lunes, 13 de abril de 2015

ECCE HOME II


A propósito del nuevo Evangelio Epistemológico del Hombre[1]

Lenin Torres Antonio
Lo Imposible:
Todo lo escrito sobre el hombre es una “gaya de fe” de la posibilidad de saber de él mismo, y además que ese saber es posible trasmitirlo, y que éste cause efectos en la realidad humana, “un decir” que necesariamente se valida en “lo dicho por el otro”.
No obstante, el saber de “ella”, congratula, y más si es “gaya de fe”, puesto que lo primero que refleja es una voluntad ciega que habla siempre de la historia de quienes la escriben, o cuando menos, es el relato de un nacimiento fallido; porque se construye desde un saber que no se sabe más que en un movimiento hacia sí mismo, para posterior, asumir su ajenidad en un movimiento hacia sí mismo de sí mismo en un otro que lo niega.
Nos percatamos de nosotros sólo en un momento posterior, al darnos cuenta que “no somos eso que creíamos ser”, y que la única posibilidad de “ser uno mismo”, es asumiendo en nuestras manos  la propia muerte, negando que se cumpla en lo sintético a priori el final de nuestros huesos y la libertad de nuestras almas.

La Gran Mentira:
Conócete a ti mismo” es la irrupción del logos como instrumento de conocimiento, es el entrampamiento del ser en el signo, es la enajenación fáctica y la resurrección de Apolo, la razón desmesurada, y el la impuesta del velo del lenguaje, o la mediación del signo para acercarnos al ser, que paradójicamente, nos ha  alejarnos del ser.
Y como denuncia Nietzsche, es el sendero en que nos puso Sócrates, la inocencia perdida, la abstracción desmedida y la gloria del logos, el abandono del cuerpo, y la emergencia de un sujeto “completado” por la ciencia.
En contrapartida, epimeleia, el cuidado de uno mismo, el desplazamiento de la mirada a la mirada del otro para permitir sentirse, sentirnos, para no hablar tan sólo de uno mismo, para no anunciarse y despedirse de una verdad o prótesis impuesta.
Rescatar al sujeto que ha transitado del “cuidado de si” al conocimiento, una verdad intima, donde Dionisio dormitaba arriba de un tigre, sin que esa embriagues significara perderse en el infinito, sino ser lo infinito.
“El cuidado de si” no era usurado por la temporalidad, en contra partida, “el conocimiento de si” era la historización del sujeto, es el espacio determinado por lo posible, ya que la historia es acumulación del lenguaje en un determinación fatal, porque no hay salida más que en el no ser, que es la última verdad reconocida a fuerza.
Espíritu, psique versus mente, comportamiento, conciencia, cognición, cerebro, incluso universo mecánico versus universo orgánico, vivo; ciencia objetiva incapaz de transformar al sujeto por medio de su propia verdad, intento de transformar objetos donde la única verdad es el de la ciencia.
Nietzsche junto con Marx y Freud denuncian los enmascaramientos del lenguaje y transforman la aparente “profundidad” en mera superficie.
Un alto a quienes han tomado posición negativa ante la vida.
“Aquella  ecuación socrática razón=virtud=felicidad, la más extravagante que ha existido, que tiene particularmente contra sí todos los instintos de los antiguos helenos” El ocaso de los Ídolo, 1998.
“Razón=virtud=felicidad significa simplemente: debemos ser como Sócrates y levantar una luz permanente contra las tinieblas; la luz de la razón. El hombre debe ser a toda costa claro, sereno, perspicaz, ya que cada concesión a los instintos conduce a lo desconocido, a lo inconsciente” Ibíd.
En suma, hay que combatir los instintos.
“Nadie era dueño de si mismo, los instintos se volvían unos contra otros” Ibíd.
“Extirpar (la sensualidad, el orgullo, el afán de poder, la sed de venganza, la codicia). Pero extirpar las pasiones de raíz equivale a extirpar la vida de raíz…” Ibíd.
¡Encontrar en la oscuridad y el temor a la enfermedad los brillos de la vida!, por eso no debe espantarnos el sufrimiento de Nietzsche, pues supo, como ningún otro, asumir su propia labilidad, su insignificancia, su condición de enfermo-muerto. No por nada llega a predicar que el cuerpo es la real persona, el cuerpo donde deja su huella la vida, donde se oculta el ánimo, donde hay sabiduría, donde se reflejan nuestras glorias y fracasos, donde se libran nuestras mejores batallas, hasta las intelectuales, donde se vierte el llanto de nuestros seres queridos al final de nuestras vidas. Principalmente el cuerpo enfermo. Es Foucault, quien nos recuerda que se hace necesario:
Interrogar al cuerpo mismo del enfermo mediante la lectura inmediata de los signos que se inscriben en su propia espesura, y que obligan al médico a acercar su oído al cuerpo o a dar crédito al sentido del tacto (...)[2]
(...) defiende el coraje de actuar y pensar de acuerdo a lo que “sabemos”, es decir, de actuar de acuerdo al instinto, a pesar y en contra del proceso de alienación que la sociedad opera sobre nosotros. Por eso su moral no es una moral, sino más bien la destrucción de toda idea de moral; la moral diseca al yo, lo vuelve olvidadizo de sí mismo, lo transforma en un fragmento disecado de lo que él puede ser[3].
Lo que hasta ahora ha tomado en serio la humanidad no son ni siquiera realidades, sino simples productos de la imaginación, o, más exactamente, mentiras surgidas de los malos instintos de los seres enfermos y nocivos en su sentido más profundo. Me refiero a conceptos tales como: <<verdad>>, <<alma>>, <<virtud>>, <<pecado>>, <<más allá>>, <<Dios>>, <<vida eterna>> (...) con todo, se ha creído ver en ellos la grandeza, la <<divinidad>> del ser humano (...) se ha aprendido a despreciar las cosas <<pequeñas>>, es decir, las cuestiones fundamentales de la propia vida[4].
Lo no-natural se agarra al cuerpo para darse vida, para exponer su arbitrariedad. Urge un cambio de fuente, de la razón que hacía ver al cuerpo desnaturalizado, al afecto que hace ver la razón des-legitimada, impotente, como la sonrisa sin el rostro, como un anillo sin dedos.
La insistencia de Nietzsche en hablar de cuerpo, instinto, voluntad o afecto, tiene por objeto desplazar el discurso del campo privativo de la razón a dimensiones afectivas y de la sensibilidad[5],
Reivindicación de la fuente original.
Nietzsche se pregunta, “¿cómo se llega a ser lo que se es?”, y comenta, “esa obra maestra en el arte de la auto conservación que es el egoísmo”: ¿Cómo se llega a ser un hombre culpable, tener una mala conciencia?, ¿Cómo se ha podido llegar a vivir en un engaño, creer en un mundo aparente y en “el más allá”? ¿Porqué nos avergonzamos de nuestros cuerpos?, ¿Cómo hemos matado a Dios y en su lugar erigimos orgullosos la “nada”?, ¿Es la historia del hombre la historia de una ilusión? Todos en pos de nuestra naturaleza egoísta, solitaria. La verdad es que
Esas pequeñeces –alimentación, lugar, clima, esparcimiento, toda la casuística del egoísmo- son increíblemente más importantes que todo lo que hasta  hoy se ha venido considerando crucial[6].
Insiste Nietzsche en el cambio de perspectiva, porque también él demanda perspectivas, la suya: la restitución al cuerpo de su dignidad. Por eso escribe:
Es de importancia decisiva en cuanto al destino de los pueblos y de la humanidad, que la cultura sea comenzada en el lugar debido –no en el alma-...: el lugar preciso es el cuerpo, el gesto, la dieta, la fisiología, el resto es consecuencia[7].
Todo comenzó con el cristianismo, o si se quiere ser justo, con la filosofía platónica, ó... si se quiere ser mucho más justo, con Sócrates,
Instinto y razón...la primacía de la razón sobre los instintos...Sócrates  y que ya mucho tiempo antes del cristianismo escindió los espíritus...[8].
La inocencia el hombre la perdió no en el pecado original, en la voluptuosidad de Eva, la tentación, ni el parricidio perpetrado contra el padre de la horda primitiva, Dios padre, sino cuando comenzó a hablar, por la boca penetró el veneno de la mala conciencia, la ilusión, el mundo aparente, la moral. Permítaseme advertir que no hay que olvidar que la “razón” e “instinto” no persiguen las mismas metas
Platón...quiso demostrar a sí mismo, empleando toda su fuerza...que razón e instinto tienden de por sí a una única meta, al bien, a <<Dios>>; y desde Platón todos los teólogos y filósofos siguen la misma senda, -es decir, en cosas de  moral ha vencido hasta ahora el instinto, o <<la fe>>, como la llaman los cristianos, o <<el rebaño>>, como lo llamo yo[9].
Hay además, de ese desprecio a los instintos, al mundo de lo sensible, en adición, a la vida;
(...) esa mentira  a la que llaman “alma” ó “espíritu” para arruinar el cuerpo; (...) han difundido la idea de que la sexualidad, condición previa de la vida, es algo impuro. En suma, la moral puede ser, así, definida como la idiosincrasia del decadente, con la intención oculta de vengarse de la vida, y eso se ha conseguido[10].
Esa mejor forma de vivir, aun cuando sea “creer en la nada que no creer”, relevarse de si, la enfermedad como un intento de volver al ser de uno mismo que la construcción del adentro nos lo ha arrebatado.

