Elissa Rashkin
CIUDAD
Te sigo amando, Xalapa,
aunque me encierras
en jaulas de cemento
aunque el tráfico asfixia
y me asombran las calles
donde otros matan
cucarachas
o pisan mierda, y yo
me resbalo todos los días
en charcos de mi propia sangre.
Te quiero, ciudad vanidosa
donde he llegado a morir
más de una vez.
Adoro tus aceras en ruinas
donde mi sombra quedó atrapada
esperando la campana de la basura.
Admiro la flor que brota,
resplandeciente, de tus sucias entrañas.
Y amo al muertito
que un día
desapareció,
sin dejar huella.
MIS OJOS
Un día mis ojos
decidieron
que ya habían visto
lo suficiente
que ya era hora
de descansar.
Pusieron un letrado en
mis párpados
que decía
cerrados
por causas
de fuerza mayor.
No pude negociar con
ellos.
Dijeron que no había sido
buena patrona:
que trabajaban horas
extras
sin justa recompensa,
que no hubo horas de
descanso
como quedaba estipulado
en el contrato sindical.
Tenían razón.
Tantos libros,
tanto cine y periódico;
tanta nota roja
tanta sangre
tanta pasión…
tanta pasión extinguida
tanta lástima
tanta rabia
todos los colores
del arcoíris
habían visto
durante muchos siglos
sin vacaciones
sin tregua.
Ustedes merecen
una medalla, dije.
No, compañera,
me contestaron.
Queremos una cosa
y la queremos ahora.
Y qué será, pregunté,
desde los abismos
de la súbita penumbra.
Lo mismo que usted,
me contestaron.
Más bien, me confesaron,
susurrando:
como tú, compañera, como tú
queremos claridad.
CEGUERA
Camino las calles de una ciudad gris y estridente
piedras
gris
paredes grises
lluvia gris
todo
gris
metálico
grisáceo
gris
cemento
el sueño
de un siglo
ensombrecido de guerra,
de acero.
Desde mi ceguera
los paraguas son manchas rojas
que encubren
manchas cafés, verdes, azules
y sobre todo grises
aunque algunas medio sonríen
y acercándose demasiado
dejan de ser manchas
y asumen el rostro
de algún ser lejano, olvidado.
La lluvia es gris
y siempre gris será
aun cuando lava la sangre roja
de tu boca y tus ojos
con sus lágrimas atoradas.
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