos trabajos pedagógicos. En fin, seguramente con toda su intención, una de las múltiples aportaciones de su libro "Los difíciles quebrados", de la Editorial Foro Fiscal, se halla en el reconocimiento del papel que juegan los verdaderos hacedores de la política pública: los profesores en servicio.
Conocí circunstancialmente al maestro Samuel Nepomuceno Limón. Un día llegó a mi oficina un amigo con la traducción completa del libro "Dieu?" (¿Dios?). Texto que yo no había podido terminar de leer en semanas, retorciéndome por días, a ratos, diccionario en mano, en la lengua madre del autor, Albert Jacquard. Después de leer el excelente trabajo deseaba conocer al traductor del galo que se cuestionaba a sí mismo, como científico y en la parte espiritual.
Por ahí del 2003, imaginaba que nuestro estudioso maestro me recibiría con un dejo de soberbia intelectual y me brindaría un trato ordinario. Aquel educador que comenzó en las aulas también había sido catedrático de muchos años en la Normal "Rébsamen".
Como muchos profesores que comenzaron su trabajo en aulas de provincia, resultó ser sencillo y cortés; además de un portento de cultura, de la que no presumía. No quisiera adjetivarlo como "tolerante", porque más versado que yo en la obra del referido Jacquard, él pudiera recordarme la ambigüedad del término, pues tolerante para el científico es una persona que juzga y entonces tolera, porque se considera muy bueno para aceptar al otro; y, no, la sencillez de Samuel Nepomuceno Limón era y sé que sigue siendo sencillez natural.
Por meses me hice asiduo a la lectura de sus textos publicados en sábado. Profusos y amplios, quizá no los leía una vez, sino por lo menos dos veces; atendiendo el hilvanar de las ideas y la estructura de las oraciones. Sabía de la intencionalidad en cada párrafo, porque antes de leerlos impresos, seguramente yo había tenido la posibilidad de ojear el texto en versión electrónica. No sé por qué, pero de todos aquellos ensayos o artículos que previamente me obsequian en versión electrónica, también busco leerlos en versión impresa. Probablemente sea la magia de la tinta de la imprenta, o probablemente sea la conjugación de la tinta del lapicero que siempre tengo a la mano cuando leo libros, revistas o periódicos, en aquellos que hay que aprenderles mucho.
Figurativamente hablando, establecer comunicación con el maestro Samuel no es estar frente a uno de esos edificios de frisos estucados, que se adornan con complicados bajorrelieves; al contrario, pareciera una edificación moderna, de trabes llanas, soportadas por el cuidado de amplias columnas y anchas paredes construidas por un cronos artífice. Es desde esta base que se han alzado muchas columnas, con los rostros de un sinfín de maestros que fueron sus alumnos.
Es así que en los textos del maestro Samuel conocí mucho de didáctica del docente y aprecié esfuerzo y destreza por alcanzar las expresiones más claras del pensamiento complejo. A decir de él, sus artículos estaban escritos para los profesores que ocasionalmente se toparan con sus artículos. A cada nuevo tema volvía a buscar la manera más simple de expresar la idea, apoyándose también en el pensamiento de otros, como cuando a propósito del aprendizaje de las fracciones, donde previamente los alumnos ya conocen la aritmética de los enteros, habla de la barrera epistémica de Gastón Bachelard: Un conocimiento anterior interfiere con uno nuevo, dando origen a una colisión. Una cosa choca con la otra, lo que genera la posibilidad de un rechazo, incredulidad o al menos una serie de dudas. Estas, si no son externadas, y menos resueltas, provocan un área de confusión en quien pretende aprender (Pág. 145).
En el trato de años, entendí que a Samuel Nepomuceno Limón le distinguía un interés especial por brindar apoyo al mayor número de maestros, enfatizándoles respetar la madurez mental de los infantes, según su edad. Por otra parte, el maestro Samuel miraba con curiosidad algunas políticas educativas que se anunciaban como nuevas, cuando correspondían a copias de pretéritos trabajos pedagógicos. En fin, seguramente con toda su intención, una de las múltiples aportaciones de su libro "Los difíciles quebrados", de la Editorial Foro Fiscal, se halla en el reconocimiento del papel que juegan los verdaderos hacedores de la política pública: los profesores en servicio.
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