Un Resumen:
Aterrados ante la idea de que no exista nada, perdemos la gratitud de sostenernos cuando menos con esa nada, esa mentira, ese simulacro,  el sujeto determinado por la red de significantes, constitución de un sujeto a partir de su confirmación en el otro; otro que tampoco queda exento de esa mortal dependencia, de esa confirmación vital. En esa búsqueda inútil, en esa felicidad exigua, el sujeto requiere de ese tesoro de significantes que le dé el pase al reino de lo transmisible, en suma, que le permita lanzarse a la vida, aún cuando en ese salto quede cada vez más cerca de su no-ser.
El sujeto en el origen incompleto se sumerge en el lenguaje buscando encontrar el edén, esa cadena interminable de signos, infructuosos sustitutos de la cosa, que nos deja permanentemente insatisfechos, anhelando la primera experiencia de satisfacción, en un eterno suplicio, condenado a la rueda de Ixionte, atado a la peña de Sísifo y sentenciados a la angustia de Tántalo[11], prometeicos héroes de ficción, alternativa engañosa que nos había prometido llevarnos al paraíso, la ciencia y su vasallo el logos.

Necios:
Volvemos repetidamente un eterno retorno, nuestras acostumbradas visiones de la realidad, del mundo que queremos, de deseo que se jacta de utilizar el saber para hacerse escuchar, para ser, nuestras acostumbradas maneras de dejar nuestra impronta de confusiones y de miedos, la inmensidad de impresiones que avasallan a nuestros tenues y limitados sentidos, que hacen que nos agarremos hasta de la mentira o de la verdad privada de una escucha de sordos. Así parece que el valor y el desprecio al cuerpo es la única manera de salir del embrollo de nuestra existencia. Aunque al final de cuentas no haya más destino que la transformación del cuerpo en polvo, en basura, en tierra pisada, hecha huella donde renacerá algún día posterior las nuevas instituciones ideales que harán que nos veamos otra vez diferentes y exclusivos, siempre con la ilusión de que podamos ser más que animales. A fin de cuentas, uno más de los tantos rostros de la pulsión.

El Primado de la Voluntad:
Sin más, así ocurre la vida humana, presa del deseo, del indestructible inconsciente, auspiciando una racionalidad carente de voluntad, y las marcas en el cuerpo van alejándonos del vestigio de la naturaleza humana. Nos hemos acostumbrado a convivir naturalmente con el suicidó de la razón.
Decía Schopenhauer, el padre en común que tuvieron tanto Freud como Nietzsche, cuando afirmaba: “el intelecto no se entera de las decisiones de la voluntad más que a posteriori y empíricamente”[12]. Voluntad, Ello[13], pulsión, conciencia, mala conciencia, Schopenhauer es quien evidencia el primado de la voluntad, y la función servil del intelecto –razón-. A Nietzsche y a Freud les vale, y la humanidad inconscientemente ha erigido monumentos (vida propia inamovible) en su honor.
Esa concepción, es decir, la constatación de que el intelecto está ahí para agradar a la voluntad, para justificarla, para proporcionarles motivos[14]
Pues gracias a esa constatación de la predisposición del intelecto de agradar a la voluntad, es como puede explicarse la sumisión, la introyección, la interiorización, la alienación, el congelamiento. Por ello, hay que reconocer que el
Intelecto como instrumento al servicio de la voluntad: es el punto del que brota toda psicología, toda psicología de la sospecha y del desenmascaramiento[15]
Exposición de un proceso, la alienación.

Las Condiciones Humanas del Sometimiento:
La naturaleza se ha impuesto la paradójica tarea de generar un animal que pueda prometer, que pueda responder por sí mismo y por la palabra dada, un ser que le es lícito hacer promesas.

 
Atribuirle una cualidad al hombre, dispensarle la capacidad de recordar lo que dijo, y asumir con ello su autoría y las consecuencias. Y con ese recuerdo construirle una prótesis para vivir, una  visión de la vida y de la realidad, el mundo del semblante, a este respecto, Nietzsche dice:
Nosotros hemos creado una concepción que nos permite vivir en un mundo, que nos permite percibir muchas cosas para poder soportar el vivir en éste mundo[16].
El hombre fue hecho para “hacer promesas”, en otras palabras, para responsabilizarse, para obedecer la ley –de Dios, del Estado-, para creer; así como también fue hecho para obedecer. Así que:
(...) para que esto haya sido posible, ha sido preciso que en el hombre se haya desarrollado cada vez más una facultad puesta al servicio de un comportamiento predecible, regular, necesario, una facultad opuesta a aquella capacidad de olvido y capaz de ponerla en suspenso: la memoria[17]
Un olvido noble, jovial, alegre que hace que todos las experiencias sean únicas y principales, pero tenía que crearse una facultad contrapuesta, la memoria, que le permitiera recordar sus promesas, sus palabras, hacerlo responsable de lo empeñado en su discurso. Mundo de la necesidad, de la separación entre lo importante y lo accidental:
(...) para disponer así anticipadamente del futuro, ¡cuánto debe haber aprendido antes el hombre a separar el acontecimiento necesario del casual, (...) a saber establecer con seguridad lo que es el fin y lo que es el medio para el fin, a saber en general a calcular, volverse regular, necesario, poder responderse a sí mismo de su propia representación, para finalmente poder responder de sí como futuro a la manera como lo hace quien promete![18]
Ese saberse dueño de la palabra, sentirse responsable, dueño de la perspectiva, ese estar en condición de un futuro, estar de pie, y mirar la lejanía y hacerla suya, le proporciona al hombre lo que llama Nietzsche, “instinto de dominio”[19], o conciencia. Esto no es más que la pura pulsión, el ello, el inocente impulso, la cara con miles de rostros.

