Silvestre
Manuel Hernández
Investigador
independiente en
Ciencias
Sociales y Humanidades. Profesor en la
Universidad
Intercontinental–Roma, Ciudad de México
silmanhermor@hotmail.com
Para Patricia Ornelas y Elena Ulloa,
mujeres encantadoras,
con cariño y agradecimiento
Objetivo
La finalidad de este trabajo es presentar las tesis
del sociólogo polaco sobre la “liquidez de la educación”,[1] en
un mundo regido por la economía y la tecnificación. Para ello, haré una
exégesis de los conceptos tácitos que le sirven a Bauman para sustentar su
postura, como son: pérdida de valores humanos en la educación, tecnificación
del conocimiento e inmediatez del saber. Centraré mi reflexión en su obra Los
retos de la educación en la modernidad líquida (2005) y, de acuerdo con el contexto, aludiré a problemas
que la educación implica. Por “modelo educativo”, en Bauman, podría entenderse
la implementación de ciertos programas donde se da poca o nula relevancia al
ámbito humanístico, y se privilegia lo tecnológico e inmediato del saber.
Desarrollo
El siglo XX, y las dos primeras décadas del tercer
milenio, han dejado una estela de sucesos e interrogantes que inevitablemente
han reincidido en la educación, al grado de cuestionar su ser y su hacer, en su
origen y en su práctica; es decir, dan cause a entredichos como: el por qué de
la dependencia del individuo a cierto tipo de saber orientado al bien material,
producto de una concepción económico–cultural del hacer humano; y, el por qué
de la sumisión de los sujetos, velada o abierta, hacia cualquier tipo de
formulación teórico–discursiva del comportamiento individual o colectivo. Que
desembocan en las preguntas: ¿cómo cambiar las percepciones materialistas de
los individuos y dar un giro hacia una educación más humanista, sustentada en
valores y formas mentales menos inmediatistas? Y ¿cómo generar una nueva visión
cultural del humanismo y la axiología, en medio de tantos esquemas
simplificadores del conocimiento y “modelos de vida” establecidos?
De
acuerdo con lo anterior, téngase en cuenta que en el proceso educativo las
personas se construyen a sí mismas en lo colectivo y lo individual. Esto,
debido a que ahí se configuran los significados de la existencia, el deber, el
ser y el hacer, tanto para el sujeto como para la articulación entre la vida
social y la naturaleza y el entorno. Pues, gracias al capital simbólico
operante en la educación, el hombre asume personalidades, roles, actitudes y
una conciencia crítica ante las circunstancias que posibilitan o impiden su
desarrollo intelectual, afectivo o material. De igual manera, los referentes
mentales y existenciarios permiten aludir a una construcción de la cultura como
ese crisol común donde la historia, el saber, la identidad y el acaecer humano
cobran sentido y valor.
También, reflexiónese en que la educación no
es algo dado, sino la puesta en práctica de conocimientos, actitudes y
convicciones cuyos efectos se evidencian en la humanización de los individuos,
personal y social. Asimismo, en el proceso educativo se develan los
significados necesarios para comprender y explicar el contexto del estudiante, del
profesor, y del espacio–tiempo que genera la educación como tal. Y, dentro de
las cualidades de la educación, está el ser la “condición razonada” para la
libertad humana; pues, al no ser la libertad algo congénito, sino una conquista,
la ilustración intelectual y moral hace la diferencia entre el estado de
naturaleza y la civilización: la educación convierte lo inconsciente en
conciencia.
Ahora
bien, dentro del tipo de sociedad global, mercantilista, la “educación” se vende
como concepto redituable, es decir, como la fórmula del éxito económico, no del
engrandecimiento cultural y humano. Contexto traducible en esa especie de
encierro de las personas en mecanismos político–económicos “creadores de
necesidades”, de ideas y comportamientos cuyo sustento es la ordenación de las
pautas de vida. A esto, agréguese la sobresaturación de “informes” sobre
prácticamente todos los hechos palpables o del pensamiento que, puestos en la
balanza cognitiva, desinforman en lugar de orientar al individuo en el espacio
público o privado: los estereotipos (economicistas y vendedores de una “imagen”
y “creadores” de cierta subjetividad colectiva) no fundamentan la acción o
elección racional.[2]
Quizá por
lo anterior, en la interrelación del “conocimiento acomodaticio”, se tiende a
considerar la educación como un producto, no como un proceso: “cuando es
considerada como un producto, la educación pasa a ser una cosa que se “consigue”,
completa y terminada, o relativamente acabada” (Bauman, 2007: 24). Mientras si
se la juzga como proceso, se vuelve una empresa de superación cognitiva y
cultural para toda la vida, más allá del significado académico de haber
concluido una “profesión”.
