lunes, 7 de noviembre de 2016

Shimon Peres. Los límites de la Política.

                     
                                                                                                    Marcelo Ramirez Ramirez

Las lecturas más impactantes, las que impresionan vivamente el sentimiento y la imaginación y se quedan con nosotros para siempre, son las lecturas que hacemos en la juventud. De esas vivencias nacidas del encuentro con la palabra escrita, conservo todavía el recuerdo de la obra de Sor María Rosa Miranda: la Epopeya bíblica, un regalo del noble sacerdote Juan de Jesús Valiente. Los relatos del libro, versión adaptada con gusto moderno a las necesidades del lector medio, me abrieron las puertas a un mundo de héroes y batallas del género épico, tan a propósito para alimentar  la sed de aventuras del corazón humano. En esos mismos relatos ya estaba presente, como lo advertí más tarde, la oposición, al parecer irreconciliable, entre el pueblo de Abraham y sus vecinos. La violencia, las intrigas, el rencor que anida como una serpiente en el alma del hombre; el odio irracional, la sed de venganza, la paz nunca alcanzada para un periodo considerable, son elementos que impregnan la atmósfera de las páginas de la Epopeya bíblica. En esa época remota quedan definidos los caracteres esenciales de una situación conflictiva que  vemos reaparecer, después de dos mil años, al fundarse en 1948 el Estado de Israel. Los componentes subyacentes del conflicto son el dominio del territorio y las creencias religiosas, ambos mezclados con intereses cuyo origen no es muy claro,  pero que remiten en última instancia a la geopolítica, a la redefinición del orden mundial preservando privilegios y hegemonías ante la emergencia de reivindicaciones ancestrales de pueblos y culturas.

Si bien los líderes políticos de Israel son hombres de ideas modernas y algunos incluso tienen una visión completamente secular del mundo, el Estado mismo no deja de representar, para la comunidad musulmana, la encarnación de un designio de poder territorial. Israel, con asentamientos que cada día acrecientan su base poblacional, es el cumplimiento de la promesa bíblica  hecha a un pueblo constituido por esta promesa. Los colonos llegan para ocupar “la tierra prometida”, por lo que se trata, según esta óptica, no de una invasión sino de un retorno. Los Padres fundadores del nuevo Estado se inscriben, así, en la genealogía de los salvadores del pueblo judío, que lucharon para darle libertad y justicia en los tiempos bíblicos. Uno de estos Padres fundadores es Shimon Peres, muerto el día 28 de septiembre de 2016 a la edad de 93 años.

La exposición de los antecedentes históricos aquí expuestos de manera sumaria, explican el por qué las relaciones de Israel con el mundo árabe, tienen connotaciones únicas que las distinguen de las relaciones entre Estados de cualquier otra parte del mundo. La explosividad de esas relaciones hace del medio Oriente una zona minada que puede estallar en cualquier momento. Si se quiere buscar la máxima prueba a la eficacia de la política, como método de negociación para la coexistencia pacífica de los que son diferentes, dicha prueba la representa, sin duda, el caso de Israel  y el mundo árabe. Y lo ha sido de hecho desde 1948, según lo demuestran las crisis recurrentes que se han venido presentando y la fragilidad de las bases jurídicas y políticas con que se ha intentado dar estabilidad a esa región del mundo. Por todo esto, la figura de Shimon Peres tiene un significado histórico, pese a las sombras que enmarcan su larga actuación política desde la fundación del Estado Judío, hasta los años recientes de su segundo desempeño como presidente de Israel (julio 2007 – julio de 2014). Hablar de hipocresía en la política es una manera de aludir a la opacidad que es consubstancial a la política. ¿ no aconsejaba Maquiavelo tener mucho cuidado con revelar las verdaderas intenciones? El político no puede ser nunca y menos puede serlo en condiciones de posturas excluyentes, una de las cuales él representa, una figura transparente, cuya acción sea absolutamente previsible, pues entonces quedaría a merced del adversario. Exigir o esperar eso es desconocer la tarea del político que lo obliga a calcular el peso de los factores y la posible reacción  de sus adversarios. En su esfuerzo por ajustarse a los hechos cambiantes, el político debe usar la razón práctica orientada a la acción. La razón teórica, como su nombre indica opera en el orden de las abstracciones; sirve para proponer el orden ideal, la utopía, pero para incidir en la realidad concreta, su aportación requiere la mediación de la razón práctica capaz de “ver” las posibilidades de una acción eficaz. Así, la política deviene en “el arte de lo posible”.  El realismo político en su mejor expresión guarda congruencia con la realidad y  construye una Techné, es decir, adapta los medios a los fines. En este reconocimiento de  circunstancias jamás idénticas, se asemeja al pragmatismo de los oportunistas, pero se distingue de él, en cuanto mantiene vivos los objetivos superiores y respeta la verdad y los intereses del adversario. De la política puede decirse lo mismo que dijo Kapuscinsky del periodismo: “no es un oficio para cínicos”. Pero esto únicamente es posible, porque ambas actividades se prestan a la hipocresía y porque tienen como única garantía la intima adhesión a sus convicciones de parte de quienes las practican. La autenticidad del político o del periodista queda fuera de la competencia del observador externo, salvo, claro está, en los casos muy obvios en los que el cínico ha perdido todo recato, considerando su conducta ”normal”, en tanto corresponde a los estándares morales de una sociedad en decadencia. Shimon Peres fue, hasta dónde puedo juzgar su trayectoria, un político realista que buscó la consolidación del Estado Judío, pero creyó posible conseguir esta ambiciosa meta a través de una paz que permitiera a la comunidad judía permanecer y prosperar junto a sus vecinos, sin la permanente amenaza de la guerra. Con su adversario político Yitzhak Rabin y con el mayor adversario de ambos, Yasser Arafat, se apuntó un gran logro con la  firma de los Acuerdos de Oslo de 1993.Con dichos Acuerdos se pensaba trazar la ruta que terminaría, después de cinco años, con la creación del Estado Palestino independiente. La meta no se alcanzó, provocando la crítica de quienes vieron en los Tratados de Oslo una simple estrategia enmarcada por la hipocresía, con el único propósito de ganar tiempo y facilitar el cumplimiento  del programa nuclear Israelí, del que Shimon Peres fue el principal inspirador. Sin embargo, ver en estos hechos una contradicción, es renunciar a la complejidad de lo real y pretender imponer lo deseable a lo posible. Shimon Peres aspiró a la paz sin que estuviera a su alcance crear las condiciones efectivas en que ésta fuera absolutamente factible. Por lo demás, sabemos muy bien que la paz es una adquisición frágil en trance constante de perderse. El mérito de Shimon Peres fue su esfuerzo obcecado en busca de la paz, procurando ser interlocutor confiable en un ambiente cargado de suspicacias, tanto en el bando contrario como en el suyo propio. Para el primero, su pacifismo era una careta; para el segundo, su pacifismo era signo de debilidad. No obstante se mantuvo firme en sus convicciones, siendo fiel a sí mismo y ésta es la mayor virtud  a que puede aspirar el hombre público El caso de Shimon Peres nos muestra los alcances de la política y sus límites. Estos límites nos dicen que la política no puede darnos todo lo que queremos, pero es la única que mantiene abierto el camino de la esperanza, cuando el político actúa por convicción y hace del poder un instrumento al servicio de la comunidad.


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