El Inconsciente Sabio:
Volvamos hacer presente a Schopenhauer, en cuanto a la evasión de la voluntad, del ello, por no dejarse capturar por el concepto, incluso podíamos decir que construye él mismo el concepto, la idea. Por eso vemos en la actualidad, que en el espectáculo de cine y televisión, la información llega a la comprensión sin someterse necesariamente a la modulación de la reflexión y, con la mayor frecuencia, sin exponerse siquiera a ella. Imagen que le define su ser, su identidad.

Genealogía: Eros y Thanathos:
Quizás sea necesario reconstruir la genealogía de la vida humana, y buscar la esperanza, cuando menos, en lo que haga oposición a la pulsión de muerte que sobrevivió en nosotros desde la génesis de la vida humana, Eros.
Hemos partido de la oralidad, del mito, que devino en lo escrito, en la captura por el concepto. Después, vino el signo y el acercamiento a pensamientos abstractos, así inmovilizamos la imagen y los hechos.
Paulatinamente se fue construyendo el saber del hombre, transito de lo escuchado, a los visto y graficado, y los porteadores de ese tránsito, pasaron de los cánticos a la discusión retórica, hasta que al fin apareció el logos, el signo.
Pero ese camino no dejo de tener un entrecruces, y se fuera del mito al logos, y viceversa, que se sirviera de la imagen para hablar de razones generales, y que el saber se resumiera tanto en lo logo del mito, como de lo mítico del logo. Sólo así podíamos justificar el contubernio del que sólo hablaba (Sócrates) con el que sólo escribía (Platón), sólo así podíamos entender de plano el mito del logos.
En el diálogo hecho texto, pudimos aun percatarnos de las discusiones, los personajes, el mensaje, el acertijo, el ser que se asomaba, la noción que implicaba, y fundamentalmente, una noción del hombre, que siempre terminaba siendo un íntimo del amor, Eros. Pero no tan sólo nos dimos cuenta de que un dios cargaba con toda la responsabilidad, sino también lo que de él descubría y definía al lector, lo que se transparentaba. Fue así como vimos a un sujeto que cargaba un dios en sus extrañas, el deseo, sí, el mismísimo Eros, y todas sus consecuencias, sus vericuetos, sus malas compañías: Thánatos.
En principio se sabía que Eros era simple deseo, simple pulsión, unión, y que debería tender hacia el bien, según el propio Platón lo anunciaba desde las alturas del saber, del bien. Pero aún no nos habíamos percatado de que ese destino pisaría terrenos difusos hasta toparse con la nada, con el no ser, con la imposibilidad de la continuidad del ser, de terminar el vía crucis de lo siempre provisional y lo carente constitutivo.
Pero ese fin conllevaba la oportunidad de la eternidad, de la posibilidad de la inmortalidad, en esa descendencia que siempre hace que el ser se empeñe en seguir siendo, procreación oportuna y salvadora. Se repite la constante del ser, ser en el otro, otro que mantiene en su presencia la existencia del otro,  y en ese deseo que se desliza buscando anclarse para ser completo y feliz, amante amado, amado amante, no por nada nos reconocemos más que en esa dependencia que esclaviza nuestras intenciones y nos hace unos eternos trágicos, encuentro de dos faltas, de dos carencias, que siempre tienen la ilusión de que han encontrado el uno en el otro la aversión por la oscuridad, el otro en el uno, la simpatía por la ciudades luminosas.
Eros versus Thánatos, pues sólo en esa experiencia final de satisfacción el sujeto completa la búsqueda, no por nada el conocimiento es paranoico, pues la búsqueda se vuelve frenético, sin paz, en guerra. Pero no desesperemos, pues hay algo que decir a favor de Eros, el Amor, el lazo afectivo, la buena intención, la propensión hacia el  bienestar, hacía el bien. Cuando menos es recurrente creer que es así, y que la vida no es un sufrir, sufrir, la cruz, la cruz. Aunque tengamos que aceptar que somos sujetos escindidos, incompletos. Inscripción del individuo en la sujeción, en la subjetividad. Esa relación frustrada de “dar lo que no se tiene”, no es fortuita ni mucho menos ociosa, hay siempre creatividad hasta en la pérdida, hasta en la imposibilidad. Pues en esas sustituciones de objetos, de deseos provisionales que nos acercan, cuando menos nos dan la esperanza de que algún día la meta se cumpla, de que estemos completos, el hombre crea y se recrea en lo hecho, en el hacer de esos momentos los paraísos momentáneos que nada le piden al paraíso celestial, quién no ha perdido la cabeza y hasta otras muchas cosas por el frenesí de un amor, de una caricia, o cuando menos, de una ilusión. Pero cuidado, no apostemos todo a la primera, hay que saber que con mucha facilidad se deja de sentir esa emoción de totalidad, y la ajenidad nos ronda por doquier. Paradójicamente, no hay puesta en acto de un sujeto sin la posibilidad de que para que sea tal, tiene que no realizarse, es decir, estar en carencia, el sujeto es, en cuanto posibilidad de estar, un ser nunca completo. Así, el sujeto conocido por tener la posibilidad de conocer al otro, viene a diluirse en que para que eso ocurra, necesita ser reconocido por el otro, pues no es suficiente que mire si no es mirado. Intersubjetividad que nos sitúa enfrente los unos con los otros siendo unos perfectos extraños, imposibles.

Una Esperanza Frustada:
Siempre pensando ilusamente que nos libramos del deseo incómodo y violento, terco, y pedante, que incluso el paso a la realidad humana, conlleva la instauración del principio de realidad sobre el principio de placer, sin embargo, nunca lo suplanta ni lo domina, la ontogénesis sobre la filogénesis, lo individual sobre lo social, sobre la cultura.
Terminamos tarareando la canción de Joaquín Sabina:
“A ti te estoy hablando a ti, que nunca sigues mis consejos, a ti te estoy gritando a ti que estás metido en mi pellejo, a ti que estás llorando ahí, al otro lado del espejo, a ti que no te debo más el empujo que anoche me llevó a escribir está (nuestra) canción”.
El acto de civilidad implica la ilusión de domeñar la pulsión, la libido. La Bildung, formación, cultura, educación, anhelo ilustrado.

Una Esperanza Metodológica:
No ha muerto la pregunta por el ser humano. No ha muerto, y necesita un urgente enfrentamiento que implique inclusión no-exclusión, lo subjetivo también es real. La naturaleza humana no se ha agotado en sus definiciones, por el contrario posee una actualidad candente, y se necesita propiciar un nuevo debate, que responda a cómo es que se llega a ser eso que llamamos “persona humana”. 
Re-fundar la noción del hombre, ampliar la definición de hombre, más allá de animal racional, animal del lenguaje, animal que construye, además, animal que huye, es el camino idóneo que reafirma la diferencia dentro de la identidad, la multiplicidad dentro de unidad, el devenir dentro del ser del no-ser.
Es una labor de dar luz, y a esa labor nos tenemos que incorporar, de desvelamiento, de descrédito de nuestras verdades absolutas, de evidenciar la intentona de esa supuesta renunciar a ese estadio precoz en que se era uno con el otro, que nos pide el privilegio de acceder a la cultura, al estar los unos frente a los otros, la historia de una triste separación, de una perversión, de un hacernos adultos de pronto, nuestra historia, historias de un domeñar frustrado, porque, así como al jinete, si quiere permanecer sobre el caballo, a menudo no le queda otro remedio que conducirlo adonde éste quiere ir, también el yo suele trasponer en acción la voluntad del ello como si fuera la suya propia, de identidad, de diferenciaciones, de un adentro, de un afuera.
La crítica nietzscheana a los postulados del pensamiento occidental (reflexión moderna), principalmente, la que hace a la moral, nos hace sentir de cerca, en carne viva, aún con sufrimiento, que hay algo de verdad en eso que desvela como mala conciencia, que hay algo de verdad en eso que describe como desviación y encapsulamiento del cuerpo -los instintos- por lo social, y que hemos pagado con mucha sangre para estar ahora juntos, unos con otros, todos con ninguno: sucumbiendo a la reflexión, sin voluntad.

