sábado, 9 de agosto de 2014

El templo de la lectura


Raúl Hernández Viveros

Desde la escuela primaria hasta la educación superior, existe la función de la lectura que consiste en cumplir con la entrega de las tareas. En poco tiempo, los estudiantes rechazan intentan memorizar línea por línea lo que los docentes encargan a los discípulos; sin pensar en la posibilidad de situar un punto intermedio entre la lectura obligatoria y la de placer. Efectivamente cuando se descubre esta empatía de inmediato  el lector va a descubrir a los maestros de la literatura universal. Al poco tiempo, comenzaremos a ubicar los extraordinarios fragmentos de la prosa poética, la narrativa, el ensayo y el teatro que nos acompañan durante la aventura de la vida.
También advertimos el innegable interés por la historia cultural de nuestros pueblos, y esencialmente de su literatura, como es el caso de la veracruzana. Con la lectura de sus obras entrañables abordamos la vida espiritual de los escritores; su ideario artístico y las propuestas de alcanzar el goce estético. En esta vinculación existe la libertad de elegir a nuestros autores preferidos, y por supuesto realizar una selección de escritores que no tienen acceso entre los estudiantes, y tampoco se encuentran en las bibliotecas públicas.
Ahora las nuevas generaciones deben defender la historia de nuestros pueblos, sus tradiciones y avances culturales. La diversidad de los contenidos, el talento narrativo y la observación de los autores llevan a describir personajes que plantean  problemas sociales y particularmente estéticos. Esto es lo que podemos llamar como parte de la real y efectiva literatura, que magistralmente Henry James, en su relato de igual nombre, examinó contundente con el esfuerzo y la vehemencia que provoca al lector abrir un libro y comenzar a leer. La confianza y la fe en la lectura nos ofrecen  a cada momento sorpresas y aprendizajes con el conocimiento para identificar el reconocimiento de un estilo personal o las características de una escuela literaria..
La permanencia de alcanzar los atisbos de la creación literaria permite la refundación de la realidad. Lo real contiene muchas lecturas y aproximaciones para escribir. Entonces conviene alumbrarse con la cercanía de las obras maestras. Pero en un breve espacio resulta complicado explicar en pocas palabras lo fundamental que significa la permanencia de los maestros, quienes nos apoyan a continuar en la lectura y en la selección o desparpajo de los autores que sacrificaron sus existencias por dejar una herencia hacia un futuro cercano, donde sus libros sean reconocidos hasta el presente nacional y mundial.
Para mostrar la magnificencia de la literatura habrá que revitalizar la lectura para fomentar los valores de cada escritor. Investigar las aportaciones de la literatura veracruzana que haga reflexionar a los lectores sobre los ideales de la herencia histórica. Las raíces individuales que marcaron nuestras señas de identidad. La tozudez de seguir con la tarea de fomentar el placer de la lectura es porque nos hace afortunados con otra visión de la realidad. No o0bstante, el balance lectura-escritura divulga la disciplina que está centrada en la búsqueda del conocimiento. La gratificación a los lectores de haberse aventurado dentro de los engranajes de la escritura y la historia personal de los escritores. La lectura evoluciona el proceso creativo y acerca a los temas que están ligados a cualquier escuela literaria y del pensamiento crítico.
En esta vida hay que saber escoger a los maestros de la lectura. En particular hacia los excelentes y extraordinarios. Puede compararse el término a los maestros carpinteros, cocineros, músicos. En todo caso, es la persona que con su sabiduría y experiencia permite a los demás que reciban verdaderas historias, o muebles de un perfecto acabado, platillos exquisitos  o melodías inolvidables. Al lado de los lectores está el maestro que se involucra con las afinidades, gustos literarios; y opina sobre el valor o el significado de determinada obra. Al final de la lectura uno puede comentar abiertamente el valor de los autores elegidos, y ante la incertidumbre, el maestro  con espíritu de absoluta confianza dirá unas palabras sobre la más notable y dubitativa acción de la lectura.
El deslumbramiento de la aventura, que  desemboca en placeres, pasiones, amores, odios y sinsabores. La búsqueda del  conocimiento en algunas novelas, libros de cuentos, o poemas verdaderos. Está en el amor hacia y con la literatura; permite la justificación de nuestra propia existencia. La plenitud sentimental centra su poderío en lo sublime de los sentimientos. Mi primera revelación de la literatura estuvo acompañada por los comentarios de maestros  significantes que iluminaron el inicio de mi profesión de lector. Sería indispensable la excelencia académica con que las universidades provincianas designaran ya el cargo de investigador emérito, al lado del escritor emérito, y vale la pena repetirlo el maestro  emérito para respetar su labor.
