viernes, 14 de enero de 2022

De mi poemario

  Elissa Rashkin 

 

CIUDAD

 

Te sigo amando, Xalapa,

aunque me encierras

en jaulas de cemento

aunque el tráfico asfixia

y me asombran las calles

donde otros matan

cucarachas

o pisan mierda, y yo

me resbalo todos los días

en charcos de mi propia sangre.

 

Te quiero, ciudad vanidosa

donde he llegado a morir

más de una vez.

Adoro tus aceras en ruinas

donde mi sombra quedó atrapada

esperando la campana de la basura.

Admiro la flor que brota,

resplandeciente, de tus sucias entrañas.

Y amo al muertito

que un día

desapareció,

sin dejar huella.


 

MIS OJOS

 

Un día mis ojos decidieron

que ya habían visto

lo suficiente

que ya era hora

de descansar.

 

Pusieron un letrado en mis párpados

que decía

cerrados

por causas

de fuerza mayor.

 

No pude negociar con ellos.

Dijeron que no había sido

buena patrona:

que trabajaban horas extras

sin justa recompensa,

que no hubo horas de descanso

como quedaba estipulado

en el contrato sindical.

 

Tenían razón.

Tantos libros,

tanto cine y periódico;

tanta nota roja

tanta sangre

tanta pasión…

tanta pasión extinguida

tanta lástima

tanta rabia

todos los colores

del arcoíris

habían visto

durante muchos siglos

sin vacaciones

sin tregua.

 

 

Ustedes merecen

una medalla, dije.

No, compañera,

me contestaron.

Queremos una cosa

y la queremos ahora.

 

Y qué será, pregunté,

desde los abismos

de la súbita penumbra.

Lo mismo que usted,

me contestaron.

Más bien, me confesaron,

susurrando:

como tú, compañera, como tú

queremos claridad.

 


 

CEGUERA

 

Camino las calles de una ciudad gris y estridente

 piedras gris

              paredes grises

                             lluvia gris

                                       todo gris

                                       metálico

                                       grisáceo

                                       gris cemento

                             el sueño

                  de un siglo

ensombrecido de guerra,

 de acero.

 

Desde mi ceguera

los paraguas son manchas rojas

que encubren

manchas cafés, verdes, azules

y sobre todo grises

aunque algunas medio sonríen

y acercándose demasiado

dejan de ser manchas

y asumen el rostro

de algún ser lejano, olvidado.

 

La lluvia es gris

y siempre gris será

aun cuando lava la sangre roja

de tu boca y tus ojos

con sus lágrimas atoradas.

 

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