Así, la
evaluación educativa moldea, preserva y renueva el ámbito cultural, en la
medida que dota al sujeto de una tradición histórica, conformada por saberes, ideales, técnicas y
estructuras mentales con lo cual se da un sentido a la realidad. Esto, en busca de la respuesta al por
qué del entorno y hacerlo habitable, humanizarlo desde
una lógica vivencial y de sentido común, enlazados directamente a un
conocimiento normativo para individuos, instituciones, espacios y objetos,
necesario en toda sociedad.
Bajo
estos supuestos, cabe la interrogante: ¿Es la educación un producto o un proceso en las sociedades
modernas? Bauman sustenta que el conocimiento, de igual manera que la
educación, disminuyó su verdadero valor en la sociedad, en lo que él llama “la
modernidad líquida”. Ambos elementos, educación y conocimiento, son
considerados como un producto, pasando de tener un fin único y exclusivo, la
ponderación de los valores humanos, a ya no tener demasiada importancia. Así,
objetos que antes eran vitales, ahora carecen de valor; esto, debido a la
continua necesidad de cambio. La educación es vista como una cosa que se
consigue para algo en específico, algo terminado, y finaliza en un cierto
tiempo; los compromisos a largo plazo son percibidos como una restricción a la
libertad y una carga para el futuro, un compendio de obligaciones gratuitas. Lo
pasajero, lo que dura poco, es más apreciable; la pasión de nuestro mundo es
deshacerse de las cosas de manera rápida. ¿Por qué el “caudal de conocimientos”
adquiridos durante los años pasados en el colegio y la universidad habrían de
ser la excepción a esta regla universal?, se pregunta el sociólogo polaco.
“El
conocimiento se ajusta al uso instantáneo y se concibe para que se utilice una
sola vez” (Bauman, 2005: 29), entonces se convierte en una mercancía. El cambio
en el mundo contemporáneo se ve representado en la educación, así, la manera en
que se enseñan las materias, dependiendo del grado académico, derivan de una
buena o mala formación académica. Esto es equiparable con la forma en que se
cambia el sentido del saber para las personas, tanto como la educación y el
aprendizaje. Igualmente, la memoria se ve abandonada y sustituida por aparatos
electrónicos que prometen hacer una vida más fácil y “rápida” a las personas
que estén dispuestas a dejarse llevar por las maravillas que ofrecen.
Por su parte, la investigación, supondría un
mayor esfuerzo por parte de los estudiantes, lo cual se traduciría en más
tiempo invertido, lo que genera un desgaste que las sociedades modernas no
consideran necesario. Algunos autores sugieren que “el apetito de conocimiento
debería hacerse gradualmente más intenso a lo largo de toda la vida, a fin de
que cada individuo continúe creciendo y sea así una mejor persona” (Bauman,
2005: 26) Pero a los jóvenes se les ha “vendido” la idea de que obtener su
educación sólo les llevará un pequeño esfuerzo, y se consigue para siempre.
La
educación es pensada para poner el conocimiento adquirido en uso rápido y
momentáneo, que sirva en el momento y luego se pueda desechar, buscando una
“salvación para no correr el riesgo de quedarse demasiado tiempo poniendo a
prueba la resistencia del lugar” (Bauman, 2005: 36).
De
nuevo, se reafirma el postulado de Bauman, que el conocimiento va degradando su
valor hasta convertirse en un producto que debe consumirse fácil y rápido, sin
importar cuánto dinero se invierta o la calidad de lo que se consume, mientras
que sea en poco tiempo.
De
acuerdo con los problemas esbozados, un reposicionamiento del humanismo en las
distintas vertientes del conocimiento resulta impostergable, máxime cuando el valor de la educación ha dado paso a la utilidad del
saber.
Hoy el conocimiento es una mercancía, al menos se
ha fundido con el molde de la mercancía, y se incita a seguir formándose en
concordancia con el modelo de la mercancía. Hoy es posible patentar pequeñas
porciones de conocimiento con el propósito de impedir las réplicas (Bauman,
2007: 30).
Los
ejemplos del autor son los conocimientos aplicados a la tecnología
(automotriz), a la instantaneidad y utilidad pasajera, los programas de softwere. En general, en las instancias donde el
conocimiento se mercantiliza y su “valor” depende de la rapidez de su reemplazo
en el mercado. Sin embargo, ver la actividad intelectual como algo vendible, no
es lo propio de la educación. El saber debe beneficiar a toda la humanidad, y
con esto, la educación es el medio adecuado para inculcar valores y objetivos
dignos de estudio.[3]
En síntesis, el objetivo de la educación es el
pleno desarrollo de la personalidad humana, ética, cognitiva, artística; así
como el fortalecimiento de los derechos humanos y las libertades fundamentales.
Educación en la tolerancia, la libertad (hacia lo que se
quiere ser) y la autonomía (la autogestión,
la capacidad para tomar decisiones propias). Esto, bajo el principio de
favorecer una cultura de igualdad de oportunidades para el individuo, morales,
intelectuales, sociales y políticas.