Cuando pienso en mis maestros; recuerdo también en las primeras lecturas que colocaron su impronta en el terreno de los recuerdos. Mi perplejidad es previsible porque no puedo olvidar a ninguno de ellos. A lo largo de los años, me permito reconstruir lo pasado, aquella parte imborrable dentro de mis emociones. El destello de la lucidez con las recomendaciones de autores y libros. En la pequeña biblioteca de mi casa todavía puedo tocar las obras de mis  maestros. En cualquier caso el misterio de las palabras continúa en la literatura  y en ese interrumpido acto de la lectura se involucra mi pasión ineludible por la creación de relatos. No obstante hay cuestiones íntimas que tienen la obligación de seguir inmersas en la penumbra, o más bien oscuridad de la discreción e inocencia, como si fuera un acto secreto de agnación.
La inevitable consecuencia de la lectura lleva a mirar, sentir, reconocer, recordar y comprender el conocimiento que se encuentra en el interior de las páginas de los libros. Todo se reduce a descubrir el sentido de la vida como actividad primordial de nuestra existencia: la vida, imaginación y esencialmente conocimiento. Sin embargo, tenemos la percepción de que desembocamos en la visión de los aspectos más sobresalientes de la escritura propuesta por las obras de los autores veracruzanos.
Después de leer algún libro científico o literario tenemos la seguridad de haber penetrado en misterios profundos de nuestro propio pensamiento. Podemos agregar que la lectura fundamenta nuestros pasos sobre la tierra y marca las huellas de la memoria histórica. Esta maravillosa actividad logra revivir el contacto con ideas y conceptos. Es el fruto de la experiencia de los lectores lo que permitirá aproximarnos a la posesión de las cosas que nos rodean, en la vinculación cognitiva, y en la construcción del conocimiento.
Al conjurar y evaluar la función de la lectura, sentimos la presencia de nuevas e inéditas motivaciones que impulsan la sensibilidad de todos nosotros. En esta acción se constituye las apasionantes y desconcertantes lecturas que revelen pensamientos que comprometen los respectivos intentos por la búsqueda de un mayor y mejor conocimiento. El más alto respeto por la inteligencia y la necesidad de alcanzar a conocer y saber lo suficiente; posiblemente refleja la lucidez o la sencilla curiosidad por ubicar las aportaciones bibliográficas de los escritores veracruzanos.
 En esta actividad estética brota la actividad de reconocer los colores, sentimientos y emociones que se reflejan en los párrafos o versos en el contexto de cada libro. Este plano de perplejidad se tiñe con las reacciones y los efectos del poder de reflexión. Es la sensibilidad que alumbra la curiosidad de los lectores, porque persigue el interés de observar las cosas, estudiar temas y enriquecer nuestro estar, hacer y sentir ante la vida.
De la ambigüedad a la diversidad, de la vaguedad hasta la certeza de lo agudo y crítico, se nos presentan los mensajes de cada libro. Con esta intensidad vivimos la representatividad de nosotros mismos ante los demás, los otros lectores. Nos quedamos asombrados y perplejos delante de lo que leemos, escuchamos y vemos en la lectura. El deslumbramiento existe cuando trascendemos los límites de la lectura. Sin este sentido no percibiríamos la conversación sobre la lectura en un verdadero arte, que significa el logro de la máxima intensidad transformada en poema, relato y narrativa sobre la creación literaria.
La disposición de materiales bibliográficos por parte de los autores apela constantemente a la conciencia de la inspiración vinculada con las propuestas del autor, el investigador o ensayista que ofrece a la luz pública los productos académicos. Esto es lo que despierta y acapara nuestra atención como lectores, la dificultad de intensificar todo nuestro interés. Desde el punto de vista artístico podamos denominar percepción e intuición, si aceptamos el despertar de la imaginación a través de la lectura, no cabe la menor duda de que ubicaremos las características que determinan el campo de la lectura. Efectivamente, recurrimos al poder de elegir las obras que forman parte del instrumental de observación. Al participar en esta elección disfrutamos conscientemente de la absoluta libertad de los lectores. Cuando encontramos los aportes bibliográficos de los escritores veracruzanos, nuestra apreciación crítica se enriquece, porque abordamos los términos y diferencias que proyectan la perspectiva del poder de la lectura.
Una vez más, el acto de leer nos lleva a comprender más la realidad, o más bien contemplar al interior de los libros. Todo depende de cómo vamos a elegir el material bibliográfico que servirá de foco de atención sobre la construcción de la visión crítica de los lectores. En efecto, la comprensión de la composición y la forma representan de alguna manera nombrar las cosas, y particularmente la ubicación de una importante nómina de autores veracruzanos. La enseñanza de la trama de la vida comienza por elaborar interrogantes en el pensamiento, en este proceso de selección y comparación sobresale la transparencia, vitalidad y la sencillez de las obras.
