A Eusebio Ruvalcaba
Eusebio Ruvalcaba y
Tzvetan Todorov murieron el pasado 7 de febrero de 2017. Dos escritores. Dos visiones
del mundo se fueron al carajo.
De
Eusebio Ruvalcaba es sabida su adoración por los alcoholes duros: mezcal,
tequila. Sus libros dejan en claro esta relación íntima con lo etílico, que
para él no era de puro placer, estaba llena de sinsabores, de huidas y
reencuentros, de rabia, de dolor y comprensión.
Yo
busqué a Eusebio Ruvalcaba mucho antes de su muerte.
Ruvalcaba
vivía en la colonia San Ángel de la ciudad de México. Una de sus cantinas
favoritas era La invencible, que está
en el local C, del número 7 de la calle Doctor Gálvez. La información la obtuve
de él mismo, lo dice en una entrevista que se encuentra con facilidad en
Youtube.
La
primera vez que visité La invencible,
tomé 6 cervezas negras y 3 rones con agua mineral y mucho hielo. Estuve cuatro
horas esperándolo. No llegó. En la espera conversé con tres parroquianos:
Germán, El chino y Matías “El bolero”, que entre boleada y boleada consumía los
tragos que le invitábamos en pago de la lustrada de zapatos. Abandoné la
cantina cerca de las ocho de la noche, a tumbos, debía tomar el autobús de
regreso a Puebla. En el camino pensé en Eusebio, en su desconocimiento de mí y
de las costumbres que nos unen, en la sensatez que tiene al escribir.
La invencible es exactamente lo que el
imaginario popular tiene como cantina. Huele a miados, es pequeña, el mesero es
un tipo feo y atento y los tragos son baratos y bien servidos. Justo lo que
necesita el que tiene a la bebida como su dilecta compañera. Justo lo que necesitaba
Eusebio.
Visité
La invencible cinco veces más sin éxito
el año pasado. La última visita la hice en noviembre. Quizá para ese momento
Ruvalcaba yacía ya enfermo en una cama olvidada de un hospital público. Es una
información que no he querido confirmar. La miseria en la que pierden la vida
los escritores es triste y se repite una y otra vez. Daniel Sada es un ejemplo
de esta desgracia. No. No quiero saber de la agonía del escritor. Me quedo con
la mano de Eusebio rodeando el caballito de mezcal y la conversación de fondo, no
con la mano picada por la aguja del suero y los labios resecos y los balbuceos.
En
diciembre del dos mil dieciséis, sin aviso y sin aparente predisposición, mi
memoria recordó la columna que Eusebio dedicó en dos mil once al poeta Javier
Sicilia luego de la muerte de su hijo. Sin sentimentalismos vacíos, se declaró
solidario con el dolor de Javier, a quien le habló de tú, y como el melómano que
era por herencia de su padre Higinio, se limitó a enunciar un listado de piezas
musicales que lo habían consolado a él en pasajes difíciles de la vida, una fue
Adagio for strings de Samuel Barber.
El
que las palabras de Eusebio a Javier hayan regresado a mi cabeza significaba
que un lugar de mi memoria seguía ocupado por él, por su palabra. Y me dispuse
a irlo a buscar una vez más. Consulté el calendario que indicaba el año nuevo
de 2017. Revisé fechas y agenda y marqué el primer fin de semana de marzo. Como
preparación de mi visita futura, a sabiendas de su propósito, fui a la librería
por dos ejemplares de Un hilito de sangre,
la novela que hizo visible a Ruvalcaba, y un título nuevo de la editorial
Almadía de otro escritor que admiro también: Antonio Ramos Revillas. Me
acompañarían a la mesa de la cantina La
invencible, en la espera de Eusebio.
Milorad
Pavic, escribió el cuento: Té para dos.
Es el relato de un encuentro posible entre una mujer y un hombre, propiciado
por el narrador, quien pide a su lectora que se siente a la mesa de un café y
pida té, y ponga sobre la mesa un arete y espere al hombre que lleva el par de
ese arete para que tomen ese té juntos.
El
7 de febrero de dos mil 2017, veinticuatro días antes de mi visita a la ciudad
de México, murió Eusebio Ruvalcaba. No será posible cruzar palabras con él, no
aquí en el mundo tangible. Pero como el encuentro que relata Pavic, que para
sus lectores sí ocurre al final de su lectura, en la imaginación, y sí hay palabras
que se intercambian, iré una vez más a La
invencible y mientras esté leyendo Un
hilito de sangre, me tomaré cinco tragos con el escritor, o los que
decidamos. Al final, nuestro encuentro se llevará a cabo en el lugar en que
Eusebio encontró su casa: la ficción.
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