Por: Ana Lidia Martínez Martínez
Existen más de mil voces en esto de la evaluación universal, algunas de ellas con el interés profundo de aportar mejoras no solo para la educación, sino para México mismo; otras de ellas, que cual nata permanecen en la superficie con una limitada visión. Ciegas y sordas a la exploración del tema, con información parcial e irresponsable y con patrones de marketing bien dominados.
La evaluación de la educación, como proceso de valoración de los elementos integradores en el currículum definitivamente es necesaria, útil y obligatoria. Los involucrados en ella son: autoridades educativas, profesores, directores, alumnos, padres de familia, programas de estudio, recursos materiales, infraestructura por mencionar algunos, así como las condiciones multiculturales y los problemas sentidos de México. Por lo que, sólo con una perspectiva integral y ampliada, es que será posible contribuir a encontrar soluciones pertinentes y correspondientes a cada una de las deficiencias identificadas.
Requerimos del esfuerzo en común, a sabiendas que todos y cada uno de nosotros tenemos responsabilidades y posibilidades para cambiar el rumbo de la educación en México; si nos reconocemos como parte del problema pero también de la solución será un gran avance hacia la mejora de la tan mentada calidad educativa.
Seguramente tenemos de sobra las definiciones de calidad educativa, en los discursos sobran referentes para fundamentar las acciones a emprender para “la mejora”, pero ¿Qué implica operar el concepto de calidad educativa?, ¿Cuál es su definición en la práctica diaria de la escuela?. Les comparto algunas situaciones escolares cotidianas, para que me ayuden a comprender cómo es que opera el concepto de calidad educativa:
· En una escuela unitaria (sólo un docente que atiende todos los grados de primaria o preescolar por ejemplo), el profesor realiza su planeación anticipando los contenidos, estrategias y modalidades de intervención para los 32 niños con los que convive; tiene integrados a 3 niños con necesidades educativas especiales para los cuales realiza las adaptaciones curriculares. Este maestro tiene más de un ciclo escolar solicitando a sus autoridades, un maestro de apoyo, le dicen que no llegará porque no hay recursos para pagarlo. Que siga haciendo solicitudes para haya el antecedente de su petición, y que continúe incrementando su matrícula para justificar otro elemento.
· De la biblioteca Los libros del Rincón que se distribuyen gratuitamente en las escuelas de educación básica, algunos directores los conservan en cajas para evitar su deterioro o en sus bibliotecas particulares, ya que están inventariados.
· En muchas de las escuelas con mayor demanda de inscripción, establecen cuotas altas y lista de “útiles” que los padres no cuestionan.
· Una educadora con 9 años de servicio, no puede ingresar al programa de carrera magisterial porque su directora no la considera “apta” para estar frente a grupo y la mantiene como apoyo técnico sin nombramiento en el plantel (para participar en carrera debe estar frente a grupo o contar con el nombramiento de otra función).
Podríamos enlistar una serie de situaciones conocidas por muchos de nosotros, y que servirían para dedicar un interesante análisis y observar cómo es que opera la calidad en esos hechos en específico. En consecuencia, realizar una evaluación a la educación en principio es todo un enunciado general, con policentrismos. Habrá que delimitar desde cada escuela, cada aula, cada contexto en particular sus variables, y con base a los estándares escudriñar lo que corresponde a cada agente de la educación.
Insisto solo así para revisar a profundidad y con la intención de mejorar. De esta forma daríamos respuesta a una evaluación que privilegie el aprendizaje y sumarnos en el proceso. Sin embargo, cuando se trata de realizar una evaluación para dar respuesta a lo social, con intencionalidades ocultas, con interés perverso, con ánimo politiquero; definitivamente es una propuesta que no es para mejorar ni para conciliar a todos los actores en la responsabilidad conferida.
Estoy segura de que muchos docentes somos materia dispuesta en la evaluación de nuestros desempeños, en la capacitación y actualización permanente, en un diálogo serio apuntando al pensamiento crítico y a la construcción de comunidades de aprendizaje que nos fortalezca para la revisión constante, y pugna por mejores resultados bajo procesos de eficiencia y calidad. Que seamos las propias escuelas quienes nos evaluemos bajo un paradigma de la educación con un nuevo rumbo. Con mirada holística y armónica sin perder el rigor académico en el quehacer profesional que de cuenta de la transformación de nuestras funciones con miras a la evaluación por el aprendizaje y no para lo social.
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