La señal de lo significativo se basa en un sistema de observación, pero al mismo tiempo entramos en el terreno de la armonía como condición fundamental entre los lectores con los libros elegidos. Al entregarnos a la lectura enfrentamos un conocimiento más amplio, y aceptamos la presencia de algunas obras magistrales. Definitivamente es el instante de separar la diferencia entre lo que hablamos y la esencia de la escritura sincera y abierta, la cual lleva a la aventura inmensa de advertir los valores de la lectura, porque es una contribución a nuestro conocimiento.
Un tono de vocación permite el dominio de lo sentencioso que respalda la concentración instrumental del lenguaje, sus recursos líricos ofrece la sobriedad y consistencia de la fuerza literaria. A veces con tono casi religioso, o más bien mitológico, los lectores se aproximan al trabajo epigramático por la esencia poética de armonizar los sentimientos y aspiraciones sublimes con el juego de las palabras. Adolfo Bioy Casares descubrió que: “Hay tanta gente que escribe para lucirse. Yo empecé así y fracasé hasta el día que olvide esas pretensiones”.
El encuentro con lo sublime reproduce la excelencia del lenguaje. La perduración refleja los recuerdos indelebles y duraderos. La belleza natural constantemente desemboca  en la infinidad e infinitud que           quiere decir lo mismo que trascendencia. La obra se describe nada más con lo que es una obra. En la cual el lector representa el papel de espectador,  al mismo tiempo es colaborador, co-jugador y además pareja de baile. Sin ambos no existe la posibilidad de la armonía que permite la corrección de la obra.
Después de la lectura existe la capacidad de tocar la textura formal que se identifica con la metafísica por su alto poder significativo que ilumina las intuiciones brillantes y acompaña la comprensión e visiones artísticas. La tosa entre todas las flores es una fiesta de imágenes, y es el mismo ser de la imaginación. Un narrador o soñador de estas flores siempre va a identificar el rosal. En la novela “Fuego”, de Gabriel D’Annunzio, destacó el siguiente diálogo: “-Mira esas rojas, rojas / -arden se diría que tienen en su corola un carbón encendido. Arden realmente!”.
Desde las culturas antiguas se buscaba la inmortalidad. Aunque en los "Cantares mexicanos”, constantemente se reflexionaba sobre la fugacidad de la vida con la metáfora de las flores que en la mañana son hermosas y al día siguiente dejan de existir. gual que el carpem diem, en el significado latino representaba el instante de aprovechar el poco tiempo de nuestra existencia. Fue de Horacio la sentencia: “Carpe diem quam minimum credula postero”, que ofrece la posibilidad de plantear, vivir, los momentos como si fueran los últimos en muestra vida. Este mensaje marcó el paso del Renacimiento al Barroco y la llegada del Romanticismo.
En nuestras raíces prehispánicas, aceptamos la eternidad de las caritas sonrientes, las cabezas Olmecas, las palmas de piedra con brazos y manos, el encuentro entre la dualidad entre la vida y la muerte, la adoración de los niños dioses esculpidos en piedras verdes. La búsqueda de lo  sublime que debería de permanecer como herencia a las nuevas generaciones, un mensaje del pensamiento y la cosmovisión.
En la visión del mundo cultural mesoamericano sobresalió el punto de vista de los totonacos hasta nuestros días. La vinculación religiosa entre hombres, dioses, y hombres. El mundo como un corte plano horizontal, de forma rectangular. En su parte superior está constituido por los astros, encabezado por Chich’ichiní, “El sol; de ahí los demás aparecen como Venus, la luna, acompañados de las estrellas vigilantes. Adelmás de otros seres metereológicos como los truenos, rayos, relámpagos, centellas, de  los cuales proviene la luz, el amanecer, la vida, el calor, el frío,  el viento, las nubes, las lluvias lo masculino y femenino, el cielo donde se ubica misteriosamente el representante del sol que es el águila, y en la parte baja nos encontramos los seres humanos.
Desde tiempos inmemorables las peregrinaciones siempre cumplen con el ritual católico y asisten puntualmente a las bendiciones dominicales luego cada grupo indígena tiene elegido  su cerro  más alto el Postectitla, en Chicontepec. Que es el más elevado de la rgión. A sus alrededores existe el Talol en San Felipe Orizatan, Hidalgo. Un poco más alejado el cerro de la silleta. Los cuales después de asistir y cumplir con los rituales religiosos occidentales responden a la fuerza inagotable de los sabios y conocedores de las comunidades indígenas para estar presentes el cumplimiento de asistir a los cerros con vida que protegen con las deidades a la madre tierra. Es una práctica religiosa que lucha por la defensa de la naturaleza.
