Víctor
Manuel Vásquez Gándara
El Gerard
parecía formar parte de mural en tercera dimensión, sentado en su banco, frente
al restirador y hasta hace algún tiempo degustando una “cañita”. Revisaba notas
periodísticas, leía periódicos y miraban pasar el tiempo ensimismado, a solas,
esperando un buen o mal amigo le visitara. Milagrosamente se recuperó de
enfermedad que casi le impidió caminar sobreponiéndose y transitando del
“Gráfico” hacia El Patio Muñoz, recinto en el que despachaba y recibía a
selectas compañías.
Disfrutaba
de la soledad, de la música de los buenos y malos libros. Las sirenas se
erigieron en musas para él y se adelantó en el camino soñando con la
construcción del tapanco en el cuarto de siempre. Su gran baúl de madera
siempre me causó admiración, no por su contenido, lo rústico o qué se yo, sino
porque me fabriqué uno similar sin conocer el suyo antes. Lo mismo sirvió para
almacenar quién sabe que cosas que para sentarse cuando la audiencia
sobrepasaba los tres invitados.
Charlábamos
de literatura o los excompañeros del periódico: don Jacobo, Jorge Felipe u
otros más, ¡claro!, con tragos de por medio. En mis últimas visitas,
esporádicas, me tenía reservada una botella de azul Vodka. Reservada no por
distinguirme, más bien porque no era de las apetencias de sus visitas: “está
muy fuerte”, le expresaban. Y así con dos, o tres tragos máximo, comentábamos.
Una de esas
ocasiones fue cuando le llevé el libro conmemorativo dedicado a Juan Rulfo.
Nuestra amistad añeja le hizo halagar la obra publicada en mi editorial. A la
siguiente ocasión que nos vimos, casi siempre en El Patio, me dijo haberla
regalado a un cuate porque estaba preparando un proyecto y que por supuesto le
daría el crédito al libro que junto con Javier Ortiz Aguilar, conocido también
de él, realizamos. –Bueno le dije, te traeré otro.
Otro tópico
abordado entre sorbos fue el de Tlanestli, publicación de igual manera halagada
por él. -Ya invité a mi novia para que te mande algo, ella está en Martínez de
la Torre-, comentaba.
Entre sus
anécdotas invariablemente surge recuerdo de su caminata por la calle de Lucio,
pleno centro de la capital del Estado de Veracruz, en la que desnudo protestó
con motivo de la matanza de Tlatelolco. Curiosamente el nació un dos de octubre
fecha en la que invariablemente durante varios años nos reunimos a comer,
bener, criticar, reír.
Nos
conocimos en la Escuela Primaria Manuel R. Gutiérrez donde cursamos estudios
compartiendo el aula pues éramos de la misma edad: 1952. Su abuelo fue fundador
de uno de los periódicos más antiguos de la época reciente: El Tema de Hoy y de
ahí su destino fue marcado para deambular en diferentes medios impresos hasta
terminar en El Gráfico y Diario de la Tarde donde algún tiempo fundió como
encargado. Más de una década coincidimos en éstos últimos.
Descanse en
paz el buen Gerard que vivió como se le dio la gana, bohemio, libre, solitario,
intelectual, amigo, quien en sus últimos mensajes en Facebook expresaba:
“quiubo… en que tugurios de buena muerte andas que te olvidas de este fresco
jardín. ¿Cuándo vienes?”, mensaje del 6 de julio, ¡a un mes se adelanta! Con
motivo de mi cumpleaños, 28 de mayo su felicitación fue: “Contador celebrar un
cumpleaños en juicio es de mala suerte. Resbálate una a mi salud. Ora que tu
aun puedes, medio litro y un fuerte abrazo por esos 66 años bien bebidos. Salu”
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