miércoles, 10 de septiembre de 2014

MIGUEL HIDALGO Y COSTILLA


PADRE DE LA PATrIASu trayectoria  biopsicosocial

SEGUNDA PARTE
Wilfrido Sánchez Márquez
Miembro de Número
Academia Mexicana de la Educación. A. C.
Sección Veracruz

Otra vez comparó la vida y observó las preeminencias de los bucaneros y la magnificencia de los esclavistas que dictaban sus leyes a la sociedad. Otra vez se cercioró de la podredumbre de los jueces que traficaban con la justicia. Vio de cerca la desintegración burocrática y administrativa, los puestos más jugosos desempeñados por los españoles que se decían descendientes de las más rancia nobleza; los comercios en manos de abarroteros sórdidos que los cronólogos describen con pintoresco realismo, “vestidos de chaquetón, juanetudos, cascarrones, despidiendo obscenidades de presidiario, desaseados hasta lo increíble, brutales como mulas espantadas, fanfarrones, trabajadores rutineros y constantes, campesinos en el modo de apreciar la civilización, la religión, los deberes sociales, y afectos a aislarse como los leñadores. El gachupín que se enriquecía a fuerza de laboriosidad, avaricia, sobriedad y usura, había aprendido a ser héroe en el trabajo, su campo de batalla era la tienda de abarrotes, especie de penitenciaría donde los polizones se empleaban para la labor ruda de hacer dinero, cambiando la pereza española en actividad anglo-sajona.”

Puso en la maleta algunos libros que habían traído de Francia amigos de su hermano Manuel, que era uno de los abogados más capaces, en cuyo bufete se ventilaban importantes negocios judiciales de la plutocracia española.

La escuela nocturna, sujeta a un ritmo de constante superación, de la pedagogía industrial, pasó a materias superiores conectadas con la historia de las sociedades y la evolución de las instituciones políticas. Breves introducciones, explicativos preámbulos, facilitaban la comprensión de las  más avanzadas doctrinas de los enciclopedistas franceses.

El Contrato Social era una de las obras que había llevado Hidalgo para dar sus prédicas un carácter más radical. Con un certero instinto educador, traducía los más sustancioso y medular del discutido pensador ginebrino, y daba a su auditorio en un estilo fácil y accesible los terribles oráculos, las ideas disolventes que goleaban contra el poderío secular de los señores feudales, atrincherados en los derechos adquiridos en muchos siglos de usurpaciones. Rousseau lanzaba sus saetas fulgurantes que daban en el corazón del despotismo con la certera eficacia de la piedra de la honda de David en el ojo del gigante bíblico. El régimen absolutista lo persiguió con encono violando secretamente las fronteras de los países que le daban asilo. Turbas de muchachos, azuzados por los sicarios de la monarquía, lo lapidaban en la calle y se mofaban de sus vestiduras de armenio. Era el Judío Errante del pensamiento libre y su caudillo más grande. A pesar de las hostilidades, no cejó en sus empeños combativos y en el trono de los Luises se vino abajo.


Hidalgo desmontaba de la poderosa máquina ideológica las piezas que consideraba más apropiadas para sus fines iconoclastas, batiendo en sus propios  reductos a los fetiches hispanos. Sus hallazgos los engavillaba con la cinta inconsútil de un propósito, que se fue concretando poco a poco como la perla en el molusco herido. Volvía a ser el Maestro de San Nicolás, chancero y alegre, persuasivo y tenaz, pródigo en derramar sus enseñanzas, su lógica incontrastable y su dinero.

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