sábado, 14 de noviembre de 2020

Una de tantas historias

 


Rosalinda Castro Guzmán

 

Mi padre llegó a la casa, cansado, pues su horario de trabajo es de 24 por 24, en un puesto estresante y poco valorado, Yo tengo 5 años y lo único que entiendo ahora es, que no es buena idea acercarme para que me abrace, me vea y me escuche.

 

Mi padre hoy no fue a trabajar, el fin de semana hubo una reunión familiar en casa y vinieron mis tíos de diferentes lugares, algunos aun no los conocía, y de tanto gusto bebieron y bebieron aguardiente , y por eso con muchas molestias, me dijo, no pasa nada si hoy no voy a la chamba.  Yo tengo 12 años, y pienso que él se siente enfermo y es sumamente importante dejarlo “descansar”, mañana será otro día.

 

Mi padre come poco y bebe mucho, su vida se ha vuelto una vorágine de acontecimientos que controla poco, dicho de otro modo los acontecimientos lo controlan a él; para regenerar energía, toma un poco y dice que se siente mejor. Yo tengo 20 años, y lo veo casi siempre enojado, desconectado y apático, me da lo mismo, yo quiero hacer cosas importantes en mi vida.

 

Mi padre se hizo viejo, desea regresar el tiempo de cuando era sano y disfrutaba de su libertad y sus ganas de vivir, ya le dijeron los doctores que si sigue tomando tendrá complicaciones en su sistema digestivo, ahora por prescripción médica debe dejar de comer algunas cosas y tomar medicamentos siempre. Yo tengo 28 años, y me educaron con el dicho de que los padres con el tiempo son como niños y que llega  la etapa en que los hijos los deben cuidar, eso no me agrada mucho, yo trabajo para comprarle todo lo que requiere.

 

Mi padre está hospitalizado, tuvimos que llevarlo de urgencia, es insoportable él y la vida a la que me ha llevado, cuando  tiene delirium tremens se pone muy violento, errático y autodestructivo, el día de hoy está acostado en una cama de urgencias del hospital de la localidad, amarrado de pies y manos con tranquilizantes para poder mantenerlo manejable mientras está vivo. Ya me dijeron que tiene todos sus órganos dañados, cosidos por tanto alcohol que ha consumido. Yo tengo 32 años y mi padre, ya no me reconoce, ni a mi ni a nadie, mientras yo duermo he intento descansar en una cama hecha de cartón y cobijas en las afueras del hospital porque en cualquier momento me llaman para que con urgencia les proporcione lo que necesite el personal hospitalario. Me embargan muchas emociones y ahora soy yo quien quisiera estar desconectado de esta experiencia que hoy es dolorosa.

 

Don Benedicto era soldado, cuando era joven con orgullo decía que estaba para defender a la patria y que haría lo que fuera por cumplir órdenes de sus superiores para mantener a una comunidad protegida y segura. Soñaba con obtener un mando superior y por eso se esforzaba.

 

Sus experiencias en el trabajo de campo siempre requirieron de la superación constante del esfuerzo físico y emocional.

 

Cuando él sentía que ese olor a tierra mojada que despedía el pedazo de suelo que utilizaba como cama, o al ver sus botas llenas de lodo y sentirse sucio hasta las rodillas, cuando las horas en ayunas y las largas jornadas de trabajo estando bajo los rayos del sol eran suficientes para mantenerse satisfecho por lo que hacía cotidianamente, venían nuevas exigencias.

 

En esos espacios coincidió con compañeros que cansados también, encontraron alivio con un trago. Alguna vez me lo platico y me aseguro que funcionaba para redoblar esfuerzos,  pero cuando terminaba su jornada de  trabajo con la sensación del deber cumplido ya no quedaba nada para la familia.

 

La anestesia que buscó para no sentir el cansancio, también funcionó para evadir responsabilidades personales y familiares, yo viví ese proceso con él. era pequeño y no tenía las herramientas para apoyarlo, me alejé porque no me agradaba verlo incoherente y vulnerable.

 

Ahora pienso y me pregunto si hay responsables por lo que viven muchas familias con seres queridos que no pueden superar la adicción de algún miembro de su familia, todavía no se si depende de la comunidad en general o de uno mismo.

 

Mi padre murió, sin tener posibilidades de reconocerme, ya que su memoria estaba completamente mermada. Y hoy escribo estas líneas para compartirte que la soledad que sentía estando pequeño, se intensificó cuando él partió,

 

Ahora tengo 34 años y he formado una familia donde están presentes cada instante la alegría, la curiosidad y el amor de mis 2 hijos menores. Yo decidí estudiar y ahora soy nutriologo, me apasiona mi trabajo, hago lo que realmente me gusta, pero nunca cambiaría la convivencia familiar por largas y exhaustivas horas de trabajo. Porque más que nutrir el cuerpo ellos me nutren el alma. Vivo para abrazarlos, besarlos, escucharlos, jugar con ellos, porque el “mañana será otro día” para mi no cuenta en el aquí y ahora. Si soy adicto a una vida amorosa, comprometida, responsable y en plena conciencia con los seres que más amo.

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