Gilberto Nieto
Aguilar
“Sólo la verdad los
hará libres”. En la búsqueda de esa añorada verdad, el hombre ha escrito su
historia. Ha vivido muchos testimonios increíbles y se han escrito innumerables
volúmenes, desde los textos manuscritos antes de Gutenberg hasta los libros
digitales de hoy. Una verdad que puede ser gradual, sujeta al tiempo, al
espacio, a la persona. En esa búsqueda se ha comprometido el empeño humano para
dar sustento y estabilidad a una concepción del mundo y de la vida que dé
validez a sus creencias. Compara, elije o resume lo que mira, lo que piensa, lo
que siente, lo que conoce, lo que aprende.
En esta tercera década
del siglo XXI, el hombre necesita más claridad y fundamento en sus ideas para
ayudarse a sí mismo y ofrecer un consuelo a la incertidumbre general, construyendo
un mundo mejor, con respeto a los demás, a la naturaleza, a formas de gobierno
más humanitarias, con tolerancia a las diferencias, mesura entre las naciones, en
la búsqueda perenne de encontrar un sentido a la existencia personal y social.
El hombre y la mujer no nada más buscan conocimientos (propio de los espíritus
profundos y fuertes), sino un asidero que les ayuda a interpretar su vida y
lograr una razón para vivirla.
El hombre necesita
cultivar su mundo físico, cognitivo, mental y emocional. Necesita certezas
próximas, en el entorno en que habita, para descifrar las intimidantes
confusiones y contradicciones de sociedades envejecidas por los cambios
vertiginosos y no asimilados. Esa verdad huidiza, personal y colectiva, la
busca el hombre desde distintas corrientes filosóficas, desde diferentes puntos
de vista, algunos anárquicos o cargados de escepticismo, frente a la razón
final de la existencia.
Manifiesta Bertrand
Russell en “Los problemas de la filosofía” que «la filosofía, aunque incapaz de
decirnos con certeza cuál es la verdadera respuesta a las dudas que suscita, es
capaz de sugerir diversas posibilidades que amplían nuestros pensamientos y nos
liberan de la tiranía de la costumbre…» El hombre, entonces, necesita conocer,
pensar, reflexionar y hacer; y en esa interacción, aprende y enseña.
El niño comienza a
adquirir conciencia de sí mismo, de los demás, de su entorno. A medida que
amplía su poder de captación y de respuesta al mundo exterior, el proceso se
hace transitivo. Sus intereses salen de la esfera vital y biológica y
comprenden el concepto y la dinámica de existir y el diálogo eterno del hombre
con el hombre. La motivación mueve a pensar, sentir, actuar, dialogar con uno
mismo y el entorno. Y a aprender el manejo constructivo del conflicto (Ana Ma.
González Garza, “El niño y la educación”).
Gracias a la
escritura, el ser humano transmite mensajes que perduran en el tiempo. En el paso
de ese tiempo, aprendió que puede aprender. Que todo él es objeto y sujeto de
aprendizaje inagotable. De hacerse y rehacerse. El reto actual ya no es sólo
aprender nuevos conocimientos; es autogestionar cómo comprender la realidad,
qué hago con los conocimientos, cómo selecciono los que son de utilidad para
mí, cómo los incorporo a mi persona, cómo hago para no extraviarme en la Era de
la Información [excesiva], cómo penetro en la diversidad universal del
conocimiento de las cosas tangibles e intangibles.
gnietoa@hotmail.com
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