Javier Ortiz Aguilar
El problema prioritario del sistema educativo nacional reside en la calidad de la enseñanza-aprendizaje de la lectura. Los resultados de esta práctica escolar no son satisfactorios. Las evaluaciones internacionales demuestran el fracaso escolar en esta capacidad necesaria para poner en contacto a las nuevas generaciones con el conocimiento, que gracias a las diferentes revoluciones científicas adquiere un dinamismo acelerado y una vigencia cada vez más corta. En esas circunstancias, es imprescindible que se adopten nuevas formas en las prácticas y enseñanza de la lectoescritura.
No obstante, las alternativas educacionistas para superar la situación, resultan insuficientes. Su debilidad surge cuando no se ubica históricamente y no se toma en cuenta su función y la tradición educativa.
Existen desde los inicios del proceso civilizatorio, diferentes ritmos de desarrollo en las áreas culturales con dominio de la lectoescritura y las comunidades ágrafas. Juan Jacobo Rousseau asocia a las sociedades de escritura fonética con la civilización, y a las que usan escrituras ideográficas con la barbarie. Por supuesto en la actualidad esta idea es desechada por los avances tecnológicos de Japón.
Si bien la lectoescritura no es la causa directa del desarrollo económico-social, nadie puede negar ser causa interviniente en la aceleración o en el obstáculo de las revoluciones sociales y científico-tecnológicas. Esta es la razón de la importancia del invento de la imprenta de Gutenberg. Este es el medio que permite incrementar la producción de libros. De esta manera, mayor cantidad de personas pueden entrar en contacto con el conocimiento y la sabiduría acumulada en la tradición occidental.
No obstante, la producción intelectual, como toda producción en sociedades jerarquizadas, también tiene una distribución desigual. Las regiones subdesarrolladas y los sectores sociales alfabetizados tienen una asociación positiva con áreas privilegiadas y sectores sociales con una posición superior. Mientras que el analfabetismo está asociado con el subdesarrollo y la pobreza. Esta situación no es casual, sino necesaria para mantener un sistema-mundo fincado en la conservación del subdesarrollo; pues sólo así es posible obligar a las zonas periféricas a producir materias primas y a la importación de las mercancías fabricadas en los países metropolitanos, como se dice eufemísticamente, a los países imperialistas.
En esas condiciones, durante varias décadas el sistema educativo nacional soporta la presencia del peso demográfico de los analfabetos censales y funcionales en el territorio nacional. Incluso, fenómenos paralelos disminuyen la preocupación por la lectoescritura: el desempleo de profesionales, la importación de tecnologías industriales y de servicios, la sustitución de la escuela por la televisión. El problema surge en la actualidad, con la incorporación de México a la llamada globalización. La nueva posición exige formas flexibles de aprendizaje en las áreas subdesarrolladas, con el fin de que se adapten a las exigencias y necesidades del capital global.
No es casual que sean instituciones norteamericanas las impulsoras de la modernización educativa y la flexibilidad de planes y programas de estudio y evaluación en todos los niveles del sistema educativo nacional.
I
La modernización descansa en un principio: el alumno más que adquirir conocimientos necesita desarrollar las habilidades y competencias. Por supuesto estas se adquieren con el manejo de los lenguajes, que para nuestros países son el dominio del español, el inglés y la matemática. En los polos de desarrollo, resueltos estos problemas están preocupados por el lenguaje informático y el de la genética, base de la tecnología de punta.
México, lejos de tener una tradición de dominio de lenguas extranjeras, aún en los ámbitos universitarios, orienta sus esfuerzos para promover la lectura en español con estrategias didácticas importadas, sin alcanzar los resultados esperados. La realidad parece vengarse de las irresponsabilidades pasadas, y que nosotros insistimos en reiterar.
Tal vez la pregunta que puede servir de guía al educador es repensar los contextos y factores de la lectura. Considerar los tiempos, la tradición docente y la importancia del libro.
Las sociedades mesoamericanas formaban a las clases dirigentes en el arte de leer y escribir los códices, documentos artísticos que a través de glifos sagrados conservaban y trasmitían la historia y la sabiduría de nuestras culturas primigenias. El códice, todavía parece un medio para iniciados. En la otra fuente dentro de nuestra historia, hay una práctica también olvidada, la escolástica en la edad media.
En la formación de los cuadros dirigentes de la Iglesia y de las monarquías europeas, utilizan un proyecto interesante: primero desarrollan las habilidades a través del trívium (lógica, gramática y retórica). Con estos antecedentes, la docencia en las universidades descansa en la lectura y discusión de textos bíblicos y obras de los Padres de la Iglesia. Por eso se llaman lecciones. En esa práctica no es el profesor quien da la lección sino los alumnos. Los alumnos, a través de la lectura y el debate, descubren la verdad, y en base de la adquisición del conocimiento construyen sus discursos: opúsculos y sumas.
Un acercamiento a esta práctica pone en evidencia que las habilidades y competencias vendidas como una novedad posmoderna, tienen un desarrollo anterior a la misma modernidad, pero con resultados importantes. No se trata de abstraer la lectura de contextos ni de las intencionalidades personales.
II
Quizá sea necesario revisar el medio de la comunicación escrita. En el caso de la educación formal es el libro. En este sentido el historiador Ernesto de la Torre Villar, considera que este medio de comunicación moderna constituye la vía para el desarrollo multidimensional del hombre. Pues el libro es el medio y la forma para conservar el pensamiento humano para trasmitirse; y a la vez defensa y amenaza. “Defensa de la inteligencia, del espíritu, de la capacidad de los seres racionales para expresar su pensamiento […] .Amenaza para quien […] teme el enjuiciamiento de una conducta reprobable o la condenación de bastardos intereses.” . Por esta razón son destruidos los códices mesoamericanos e innumerables libros en distintas épocas. En nuestra época de manera más sutil, las investigaciones o no se publican, o se retiran, o no se distribuyen.
En la actualidad existen situaciones que impiden la lectura: el alto costo de libros, la campaña ecológica en contra de la producción de papel por la destrucción de bosques; el surgimiento de nuevas formas de comunicación.
¿Será posible la muerte del libro? No lo creo posible. Los argumentos en contra del libro son débiles e inconsistentes. Pero es necesario revalorarlo. Por ello se toma una cita de José Saramago aparecida en la Presentación del texto José Saramago en sus lectores:
“Un libro es casi un objeto. Porque si es verdad que es algo voluminoso, que se puede tocar, abrir, cerrar, colocar, mirar e incluso oler (¿quién no ha aspirado alguna vez el aroma de la tinta y el papel ya fundidos en una página?), también es verdad que un libro es más que eso, porque dentro lleva, nada más ni nada menos, que a la persona que es el autor. De ahí que sea necesario tener mucho cuidado con los libros, enfrentarse a ellos dispuestos a dialogar, a entender y tratar de contarles lo que nosotros mismos somos”
IV
Por lo anterior es posible inferir que el libro es un medio vivo y actuante, y la lectura un diálogo virtual con el autor. Por ello, la lectura traslada a lejanos lugares, presenta temas y problemas aparentemente ajenos. No obstante, pronto se encuentra relación con todo ello. Los libros, sin negarlos ni someterlos, constituyen un medio para iniciar la odisea del conocimiento y regresarnos a nuestra realidad. Sólo así es posible actuar consecuentemente en ella.
Viendo así el problema, es posible concluir que la lectura es un arte, no la simple traducción de grafías en sonidos. Este es a mi juicio el obstáculo para el ingreso a la sociedad del conocimiento y a la dinámica del mundo global.
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