Así también, el sumergirnos en la metapsicología freudiana, que nos habla de los secretos del <<alma>>, de la psique humana, que nos hace escuchar los síntomas (signos desatendidos) de un río subterráneo (el inconsciente) que discurre en libertad y dirige la mayor parte de nuestras acciones, sin siquiera tomarnos en cuenta, dejar de sentirnos inocentes y no poder ya apreciarnos despreocupados al perdonarnos por el equívoco, ya no poder jamás decir, <<¡perdón, lo siento, me equivoque!>>, al nombrar con otro nombre del suyo al ser amado que tantos veces le dijimos que ocupaba todo nuestro corazón, sentirnos culpables por desear y no tener más opción que transgredir y sufrir la vigilancia de un interior –el superyó- que no deja de ser cruel y severo para imponer la decencia, la moral, desde la indecencia e inmoral de su origen. Estos pensamiento parece que provienen de autores que se conocen de hace mucho tiempo, que comparten ideas que se hermanan, que interponen denuncias en conjunto, que desenmascaran a dúo. Posiciones que se entrecruzan, que se alimentan, que hablan de las mismas cosas con discursos diferentes, pero con vocablos comunes.

El tema que nos ocupa obligó dirigir la mirada a los lugares en que estuvieron cerca Nietzsche y Freud, casi tan cerca que pudimos confundir sus pasos, tanto que estuvimos a punto de errar en el reconocimiento de las primicias, pero eso no sucedió, puesto que el psicoanálisis –la arqueología- freudiano -Die Traumdeutung (1900)- nació cuando sucumbió el genealogista Nietzsche (1900).

Nietzsche y Freud comparten ante todo una teoría de la sociedad, una respuesta a la pregunta sobre “cómo el hombre llega a ser lo que es”. Y el hombre que descubren, es el hombre moral, el de la culpa, el de la mala conciencia, el enfermo, el sujeto escindido, barrado, reino del inconsciente. Encontramos que la culpa (“deuda”) viene a constituir un concepto fundamental para entender sus teorías de la sociedad y del individuo. 

El termino principal para entender la culpa tanto en Nietzsche como en Freud es el de interiorización, “introyección”, el proceso por el cual

El sujeto hace pasar, en forma fantaseada, del <<afuera>> al <<adentro>> objetos, y cualidades inherentes a estos objetos[20],

procesos descrito por la clínica psicoanalítica, pero que sorprendentemente, es similar a lo que Nietzsche describe como la vuelta hacia sí del instinto[21], que tiene como resultado un ser oprimido por la cultura, la interiorización de la norma moral, el “deber ser”, a partir de una deuda imaginaria e inconmensurable con los antepasados, dioses, sociedad.

Tanto en Nietzsche como Freud la conciencia moral descrita como sentimiento de culpa, reconocimiento interior de la ley, es verdadera culpa, sentimiento de culpa, cuando es interiorizada. Así podemos constatar que tanto Nietzsche como Freud comparten un dato esencial del mecanismo de introyección, a saber, la “fantasmatización” del temor a la pérdida ó al castigo, temor que excede la magnitud de la amenaza real. Es decir, la construcción a nivel imaginario de figuras poderosas, capaces de infringir castigos y penas, representados por el Dios de la moral ó los antepasados en Nietzsche, en Freud, por el superyó –padres muertos, idealizados-, y los padres ó autoridades en lo real, los cuales debemos obedecer como instancias que determinan lo que es permitido.

Hay que decir que tanto en Nietzsche como en Freud se establece en el trasfondo de sus teorías sobre la culpa y sus teorías del hombre, una relación de poder. En otras palabras, un juego de poder en el interior del sujeto, entre lo pulsional y la norma –la prohibición-, aunque en la mayoría de los casos se ha impuesto en ese juego de poder, el poder de la culpabilidad, que es el reconocimiento de límites y significantes inhibidores, aunque (también hay que decirlo), lo pulsional -mociones sexuales y agresivas-, lo instintual se las ingenia para satisfacerse, de la pulsión domeñada, en su enfrentamiento con la norma, con la conciencia moral, provoca una tensión –arrepentimiento ante la falta cometida- que es lo que propiamente se denomina “sentimiento de culpa”, culpa verdadera.

La introyección viene a ser el mecanismo que coloca en el interior del sujeto un mundo fantaseado (pero con soportes ubicables en la realidad como es el caso de los padres -en Freud- como soportes del super/yo) de la obligación y la responsabilidad.

Hay, tanto en Nietzsche como en Freud, dos momentos puntuales para llegar a un verdadero sentimiento de culpabilidad:  en Nietzsche hay, en el curso hacia la verdadera culpa, una etapa que podríamos denominar simple deuda o “culpa material”, y otra, la auténtica interiorización de la “culpabilidad” ó auténtica culpa moral; en Freud, podemos percibir como lo señala Melanie Klein, dos momentos en el proceso estructural hacia al auténtico sentimiento de culpa, el que podríamos denominar culpa patológica ó “persecutoria”, y otra culpa normal ó “depresiva”, y estos momentos se pueden observar en el atravesamiento que hace el sujeto por el Edipo.

Este proceso hacia la verdadera culpa que constituye el paso del “afuera” hacia el “adentro”, en suma, la introyección, va a situar al hombre en un conflicto entre su deseo y la prohibición, entre su instinto y “la moral”, en otras palabras, conflicto de fuerzas, mecanismos activos-reactivos, descripción de una enfermedad de la conciencia, “la mala conciencia”, dará un paso atrás –decadencia- de la cultura, para la necesaria “emancipación del sujeto”, (según Nietzsche); según Freud, condición necesaria para el desarrollo de la cultura[22].

“Al igual que Freud, Nietzsche piensa que la conciencia es la región del yo afectada por el mundo externo”[23], puesto que la conciencia de culpa, es el resultado de la interiorización de elementos externos que vienen a constituir la deuda material, el temor y las identificaciones con los padres, autoridades, acreedores, que luego se inmortalizarán en el interior del sujeto. En otros términos, “anchura y profundidad”[24] al cuerpo, creando lo que podríamos llamar el “contenido espiritual del hombre”: pensar, creer, querer, odiar, en suma, reflexionar, y siempre en un déficit, paradójicamente, la muerte como motor de la vida, el no ser en el ser.

