lunes, 5 de agosto de 2019

El Estado y su función pública



Gilberto Nieto Aguilar
Un tema recurrente en la actualidad son los homicidios, secuestros, ajustes de cuentas, feminicidios. Es habitual escuchar sobre la contaminación creciente, el calentamiento global y los riesgos latentes para la vida terrestre. Es común unir tales comentarios a la nula actividad preventiva y de control que realizan los gobiernos en los distintos ámbitos, y de la falta de atención, ausencia de estrategias eficaces y carencia de responsabilidad de las autoridades sobre estos temas.
Como dijo Thomas Hobbes (1588-1679), “El hombre es lobo del hombre”, haciendo referencia a los horrores de los que es capaz el hombre contra el hombre y la humanidad contra sí misma. Parte de la voluntad de un Estado radica en cuidar que esto no ocurra. Los aparatos de gobierno son creados y elegidos para el servicio del pueblo que los elige y para vigilar, administrar, cumplir y hacer cumplir las leyes de las naciones, aunque algunos mandatarios actúan como Monarcas que hacen favores a algunos ciudadano y no como servidores públicos cumpliendo un alto encargo constitucional.  
Desde los dos ejemplos citados podemos recorrer un listado amplio de irregularidades en que ha incurrido el Estado moderno mexicano, desde Lázaro Cárdenas a la fecha, desde la dictadura disfrazada hasta la democracia dirigida e incluso la alternancia. El caso es que el pueblo no ha podido crecer dentro del concepto de ciudadanía. La subordinación corre por el flujo sanguíneo, en el ADN generacional que se recicla, confundiendo la proclama con el argumento, la diatriba con el análisis, los gritos y descalificaciones con el diálogo. 
El sistema navega en un mar de insuficiencias en aspectos como el culto a la personalidad, poco conocimiento de la realidad social, la acotación de los medios, la cultura del reclamo firme y fundamentado, la falta de mecanismos honestos y expeditos que den seguimiento y satisfacción al sentir ciudadano, la falta de ética para reclamar con argumentos válidos y con veracidad, la cultura ciudadana negligente, la sanción al funcionario que delinque, etcétera.  
La contaminación no sólo es en la naturaleza. También es social, ideológica, cultural. El crimen no sólo son los secuestros, homicidios y drogas, lo es también la omisión, la irresponsabilidad, la corrupción. El Estado no sólo es un grupo que dirige a su arbitrio los destinos de un país, es un representativo que responde al bien común de quienes lo eligieron, dentro de un entramado jurídico que emana de la Constitución Política y que permite asegurar los derechos fundamentales de los gobernados.
Por esto es que algunos pensadores cuestionan si el Estado cumple su función y su finalidad, y si éstas justifican su existencia. La teoría del Estado indaga las condiciones permanentes que presenta el fenómeno llamado “Estado”, en cuanto a la organización del poder y los agrupamientos políticos, e investiga la realidad de la vida que se propicia en su interior, en su territorio, sin que ambas perspectivas sean excluyentes.
El ciudadano común debe saber lo que es un Estado moderno y democrático, para participar y perfeccionar el uso del poder que de él emana, buscando trascender en su funcionamiento y finalidad. El Estado parte de principios legales y filosóficos e implica un ejercicio peculiar del poder.
En el ámbito de la historia, dos organizaciones políticas fueron distintivas de la Grecia clásica: la espartana y la ateniense. La primera bajo un régimen militar y la segunda bajo un estilo de vida democrático, amante de la filosofía, el deporte, las artes, con una gran capacidad de participación ciudadana a través de la elaboración de las leyes y con un gran sentido ético.
La comunidad política romana pasó de una monarquía hereditaria a la República, con dos clases sociales: los patricios, ciudadanos con derechos políticos y los plebeyos, sin derechos. Éstos últimos pelearon por su dignificación y a través de los tribunos adquirieron los derechos negados. Así que sólo los esclavos no los tenían. Hacia la mitad del siglo I a. C. se instauró el Imperio como régimen monárquico absoluto hasta la caída de Roma en 476 d.C.
El objeto de estudio que Heller definió regionalmente como “la organización política que se da en Europa a partir del Renacimiento”, centró sus esfuerzos para lograr la unidad del Estado superando la disgregación existente en el feudalismo. En Italia, con el Renacimiento, surgió la concepción del Estado moderno hacia el siglo XVI usando la palabra “Estado” como la expresión corriente para designar a toda comunidad política autónoma: fuese monarquía, república, principado, varias ciudades o de una ciudad y los alrededores.
De manera formal, la Teoría del Estado se originó en Alemania a mediados del siglo XIX, y se ha perfeccionado con el paso de los años según los distintos pensamientos filosóficos que se abrieron paso hasta la Segunda Guerra Mundial, procurando colocar a la Teoría del Estado como una disciplina autónoma. Varias tendencias quisieron ubicarla en el Derecho Constitucional, por ejemplo, o en el Derecho Público o en las Ciencias Políticas, con la intensión de integrarla en un cuerpo disciplinario estructurado y reconocido. Sin embargo, como “teoría” está llamada a sentar principios abstractos, válidos para situaciones concretas y particulares posibles.
Después de la II Guerra Mundial el concepto de “Estado” se diversificó grandemente. Pudo constatarse el atraso de enormes regiones del planeta y los efectos nefastos que el culto a la personalidad puede causar en un pueblo, logrando incluso desviar los fines y alterar la función del Estado. Apegarse al fenómeno constitucional pasa a ser muy importante en la vida pública, para evitar los desvíos propio de los afanes desmesurados de poder.
La historia mexicana le concede un lugar clave al derecho. Pero éste no se cumple. Aunque tenemos una Constitución de la mejores del mundo, muy por encima del promedio internacional, su nulo cumplimiento nos coloca en una posición incómoda, muy por debajo del promedio entre los países del mundo que sí la cumplen. Un comparativo demasiado evidente lo tenemos todos los días en la franja fronteriza con los Estados Unidos. 
Después de la Constitución de 1917, México toma el rumbo de consolidar su sistema político con un gobierno que concentra el poder público y político en un solo hombre, con los otros poderes a la sombra del presidente en turno, con un solo partido, desde el Maximato hasta López Obrador.
gilnieto2012@gmail.com

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