miércoles, 20 de octubre de 2021

Aprender ¿para qué?

 


Gilberto Nieto Aguilar

“Sólo la verdad los hará libres”. En la búsqueda de esa añorada verdad, el hombre ha escrito su historia. Ha vivido muchos testimonios increíbles y se han escrito innumerables volúmenes, desde los textos manuscritos antes de Gutenberg hasta los libros digitales de hoy. Una verdad que puede ser gradual, sujeta al tiempo, al espacio, a la persona. En esa búsqueda se ha comprometido el empeño humano para dar sustento y estabilidad a una concepción del mundo y de la vida que dé validez a sus creencias. Compara, elije o resume lo que mira, lo que piensa, lo que siente, lo que conoce, lo que aprende.

En esta tercera década del siglo XXI, el hombre necesita más claridad y fundamento en sus ideas para ayudarse a sí mismo y ofrecer un consuelo a la incertidumbre general, construyendo un mundo mejor, con respeto a los demás, a la naturaleza, a formas de gobierno más humanitarias, con tolerancia a las diferencias, mesura entre las naciones, en la búsqueda perenne de encontrar un sentido a la existencia personal y social. El hombre y la mujer no nada más buscan conocimientos (propio de los espíritus profundos y fuertes), sino un asidero que les ayuda a interpretar su vida y lograr una razón para vivirla.

El hombre necesita cultivar su mundo físico, cognitivo, mental y emocional. Necesita certezas próximas, en el entorno en que habita, para descifrar las intimidantes confusiones y contradicciones de sociedades envejecidas por los cambios vertiginosos y no asimilados. Esa verdad huidiza, personal y colectiva, la busca el hombre desde distintas corrientes filosóficas, desde diferentes puntos de vista, algunos anárquicos o cargados de escepticismo, frente a la razón final de la existencia.

Manifiesta Bertrand Russell en “Los problemas de la filosofía” que «la filosofía, aunque incapaz de decirnos con certeza cuál es la verdadera respuesta a las dudas que suscita, es capaz de sugerir diversas posibilidades que amplían nuestros pensamientos y nos liberan de la tiranía de la costumbre…» El hombre, entonces, necesita conocer, pensar, reflexionar y hacer; y en esa interacción, aprende y enseña.

El niño comienza a adquirir conciencia de sí mismo, de los demás, de su entorno. A medida que amplía su poder de captación y de respuesta al mundo exterior, el proceso se hace transitivo. Sus intereses salen de la esfera vital y biológica y comprenden el concepto y la dinámica de existir y el diálogo eterno del hombre con el hombre. La motivación mueve a pensar, sentir, actuar, dialogar con uno mismo y el entorno. Y a aprender el manejo constructivo del conflicto (Ana Ma. González Garza, “El niño y la educación”).

Gracias a la escritura, el ser humano transmite mensajes que perduran en el tiempo. En el paso de ese tiempo, aprendió que puede aprender. Que todo él es objeto y sujeto de aprendizaje inagotable. De hacerse y rehacerse. El reto actual ya no es sólo aprender nuevos conocimientos; es autogestionar cómo comprender la realidad, qué hago con los conocimientos, cómo selecciono los que son de utilidad para mí, cómo los incorporo a mi persona, cómo hago para no extraviarme en la Era de la Información [excesiva], cómo penetro en la diversidad universal del conocimiento de las cosas tangibles e intangibles.

gnietoa@hotmail.com

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