Nietzsche señala que “el concepto de culpa procede del muy material concepto -tener deudas- (schulden)”[25], y que ésta no era más que el efecto de la relación entre “deudor y acreedor”, simple resultado de una relación contractual, así que el sujeto deudor al contraer la deuda otorgaba poder al acreedor, para que en caso de no restituirle la deuda pudiese ejercer el poder y someterlo a una pena, a un castigo. Pero si observamos, esa relación entre acreedor y deudor era una relación entre los que tenían y los que no tenían, entre el fuerte y el débil, así que la aplicación de la penas contenía el equívoco de que se establecía una equivalencia entre el castigo –el dolor- y el perjuicio. Para Nietzsche esa pena se circunscribía a la manera como los padres castigan a sus hijos, por cólera de un perjuicio sufrido, la cual se desfoga sobre el causante, pensando que había compensación en el castigo a la falta. El resultado era que el penado, el deudor, el culpable de la deuda material, no tenía verdadera culpa, en el sentido de remordimiento por la trasgresión, de tensión entre el “deber ser” y la conciencia, ó sea el instinto; por el contrario, Nietzsche afirma que “la pena endurece y vuelve frío, concentra, exacerba el sentimiento de extrañeza, robustece la fuerza de resistencia”[26], ¡cuál culpa en el malhechor! Vemos que en la culpa material solamente hay un efecto de temor de ser dañado, de ser castigado por el acreedor –la autoridad, el fuerte-, así el deudor busca simplemente evitar la agresividad morbosa del acreedor ante el incumplimiento de la deuda. No hay todavía interiorización, pero sí la figura fundamental de la moral que es la de “deuda”, “falta material”, que  implicaba la noción de obligación, aquella obligación de pagar la deuda que contraía todo deudor con el acreedor, ámbito del derecho. Hubo una traslación del ámbito personal al ámbito social, así que su naturaleza de “animal tasador en sí” y esa necesidad del hombre de tasar, de intercambiar, de hacer contratos, de adquirir deudas, y por ende obligaciones, es trasladada al contorno de la relación que establece una comunidad con sus miembros, pero ahora no hay un acreedor sólo a quien pagar la deuda, ahora es a la comunidad entera la que actúa como acreedora y demanda sacrificios y pagos por los sacrificios y las obras que realizaron los antepasados, y por los beneficios de vivir en lo social. Con el tiempo la deuda, en la medida en que crece el poder de las estirpes –los antepasados-, la comunidad misma, es como crece la deuda contraída con ella, la deuda se vuelve impagable. También hay que decir que los antepasados fueron adquiriendo tal poder hasta devenir en dioses. Ahora la deuda es no con una persona sino con Dioses, con la comunidad.

Ahora bien, se introyectaron las normas prohibitivas y el sentimiento de inconmensurabilidad de la deuda contraída, tanto como el ideal asceta,  imagen de Dios, (con el advenimiento del Dios cristiano), que es el Dios máximo a que hasta ahora se ha llegado, lo que ha implicado en la tierra la manifestación del maximun del sentimiento de culpa. Además hay que decir que la argucia del cristianismo de exculparnos falsamente con la muerte de Jesucristo, acarreó al hombre más culpa. La mala conciencia nos hizo decir: “es culpa mía”.

Estas fases hacia la verdadera culpa implican dos formas de responsabilidad, una con la simple deuda, y otra con la culpabilidad, así que

(...) una tiene por origen, a la actitud de la cultura; es sólo el medio de esta actividad, desarrolla el sentido externo del dolor, debe de desaparecer el producto para dar sitio a la hermosa irresponsabilidad; en la otra todo es reactivo: tiene por origen la acusación del resentimiento, se incorpora a la cultura y la desvía de su sentido, provoca un cambio de dirección del resentimiento que ya no busca culpable en el exterior, se eterniza al mismo tiempo que interioriza el dolor[27].

En una hay la posibilidad del pago con la consecuente posibilidad de volver a endeudarse, de volver a disfrutar de nuestra naturaleza, en la otra, no hay posibilidad de pago, así que el dolor se hace permanente, es más, el dolor –la penitencia- se instituye como una vía para la exculpación en la otra vida, pues en ésta es imposible pagar la deuda. La mala conciencia, escribe, Nietzsche ocurre “(...) cuando el hombre se encontró definitivamente encerrado en el sortilegio de la sociedad y de la paz”.[28]

Toda la naturaleza indómita y salvaje del hombre queda empequeñecida cuando los instintos fueron reprimidos, confinados a la oscuridad, por obra de la cultura, que se sirvió de la mala conciencia, la culpa. Sobre una constante represión se construyó la cultura, la sociedad. Por ello Nietzsche dice que el sentido de toda cultura consiste en hacer del hombre un animal manso y civilizado[29], y para ello tiene que reprimir todos sus instintos, ocultarlos, sublimarlos, construirle cómodas celdas, la razón, inteligencia, en suma, hacerle prótesis. Así que

(...) todos los instintos que no se desahogan hacia fuera se vuelven hacia dentro –esto es lo que yo llamo la interiorización del hombre; únicamente con esto se desarrolla en él lo que más tarde se denomina su “alma”. Todo el mundo interior, originariamente delgado, como encerrado entre dos pieles, fue separándose y creciendo, fue adquiriendo profundidad, anchura, altura, en la medida en que el desahogo del hombre hacia fuera fue quedando inhibido[30].

Salto de lo cuantitativo a lo cualitativo, de la simple deuda material a la mala conciencia.

Freud describe la culpa como la tensión que existe entre la conciencia moral “el superyó”, y lo pulsional, y esto como efecto de la renuncia a lo pulsional que demanda la cultura y la moral al sujeto. El estado de culpabilidad es el sentimiento de haber hecho algo que “no se debe”, algo “malo”, institucionalización e interiorización de los preceptos morales, de lo que es “bueno” y “malo”. En Freud es el superyó –conciencia moral-  quien determina la norma moral, subrogados de las identificaciones primarias, en  Nietzsche es lo que deviene con “la deuda contraída con los antepasados” y el ideal ascético. El psiquismo del hombre opera en una situación conflictual, de renuncias, tendencias y pulsiones contrapuestas. La estructura que determina ese estado conflictual es el Edipo freudiano.

Así vemos que los primeros vínculos o identificaciones tempranas vienen a constituir la herencia de prohibición que ejercita luego el superyó. El atravesamiento por el complejo edípico desemboca en la interiorización de códigos de prohibición, subrogados de identificaciones. Pero para que esta interiorización ocurra, el sujeto en su temprana infancia debe atravesar todo un pasadizo de posiciones, identificaciones y contrapuestas pulsiones.

Ya se había hablado de la culpa situada en la ambivalencia de sentimientos ante la figura paterna, ante ese sentimiento de culpa que provoca el deseo de hacer daño a una figura amada, admirada y odiada a la vez. Por ello sosteníamos análogamente que, “en una época temprana el niño desarrolla una investidura de objeto hacia la madre, del padre se apodera por identificación. Ambos vínculos marchan un tiempo uno junto al otro, hasta que por refuerzos de los deseos sexuales hacia la madre –pulsión-, y por la percepción de que el padre es un obstáculo para estos deseos, nace el complejo de Edipo. La identificación-padre cobra una tonalidad hostil, se trueca el deseo de eliminar al padre para sustituirlo junto a la madre. A partir de ahí, la relación con el padre es ambivalente”[31], pero ante la amenaza de castración, el niño abandona el Edipo y se instituye el superyó como heredero del complejo de Edipo. De esta suerte, “como resultado más universal de la fase sexual gobernada por el complejo de Edipo, se puede suponer una sedimentación en el yo, que consiste en el establecimiento de estas dos identificaciones (padre-madre), unificadas de alguna manera entre sí. Esta alteración del yo recibe su posición especial: se enfrenta al otro contenido del yo como ideal del yo o superyó”[32].

