viernes, 17 de octubre de 2014

Las redes de la maldad



Gilberto Nieto Aguilar

Las redes de la maldad sin límites se han incubado en este país a lo largo del siglo XXI y han llegado a su máxima expresión con el caso de Ayotzinapa, en Iguala, Guerrero. Con los antecedentes del 12 de diciembre de 2011, contra todas las especulaciones y posibilidades, el marco de fondo rebasa los horrores de la impunidad excesiva a que se ha llegado y de la posible participación de la delincuencia organizada en las actividades de gobierno.

Guerrero es un caso reiterativo, no aislado pero sí evidente, de la inseguridad y la constante convulsión social en que se encuentra el país. Este acto de represión colectiva como los casos de Acteal en Chiapas y de Aguas Blancas en Guerrero, es ahora peor pues las víctimas son jóvenes y adolescentes estudiosos destinados a servir a la patria a quienes se desaparece y probablemente se les priva de la vida casi por capricho, en un acto de omnipotencia artera.

Acostumbrados a conocer de ejecuciones, fosas clandestinas, guerra entre cárteles, rencillas que eliminan al que estorba las maniobras políticas, accidentes creados, homicidios convenientes nunca aclarados, desapariciones que no se investigan, este atentado masivo y cínico de estudiantes desarmados e indefensos pretenden que sea, para la opinión pública, un hecho más que se va al olvido. La gente ve con indiferencia este tipo de acciones.  

Seguro no nos toca juzgar lo que no conocemos a fondo, como son los acontecimientos suscitados en Iguala el 26 de septiembre pasado. La especulación sólo causa desinformación y confusión. Pero el hecho es real y del dominio de la comunidad internacional. Los oscuros sótanos de la política mexicana y de su vida pública se verán expuestos a verdaderos investigadores que no dirán “me imagino”, “supongo”, “creo”, “escuché por ahí”, tan común en la “cultura de la investigación” en este país.

Se basarán en evidencias objetivas y lógicas, probables y comprobables, dejando de lado la información sensacionalista y sesgada, obsesiva, carente de una verdad de fondo, o en la ya clásica manipulación mediática. Al rato, con toda la vergüenza reflejada en el rostro, leeremos versiones más próximas a la realidad en un corresponsal extranjero que en muchos de los comentarios de los medios de comunicación mexicanos.

Las normales rurales son producto de la revolución mexicana en su etapa socialista, algo muy lejano de lo que podría producir el modelo voraz, sofisticado y mediático del neoliberalismo. Por sus mismas raíces, estas escuelas han sido semillero de pensadores y luchadores sociales, la gran mayoría incorporados con el tiempo al sistema y régimen de gobierno una vez convertidos en trabajadores asalariados.

Verdad ideológica y relativa de cada quien, lo cierto es que la etapa estudiantil crea conciencia de la realidad que nos rodea. En la etapa profesional, cada quien toma el rumbo que su conciencia le dicta y desde esa posición desarrolla su trabajo. Algunos son absorbidos por el sistema y unos cuantos  siguen el ideal socialista y concentran sus fuerzas en la oposición. Tal decisión, como resultado de su libre albedrío, es muy respetable y hasta admirable en las adversas condiciones de un régimen autoritario.

Esta historia de varias décadas de miradas de reojo y sospecha sobre las normales rurales como formadoras de docentes y de agitadores sociales, infundadas pero generadoras de un rencor oficial, ha sido rica en expresiones y manifestaciones de crítica social, evidentemente molestas para las altas esferas de poder en los distintos estados en que existen las últimas sobrevivientes, como es el caso de Ayotzinapa. Otras organizaciones, secretamente aliadas del gobierno, cometen peores desmanes y no sucede nada.   

La verdad real (en México hay que buscarla así) debe ser encontrada para recuperar la credibilidad y la moral de una sociedad cada vez más escéptica y corroída por el óxido venenoso del engaño y la mentira. Se debe llegar al fin último de las causas y móviles de este homicidio masivo –y de otros–, explicarlos razonablemente a la sociedad hasta que quede satisfecha, aplicar la ley a los culpables y desaparecer de una vez por todas la impunidad de la función pública. Sólo así se comenzará a restablecer el orden social y político.


gilnieto2012@gmail.com

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