TEPETOTOTL
Por Fernando Hernández Flores*
Son casi las cuatro de la madrugada. El silencio prevalece. En eso, uno que otro ronquido se escucha suavemente. Quizá proviene de algún hogar de ese pintoresco pueblo, conocido como Ts’unu’um. Las ramas de los árboles se comienzan a mover fuertemente, pareciera que una persona con un fuerte soplido quisiera derribar todo lo que se encuentre frente a él. De pronto, del cielo se desprenden unas pequeñas gotas de agua, que hacen que se humedezcan las diferentes calles de la comunidad. Aletean las gallinas, despiertan al gallo y éste por fin canta, sin tanto esfuerzo.
En Ts’unu’um vive Nohoch, tiene unos oídos que captan cualquier ruido por insignificativo que parezca. Al escuchar al gallo, sacude su pequeño cuerpecillo y da sus recorridos por el patio. Logra percibir que una persona está ahí. A Nohoch lo llaman por su anterior nombre, se sorprende y entonces ambos se saludan, cada quien en su idioma, pero se entienden. Nohoch recuerda que por varios años estuvo conviviendo con ésta persona, pero por una razón que él no se explica, dejó de verlo y entonces deambuló por las calles triste y solitario, hasta que cerca de un puente se lo encontró la señorita Balancá. La joven lo notó muy desnutrido y desalineado. Lo abrazo y se lo llevó a su hogar.
La felicidad llegó a ese hogar, Balancá lo cuidó, le regaló una casita y lo alimentó. Nohoch sabía cuándo iban a salir de paseo, así como los horarios de la comida, del juego y de pasársela en la sala echado o viendo esas pantallas que no les entendía muy bien, solo las observaba cuando pasaban seres muy parecidos a él. Les ladraba, quería jugar con ellos. Nohoch no tenía más compañeros de su misma especie. Un gato estaba por ahí, pero era muy dormilón. Dicen que los gatos son veladores todas las noches y Nohoch piensa que si es cierto.
Nohoch tuvo un sueño interesante hace unos días. Vio un río con agua turbia y estaba crecido. Mucha gente le gritaba y él, no les hacía caso. Nohoch tenía que pasar al otro lado del río, porque allá estaba su amigo, con el que vivió por varios años. Su corazón se agitaba y le nacía ayudarlo en ese instante. Despertó sudoroso y extrañado, no comió casi nada durante ese día.
Pasaron los días y Nohoch recordaba ese extraño sueño, hasta que por fin fue entendiendo, que él había venido a la tierra para cumplir con una o varias misiones. Una de ellas era con su amigo, que en ese momento lo estaba viendo. El señor lo tomó entre sus brazos y el perro se volvió a dormir. De pronto despertó Nohoch, se encuentra en ese río y su amigo lo tenía a su lado. Ahora si podía hablarle en el mismo idioma, le pidió de favor que se subiera en él, que lo cargaría para pasarlo del otro lado. El señor hizo lo que el perrito le ordenó y es así, que Nohoch cumplió con la misión de pasar al otro lado del río a uno de sus amos.
A las seis de la mañana, Balancá buscó a Nohoch, hasta que lo encontró profundamente dormido y con sus ojillos abiertos. El perrito murió, pero su nueva familia de Nohoch le hizo una oración para su eterno descanso y procedieron a enterrarlo en un espacio sagrado de su patio.
(*) Autor del libro “Andanzas interculturales de Tepetototl”. Coautor en antologías poéticas y libros académicos. Correo: venandiz@hotmail.com Twitter @tepetototl
Por Fernando Hernández Flores*
Son casi las cuatro de la madrugada. El silencio prevalece. En eso, uno que otro ronquido se escucha suavemente. Quizá proviene de algún hogar de ese pintoresco pueblo, conocido como Ts’unu’um. Las ramas de los árboles se comienzan a mover fuertemente, pareciera que una persona con un fuerte soplido quisiera derribar todo lo que se encuentre frente a él. De pronto, del cielo se desprenden unas pequeñas gotas de agua, que hacen que se humedezcan las diferentes calles de la comunidad. Aletean las gallinas, despiertan al gallo y éste por fin canta, sin tanto esfuerzo.
En Ts’unu’um vive Nohoch, tiene unos oídos que captan cualquier ruido por insignificativo que parezca. Al escuchar al gallo, sacude su pequeño cuerpecillo y da sus recorridos por el patio. Logra percibir que una persona está ahí. A Nohoch lo llaman por su anterior nombre, se sorprende y entonces ambos se saludan, cada quien en su idioma, pero se entienden. Nohoch recuerda que por varios años estuvo conviviendo con ésta persona, pero por una razón que él no se explica, dejó de verlo y entonces deambuló por las calles triste y solitario, hasta que cerca de un puente se lo encontró la señorita Balancá. La joven lo notó muy desnutrido y desalineado. Lo abrazo y se lo llevó a su hogar.
La felicidad llegó a ese hogar, Balancá lo cuidó, le regaló una casita y lo alimentó. Nohoch sabía cuándo iban a salir de paseo, así como los horarios de la comida, del juego y de pasársela en la sala echado o viendo esas pantallas que no les entendía muy bien, solo las observaba cuando pasaban seres muy parecidos a él. Les ladraba, quería jugar con ellos. Nohoch no tenía más compañeros de su misma especie. Un gato estaba por ahí, pero era muy dormilón. Dicen que los gatos son veladores todas las noches y Nohoch piensa que si es cierto.
Nohoch tuvo un sueño interesante hace unos días. Vio un río con agua turbia y estaba crecido. Mucha gente le gritaba y él, no les hacía caso. Nohoch tenía que pasar al otro lado del río, porque allá estaba su amigo, con el que vivió por varios años. Su corazón se agitaba y le nacía ayudarlo en ese instante. Despertó sudoroso y extrañado, no comió casi nada durante ese día.
Pasaron los días y Nohoch recordaba ese extraño sueño, hasta que por fin fue entendiendo, que él había venido a la tierra para cumplir con una o varias misiones. Una de ellas era con su amigo, que en ese momento lo estaba viendo. El señor lo tomó entre sus brazos y el perro se volvió a dormir. De pronto despertó Nohoch, se encuentra en ese río y su amigo lo tenía a su lado. Ahora si podía hablarle en el mismo idioma, le pidió de favor que se subiera en él, que lo cargaría para pasarlo del otro lado. El señor hizo lo que el perrito le ordenó y es así, que Nohoch cumplió con la misión de pasar al otro lado del río a uno de sus amos.
A las seis de la mañana, Balancá buscó a Nohoch, hasta que lo encontró profundamente dormido y con sus ojillos abiertos. El perrito murió, pero su nueva familia de Nohoch le hizo una oración para su eterno descanso y procedieron a enterrarlo en un espacio sagrado de su patio.
(*) Autor del libro “Andanzas interculturales de Tepetototl”. Coautor en antologías poéticas y libros académicos. Correo: venandiz@hotmail.com Twitter @tepetototl
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