Podemos situar una relación intermedia antes de la emergencia del superyó, como la instancia psíquica que ejercerá como conciencia moral, y a la cual se opondrá a las pulsiones reales o imaginaria –puesto que para el superyó vale para enjuiciar al sujeto, tanto “hacer” que “querer hacer”.

Este momento de la culpa ocurre cuando el padre es una amenaza real, cuando se está ante un padre que puede castigar realmente, aun antes de reconocerlo como ideal, o quizás, paralelamente, en el mismo momento que vamos admirándolo vamos temiendo su poder y odiándolo, no tan sólo por poseer a la madre, sino por poder con nosotros. El momento es de difícil percepción, máximo que el atravesamiento por el Edipo ocurre en los primeros años de vida. Así que la culpa viene hacer simplemente la “falta material”, el perjuicio, el miedo al poder del padre real, la travesura vuelta falta. La tensión de ser descubierto por la autoridad, todavía hay una inocencia, todavía no se puede distinguir y mucho menos saber sobre lo bueno y malo, en el sentido ético, proto ética. Es, como dice Nietzsche, simplemente el perjuicio que se puede cometer al padre, y el temor a su agresión, como cuando se le pega al bebé por meter sus dedos a la boca. Relación entre el fuerte y débil, y estamos hablando de debilidad física, de indefensión por parte del niño, de la dependencia, de la urgencia de protección y el papel de la mirada que nos indica lo qué no se puede hacer, pero que para aprender el lenguaje del ojo hay que recibir algunos palos, construcción de los elementos mínimos de nuestra subjetividad, estructura psíquica que abreva en las fuentes de la prehistoria.

El segundo momento de la culpa es el instante en que ubicamos el temor adentro, en que el superyó cobra total independencia y autonomía, asume su papel de conciencia moral con todos los subrogados de esas identificaciones primarias, y las secundarias, donde se cuelan otros “padres”, tanto individuales como sociales, las instituciones sociales, educativas, iglesia, etc.

Es en el momento que podemos hablar que el sujeto arriba al mundo de la obligación, cuando sublima sus pulsiones, y dirige sus metas pulsionales al arte, al pensar, a la enfermedad, etc. Es cuando plenamente el superyó le pide cuentas al sujeto de sus mociones sexuales y agresivas. Cuando lo descubre haciendo o pensando lo indebido. Función del superyó, de domeñador, que garantiza el desarrollo de la cultura, y ubica el progreso de la civilización como la meta de cada uno de los miembros de la comunidad, pese a que no haya dentro de sus planes nada que garantice la felicidad a los hombres, la plena satisfacción de sus metas pulsionales. Igual que en Nietzsche, la culpa viene a ser un instrumento eficaz de la cultura para la alienación.

También en Freud hay una deuda contraída con la humanidad, por el asesinato del padre primigenio, hay una culpa de un Dios, de un antepasado divinizado que demanda más sacrificios y pago de la deuda. De esta manera, hablar de la culpa de la especie es ocuparnos también del Edipo, pues en

(...) el complejo de Edipo, pone en juego la institución familiar y, más en general, el fenómeno social de la autoridad (...) y encontrar en la norma prohibitiva del incesto y en la norma a secas, la garantía sociológica del Complejo de Edipo[33].

El complejo de Edipo social es un momento fundador de nuestras instituciones, de nuestras relaciones interpersonales, intersubjetivas, de nuestra cultura, un lugar en donde se inicia la tragedia del hombre y cada Edipo individual extrae su justificación. Al fin y al cabo, cada uno somos los herederos del sentimiento ambivalente hacia el padre, de la culpa, y del deseo incestuoso hacia la madre. Hablar de la culpa de la especie es establecer un duelo por la muerte del padre, es observar no intención sino el hecho del asesinato, es ubicar el primer acto “malo”, es volver a hablar de deseos incestuoso, de amor-odio, es develar retroactivamente el destino universal del hombre.

La verdadera culpa, ahora tiene una ubicación, un momento real, aunque sea mítico. Freud  describe cómo ese parricidio fue perpetrado por hijos que amaban y admiraban a su padre  -Dios, Jesucristo-, pero que también querían tener accesos a los frutos prohibidos que el padre disfrutaba, y que cuidaba celosa y agresivamente. Así que ante la consumación del asesinato, les sobrevino sentimientos encontrados –ambivalentes-, odio y amor hacia el padre, es ahí donde Freud ubica el origen de la culpa universal. Una pregunta queda resuelta con esta explicación de la filogénesis de la culpa: ¿quién fue primero, la renuncia o la prohibición? La respuesta es que hubo una primera renuncia -real- y a partir de ahí la prohibición –la conciencia moral- fue demandando más y más renuncias. Las mociones agresivas y sexuales fueron violentamente agredidas, obligadas a la no-satisfacción, en un primer momento de la culpa, ya que la propia violencia era utilizada para provocar la renuncia, lo que hacía el padre de la Horda primitiva con sus hijos, y en un segundo momento, ya interiorizada la prohibición, la renuncia se efectuaba no con violencia pero sí con rencor, con malestar, con extrañeza, con enfermedad, con violencia interna. No deja de parecernos que tanto Nietzsche como Freud describen el proceso de la culpa como el tránsito hacia la enfermedad. Pues, toda vida que no es vivida muere, toda pulsión que no es satisfecha deviene como enfermedad, como obra de arte, o culpa. El instinto que no se desahoga se vuelve contra sí mismo, deviene como moral de esclavo, como decadente, como resentimiento, como mala conciencia, en suma, como desconocimiento de sí mismo, como malestar.


El Ültimo Fragmento (La Desfragmentación Final), La Cruda Realidad:.
Hoy día deseamos como nunca lenguajear sobre los espacio y determinar el lugar y la naturaleza que ocupan los actores, insistir en los mitos constitutivos, y convocar a los dioses, y al gran dios: La Ciencia, El Estado, La Ley, El Gran Otro, Las Otredades, La Razón, ÉL, que sigan dando cuenta de nuestra peculiar realidad en este mundo, que nos salven de la vorágine pulsional, que nos devuelvan la unidad perdida y recuperemos nuestra hermosura de los brazos de los mil rostros esquizofrenicos en que hemos convertido el armonioso binomio cuerpo-alma, que nos vuelvan a convencer que el paraíso existe, y que el infierno es una entelequia sin valor, que el amor es el reducto hegeliano que posibilita el lazo social.

Faltan más letras, la realidad se vuelve indescriptible, la angustia por no saber a qué le tememos, por no saber qué somos, posibilitan el hombre insustancial que resuma nuestras historias de lo que creímos ser.

Continuamos creyendo en el Estado Democrático como la más refinada forma de organizar la vida en la ciudad, la cosa pública, en el Estado de Derecho que administra y regula el castigo y la potestad de ejercer la violencia, en La Civilidad Abstracta del hombre social-contractual que es capaz de reprimir su libido en harás del bien común, y organizar los espacios donde sea posible que todos seamos iguales, en la Razón como la facultad que ilumina todo nuestros oscuras noches y dudas, en el Gran Dios que, parafraseando a Freud, nos hace "unos caminantes que al cantar en la oscuridad negamos nuestros miedo, pero no por ello vemos más claro". No obstante, que una y otra vez, la realidad nos escupe a la cara: que hay un agotamiento del Estado Democrático, incapaz de hacer que nos corresponsabilicemos de nuestros espacios públicos, que el uno y el otro se hagan una sola, que el Estado de Derecho no sea capaz de garantizarnos convivencia pacífica, que existan otros capaces de ejercer la violencia y formar otros Estados de Derecho, que el ejercicio de gobernar no resulte la tentación que haga flaquear al más pintado moralista, que el Proceso Civilizatorio se resuma sólo en modales de cómo decirle al otro que soy el que tiene el poder, y formas refinadas de organizar el escenario, los espacios, donde el más fuerte someta al débil, que La Razón solo ilumina el camino de los que ostentan el poder mediático y ahora virtual, que Dios sólo sirve para consolarnos en el lecho de la muerte, y que los creyentes son unos vulgares dobles caras.                    