Los cantos indígenas describieron la vida efímera: “sólo venimos a dormir, sólo venimos a soñar: / no es verdad, no es verdad, / que venimos a vivir en la tierra”. Estoicamente aceptaron la brevedad de la vida: “¿A dónde iremos que no haya muerte? / Llora por esto mi corazón. / Tened esfuerzo: / nadie ha de vivir aquí. / ¡aun los príncipes vienen a morir!: /  anonadado está  mi corazón!”.
Octavio Paz escribió: “Como sus vecinos los huastecos, nación de ilusionistas y magos que, dice Sahagún, "no tenía la lujuria por pecado", los totonacas revelan una vitalidad menos tensa y más dichosa que la de los otros pueblos mesoamericanos. Quizá por eso crearon un arte equidistante de la severidad teotihuacana y de la opulencia maya. El Tajín no es, como Teotihuacán, movimiento petrificado, tiempo detenido: es geometría danzante, ondulación y ritmo. Los totonacas no son siempre sublimes pero pocas veces nos marean, como los mayas, o nos aplastan como los del Altiplano. Ricos y sobrios a un tiempo, heredaron de los "olmecas" la solidez y la economía, ya que no la fuerza. Aunque la línea de la escultura totonaca no tiene la concisa energía de os artistas de La Venta y Tres Zapotes, su genio es más libre e imaginativo. Mientras el escultor "olmeca" extrae sus obras, por decirlo así, de la piedra (o como escribe Westheim: "No crea cabezas, crea cabezas de piedra"), el totonaca transforma la materia en algo distinto, sensual o fantástico, y siempre sorprendente. Dos familias de artistas: unos se sirven de la materia, otros son sus servidores. Sensualidad y ferocidad, sentido del volumen y de la línea, gravedad y sonrisa, el arte totonaca rehúsa lo monumental porque sabe que la verdadera grandeza es equilibrio. Pero es un equilibrio en movimiento, una forma recorrida por un soplo vital, como se ve en la sucesión de líneas y ondulaciones que dan a la pirámide de El Tajín una animación que no está reñida con la solemnidad. Esas piedras están vivas y danzan.” En el prólogo “Magia de la risa”, textos de Octavio Paz y Alfonso Medellín  Zenil, fotografía de Francisco Beverido, Colección de Arte de la Universidad Veracruzana. México, 1962.
Por otra parte, Octavio Paz señaló al final de Posdata que: “La cultura de el Tajín, un arte que escapa a la pesadez “Olmeca” y hieratismos teotihuacano   sin caer en el barroquismo maya; un prodigio de gracias felina”. Las imágenes sorprendentes de Efraín Huerta: “Oh, Tajín, oh naufrago, / tormenta demolida, / piedra bajo la piedra / cuando nadie sea nada y todo quede / mutilado cuando ya nada sea / y sólo quedes tú impuro templo desolado / cuándo el país-serpiente sea la ruina y el polvo, / la pequeña pirámide podrá cerrar los ojos / para siempre / asfixiada, la muerte en todas las vidas / bajo el silencio universal y en todos los abismos, / Tajín, el trueno, el mito, el sacrificio, / Y después, nada.”
De la cosmovisión del mundo prehispánico llegamos ahora a la realidad de mentiras piadosas, mensajes de utopía de un mundo mejor y al engaño o prestidigitación que es el arte de la mentira o la ilusión de repetir en discursos tantas cosas que al final uno pueda creer sin ver. De esta forma, José Luis Melgarejo Vivanco señaló que “El territorio del Totonacapan solo tiene ocupada la parte sur con estas obras (en relación a la zona arqueológica y sus esculturas artísticas que advierten de la esencia artística de nuestros antiguos veracruzanos); por eso quiérase o no, deberá considerarse al cruzamiento de totonacos y Olmecas, es decir, a los jarochos como generadores de Alegría, de musicalidad un tanto en contraposición al “indio triste”, o por lo menos, muy digno, muy sonriente frente a una vida sin alegrías; también por eso resulta dolorosa la tragedia, ese pueblo fue silenciado; ya no volvió a reír”.  


Frente a la tragedia de nuestra esencia efímera en el mundo permanecen los versos y metáforas proféticas de Efraín Huerta sobre el destino y desaparición de los habitantes de El Tajín. El futuro ya presente de reconocer la destrucción de la madre naturaleza y aceptar la desaparición  de la serpiente emplumada que representa la formación geográfica del territorio de la república mexicana, que va desde su nacimiento en el sur hasta  el norte en donde los pueblos marginados escapan en peregrinación hacia el sueño americano o el encuentro con un poco bien común que no existe en sus lugares de orígenes. 

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