Conclusión
Se requieren modificaciones desde la base,
rescatando la esencia humanista de la educación, porque ésta no puede
entenderse como un producto más, ni al estilo del sólo usar y desechar. La
alternativa es potenciar el desarrollo de las capacidades cognitivas, sociales,
afectivas, estéticas y morales en la educación, desarrollando programas de
atención específica a los grupos con atraso en materia educativa, analfabetismo
funcional y condiciones socioeconómicas contrarias a un avance intelectual,
poniendo énfasis en las minorías y las poblaciones vulnerables.
Otro
punto importante, que resulta un reto ante la modernidad líquida, es la
generación de jóvenes que rompan con el sueño de convertirse en un producto
admirado, deseado y codiciado, en el que existe una constante competencia entre
ellos por “sobresalir”, cuando lo que se debe rescatar es la esencia del
ciudadano informado, crítico, capaz de transformar su entorno con base en el
saber bien fundamentado.
Asimismo,
los vuelcos de la realidad y las encrucijadas humanas que han dado forma al
mundo actual generan la pregunta: ¿qué tan sólidas son nuestras concepciones
educativas, tal vez ya no sólo argumentativamente, sino para responder a los
vacíos que van dejando la “ciencia”, la tecnología, el mercantilismo, la
vulgarización de la economía y la política, sustentadas en el poder monetario y
coercitivo?
Por último, nuestro autor señala que “aún
debemos aprehender el arte de vivir en un mundo sobresaturado de información. Y
también debemos aprender el aún más difícil arte de preparar a las futuras
generaciones para vivir en semejante mundo”(Bauman, 2005: 46): un mundo en que
la educación debe ser un pilar, que permita generar ciudadanos informados, que
no sigan la lógica del sistema líquido, que puedan encontrar su sentido en la
colectividad, donde el ideal de felicidad no puede reducirse al aspecto
económico; para poder avanzar hacia una sociedad mejor preparada y más capaz de
transmitir la cultura de nuestro tiempo a las nuevas generaciones.
Bibliografía
Bauman, Zygmunt (2007), Los retos de la educación en la
modernidad líquida, Barcelona, Gedisa.
Finkielkraut, Alain (1994), La
derrota del pensamiento, trad. de
Joaquín Jordá, Barcelona, Anagrama.
Gallegos Elías, Carlos y Eduardo Rafael Sánchez
Jara (2012), “Retos para la educación superior en la sociedad del
conocimiento”, en Las ciencias sociales frente a los
problemas emergentes: ¿cómo analizarlos?,
Felipe de Alba, Carlos Gallardo y Elías
Huaman (Coords.), España, Bubok.
[1] . Por “liquidez de la educación”,
se entiende aquello que no se puede conservar porque ha perdido su valor, su
esencia es algo sin substancia, pasajero, como el agua en la palma de la mano
cuando se desea retener: se nos va, no queda nada. Así, la educación, en el
siglo XX, ha perdido todo valor humanístico, eso que la hace ser; ahora, sólo
se le utiliza, sirve para algo inmediato, porque si no se nos va de las manos,
su finalidad es vencer la inmediatez y lo material.
[2] . Alain Filkielkrauf (1994), cuando
nos habla de la “derrota del pensamiento”, tiene en cuenta ciertos procesos del
quehacer intelectual que han moldeado la sociedad, sus estructuras y a los
individuos. Y aquí, la educación, de manera indirecta, sufre o absorbe, por
cuestiones políticas, los cambios que el mundo experimenta.
También, de
forma incisiva, junto con el autor, podemos preguntarnos, ¿el siglo XXI, con su
tecnología y tecnificación de la vida y su hacer, ha derrotado la pervivencia
de los valores más nobles del ser humano: la ética, el arte, la literatura, la
estética, la reflexión por el sentido de la vida, el asombro por nuestro fluir
temporal sin saber que cada instante puede dignificar nuestro estar en el
mundo? Esto, ¿se ha perdido en tanto valor connatural al Hombre, en una
sociedad líquida, inaprehensible en cuanto a la esencia que posibilite el
crecimiento humano de sus habitantes?
[3] . Téngase en consideración que la
economía, al decidir en la política y la educación, subordina los proyectos
culturales a la oferta y la demanda de las profesiones, a la vez de perfilar el
futuro de los individuos, donde el conocimiento se mercantiliza. Ahora, la
importancia del conocimiento radica no sólo en su aplicación– ganancia, sino en
el reconocimiento y valoración en los distintos sectores sociales, que no necesariamente
se rigen por lo económico, sino que lo ven como algo que ennoblece al ser
humano, que le permite reafirmar su estancia ante sí y ante los demás. Cfr.
(Gallegos Elías y Sánchez Jara, 2012: 178 - 191).
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