Hace más de dos mil años que seguimos circulando en la conceptualización de la naturaleza humana descrita por Platón, sus diálogos se han agotado y no nos hemos dado cuenta. Hoy no podemos apelar a ese pasado glorioso, ni siquiera nuestros pensadores sobre cuestiones humanas y mundanas, pueden decir más, el hombre ha muerto, y su futuro se debate por un lado en revitalizar su evangelio humanista a ultranza, o esperar a otro Platón que nos rescate de las sombras de las cavernas.

Lo macro resulta perverso, lo micro primitivo, los procesos globalizadores se han topado con lo mismo que veníamos huyendo, de la avaricia del tirano y caciques de los pueblos, las instituciones supranacionales son una caricatura que los Estados Unidos se las pasa por los huevos cada vez que quiere, lo que más le preocupa a la ONU es que el Imperio le retire la onerosa cuota voluntaria para que continué legitimando este mundo global de derecho.

Hace un tiempo, se propuso que reorientemos hacia el municipio ese proceso global, y con gran razón, pues, lo que importan son los municipios no las naciones, pues en estos pequeños cúmulos de espacio descansa la tierra que pisamos, el folklor de nuestras identidades, no es azaroso que la palabra folklor encuentra ligazón con el Volk alemán, el pueblo, entendido como el sentimiento de la gente que comparte un origen, y quizás, allí se encuentre la posibilidad de compartir algo con unos cuantos y también la factibilidad de relacionarnos con los otros pueblo, en un choque agónico de identidades/identificaciones,  la respuesta también está en la demografía.

El vacío paulatinamente se está convirtiendo en silencio, es ahora la “era del silencio”, parece ahora lejano del “hombre de la nada” definido por Nietzsche, quien al menos tenía “esa nada”, que construía su peculiar idea de mundo, donde los espacio eran lengujeados para soportar la extrañeza, el malestar que nos enunció Freud. Ante el silencio, ahora nos refugiamos en nosotros mismo, nos ensimismamos erigiendo nuestros cuerpos en un templo, éste último reducto, también se colapsa.

¿Hay acaso otro lugar que nos devuelva a nuestro sueño en vigilia, que haga que otra vez nos veamos exclusivos seres?, la caída de la unidad humana es predecible, y una convocatoria se hace urgente, la respuesta a la pregunta ¿qué somos? se hace esperar, y demanda inteligencia, astucia y terquedad. No es fácil la tarea que le dejamos a las nuevas generaciones, impotentes  ¿Sólo nos resta desearles suerte? O ¿debemos seguir esperando que la locución latina, “homo homini lupus”, sea contradicha por un novedoso y ahora si eterno contrato social?
Penetrar en el enigma, siendo algunas veces Edipo, compartimos con él la misma encrucijada estructural, de ser seres atrapados en una interminable pregunta que no se responde más que la disolución del enigma, hombres:
“Animales que se pusieron en pie, que liberaron sus manos. Y cuya vida recorre un singular curso, una trayectoria peculiar que se inicia en el desvalimiento de una larga infancia, desde un nacimiento prematuro, para conquistar nuestra difícil condición y prolongarla patéticamente en la vejez, apoyada por múltiples báculos, frente a la certidumbre final de la muerte, que atenaza a los <efímeros>”[34].
¿Lo mejor es no preguntarse, y dejar que la corriente de la vida nos lleve a donde más le plazca, aun cuando sabemos a donde desemboca el río?
Pero la pregunta persiste, más ahora que estamos enfrente de aquella -pulsión- que no ha logrado domeñar la racionalidad, la añorada “civilización”. Se erige una pregunta sarcástica con una respuesta sabida, que no se quiere pronunciar mucho menos pensar: ¿Quién es el animal dotado de tales poderes, que amenaza con destruirse a sí mismo y aniquilar al par la vida sobre la tierra? Incontrolable Golem, que sin ser visto ronda por todos los rincones del mundo, enturbiando la aparente vida tranquila del ciudadano, alejándonos del amor al prójimo, y condenándonos a la espera sacrificada para la obtención de una vida eterna, bella, buena y cierta. Se olvida de cuchichiarnos al oído para invitarnos a renacer, si queremos salvarnos, salvar la vida, ésta y no la otra: la carne, su dolor, su textura, su droga, su límite; y el alma, su ilusión, su no-existencia, su calor, el útero espiritual, y así, aunque no seamos judíos, protegernos.
La caída no es tan sola epistemológica, sino real, porque  devela al ser en el no-ser.
En suma, como cultura, arquetipo que circula y se recrea en la conciencia de un sujeto colectivo, la moral, la razón, son de lo social, se recrean en la esclavitud de los otros cuerpos, aumentando el grosor de la piel, asumiendo el concepto como forma de vida. El hombre no puede ocultarse bajo esa vestimenta, y tarde o temprano, es él mismo, el de siempre, el que en la locura se presenta solo, mejor dicho, consigo mismo. El que necesita retirarse de vez en cuando a las montañas, y volver para emprender una vez más el intento de dejar su marca en los demás; círculo vicioso de la indiferencia, lucha por la unicidad, ser el gran Uno, el omnipotente que desde su solipsismo se vanagloria de su existencia, aun cuando solamente en los demás pueda encontrarse y ser.
Estos tiempos, donde al igual que una escena de la película Apocalypto, se recrea la muerte del otro como un sacrificio a los dioses, y perplejos vemos correr la sangre y el caer de los cuerpos separados de sus cabezas por doquier, donde “el bueno” y “el malo” intercambia posiciones, y nos recuperamos de la transvaloración que hicieron los esclavos, dejando al descubierto que simplemente “bueno” es el poderoso y “malo” el débil.
El advenimiento de la nueva era está en un tiempo por venir, y como consuelo debemos agotar al máximo la fe en la idea de mundo que construimos y al igual que las cruzadas debemos volver a nuestros lugares sagrados y defenderlos estoicamente, e iniciar una evangelización política y ética casa por casa, escuela por escuela, barrio por barrio, ciudad por ciudad, país por país; cuerpo por cuerpo, alma por alma, esperando volver a creer en nuestras mentiras, o solamente quemamos nuestras letras, nuestras vasijas, nuestras casas, nuestras instituciones, nuestros saberes, y esperáramos la salida del Nuevo Sol.

Un Intento de una Epistemología del Hombre:
El delirio del poder que acompaña el apuntalamiento narcisista de todo individuo despojada del “sentir el otro”, ensombrece el sentido común, y se clausura toda acción solidaria, y hace que sólo una perspectiva se imponga por encima de la observación plural que desde los sentidos se van construyendo, ideas y pensamientos, sentimientos y deseos.
El paso de nuestro cuerpo por los senderos, calles, espacios, registran en un movimiento del espíritu desde adentro, desde afuera, el sentido de pertenencia, y la idea que acoge nuestras vidas; es imposible detener esa marcha desvariada, salvo que se corte de tajo con un golpe represor al cuerpo o bien con un ejercicio de repetición infinita que haga que solamente se perciba el mundo con una única idea.
Nada surge de la nada, todo es el resultado de ese concatenación de desvaríos pautados, que se detienen en el tiempo, y que dejan la huella temporal necesaria que alumbre provisionalmente nuestras vidas, solamente el mismo tiempo a regañadientes las vuelve a borrar. Cuando esa pauta detiene nuestra naturaleza pluri-sensorial, no tarda en hacernos sentir incomodos y la vuelta al origen nos vuelve a votar a esa infinita esperanza de completitud, que solo se cumple en el “no ser”, eufemísticamente mejor decir “la muerte”.

Una Canción de Cuna:
Vivimos tiempos oscuros, los presagios apocalípticos se cumplen a pie de letra: desordenes, violencia, inestabilidad ecológica, silencio.
Tiempos en que el sexo ha dejado ser el narcótico que nos salvaba de  vez en cuando, y nuestros niños ha perdido toda referencia ideal,  sus héroes de antaño, Superman, Batman, la mujer maravilla, etc., ha perdido poderes, y la figura paterna luce débil y pobre.
Tiempos que demandan nuevas letras para hablar de la naturaleza humana.
Tiempos en que la pulsión busca esquizofrénica algún lugar para aparcar, y respirar segura que tiene un nuevo rostro.
No podemos continuar ilusos, la vanagloria de la configuración de lo público ha fracasado, el estar los unos frente a los otros, o es un ilusión, o simplemente, tarde que temprano eliminas al otro simbólicamente o realmente.
No hay tiempo, o el castigo divino-natural nos alcanza sin abrazarnos, o los últimos tiempos de nuestras vidas la vivimos alegres y creyendo de nuevo.

La Gaya Poesía :
“Vocablos, reyertas, encuentros, sorpresas, dolor”
El fin se acerca, escucho los pasos del  mal, del chamuco*; la hora de la resurrección se filtra por todos lados de nuestra guarida, de nuestro refugio: ¡nuestro cuerpo!
El reino de la paz y del amor fenece, con ello, el caos reivindica su ley.
Vuelan las cabezas, los suspiros se suspenden, los besos se extravían en los remolinos de dolor, en los quejidos de  los pobres desventurados que creyeron en la felicidad, en la perpetuidad.
Habla el azteca carnívoro.
La sed de sangre demanda sacrificios para apaciguar el renacimiento de los dioses, quienes nos prestaron el tiempo y un tiempo de eternidad, quienes hicieron a las criaturas humanas su ausencia y presencia.
Vuelve el silencio, la duda.
La moral de la compasión escapa por los aires y se pierde en la blanca noche, quien se alegra de ser toda negra.

Parió la Noche a la tribu de los sueños y junto a ella a Tanatos, el dios demonio más temido, más inconsciente, esperaba que  al nacer la liberará de las sombras, en lugar de esa liberación en su nombre se han cometido los crímenes más sanguinarios, y la noche se hace más noche; reina la lluvia, el infortunio, la dureza y la locura; nadie quiere saber de aquello que nos completa y nos olvida en su inolvidable olvido.

¿Dónde quedó la reina de los ojos de paz y caderas amplias, regazo que nos protege y nos confirma, sonrisa que daba la gracia a cada mañana?

Habla el eco de una sombra y su viajero que presagia la desilusión como alegría:

¡Vuelvan al caos!

¡Laméntense de haber nacido!

¡Vean los colores por última vez!

¡Mañana el mundo sórdido volverá a dar su infinita última vuelta, la claridad del fondo de los soles desaparecerá!

¡Vendan sus almas!

¡Entierran a sus hijos para protegerlos de la luz!

¡Amen la tierra y coman carroña!


Epitafio:
Descanse en paz nuestra civilización.






[1] Texto de remedos de otros textos míos, accidentes, deudas, que se construyó después que algo de él sirvió para la presentación de una Revista Electrónica: Lethouses, Psicoanálisis Arte Humanidades.
[2] Foucault, M. (1981), prólogo, p. 13.
[3] Nietzsche, F. (1998), prólogo, p. 9.
[4] Nietzsche, F. (1998), Ecce homo, p. 74.
[5]. Ibíd. p. 35.
[6] Nietzsche, F. (1998), Ecce homo, p. 74.
[7] Nietzsche, F. (1998), El ocaso de los ídolos, p. 149-150.
[8] Nietzsche, F. (2000), Más allá del bien y del mal, p. 131, sección quinta, parágrafo 191.
[9] Nietzsche, F. (2000), Más allá del bien y del mal, p. 131-132, sección quinta, parágrafo 190.
[10] Nietzsche, F. (1998), Ecce homo, p. 156.
[11] Herder, J. G. (1959), Ideas para una filosofía de la historia de la humanidad, Buenos Aires, Editorial Losada, p. 488.
[12]Schopenhauer, A.(1998). El mundo como voluntad y representación. México: Editorial Porrúa. P. 229, Libro cuarto.
[13] “un pensamiento viene cuando “él” quiere, y no cuando “yo” quiero; de modo que es un falseamiento de los hechos decir: el sujeto “yo” es la condición del predicado “pienso”. Ello piensa: pero que ese “ello” sea precisamente aquel antiguo y famoso “yo”, eso es, hablando de modo suave, nada más que una hipótesis, una aseveración, y, sobre todo, no es una “certeza inmediata”. En definitiva, decir, “ello piensa” es ya decir demasiado: ya ese “ello” contiene una interpretación del proceso y no forma parte de él (…) (a que ha quedado reducido, al volatizarse, el honesto y viejo yo)” Nietzsche, F. (1984). Más allá del bien y del mal. México: Editorial Porrúa.  P. 40, Sección primera, Parágrafo 17.
[14]Mann, Thomas, (1984). Schopenhauer, Nietzsche y Freud. Barcelona: Bruguera. P. 96.
[15] Ibíd. p. 138.
[16]Nietzsche, F.  (1999). La voluntad de poderío. Madrid: Edad. Aforismo, 565, P. 314.
[17] Ávila Crespo, R., (1986).  Nietzsche y la redención del azar. Barcelona: Crítica.  P. 164.
[18] Nietzsche, F. (2000). La genealogía de la moral. Madrid: Alianza Editorial. P. 77.
[19] Ibíd. p. 79.0


[20] Laplanche, J. y Pontalis, J. (1994), Diccionario de psicoanálisis, Bogota, Labor, p. 205.
      [21] Nietzsche, F. (2000), La genealogía de la moral, p.109.
[22] Hopenhayn, M. (1997), p. 43.
[23] Deleuze, G. (2000), p. 59.
[24] Nietzsche, F. (2000), La genealogía de la moral, p. 109.
[25] Ibíd. p. 82.
[26] Ibíd. p. 105.
[27] Deleuze, G. (2000), p.199.
[28] Nietzsche, F. (2000), La genealogía de la moral, p. 108.
[29] Ibíd. p. 56.
[30] Ibíd. p. 108-109.
[31] Freud, S. (1998), El yo y el ello (1923),  p. 33.
[32] Ibíd. p. 35-36.
[33] Ricoeur, P. (1965), p. 162.
[34] París, C. (1994), El animal cultural, Barcelona, Crítica, p. 13.
* Diablo, Satanás, -español popular (México)-

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