lunes, 10 de marzo de 2014

EL SABIO DE LA CABAÑA ABANDONADA

















Benito Carmona Grajales

Allá, en la tranquilidad del  monte, podía mirarse la cabaña abandonada que un día sirvió de refugio para aquel vagabundo a quien todos le decían “El sabio de la cabaña abandonada.”

Aquel hombre siempre tenía una respuesta a las múltiples  preguntas que le hacían los moradores del pueblo cercano.

Conocía los misterios de los humanos, de las plantas y de los animales; por lo que siempre daba buenos consejos. Era un anciano amable. Lo mismo que buenas orientaciones, daba comprensión, como si fuera un padre para todos.

Todas las personas que lo consultaban siempre encontraban un guía para decidir en momentos difíciles, por lo que el sabio se ganó el respeto, la admiración y el agradecimiento de todos.

Durmió poco aquella noche. Soñó que dejaba aquel lugar sobre el que flotaba alejándose poco a poco y que, desde allá de lo alto, podía ver cómo el tiempo hacía que la hierba invadiera las paredes y el techo; la huerta se cubría de maleza y nadie llegaba para darle un toque de vida a su cabaña. 

Despertó muy fatigado. Sentía tanta debilidad en sus piernas que creyó no poder levantarse. Tuvo miedo. Era la hora en que salía al huerto para contemplar las primeras manifestaciones del día: La franja anaranjada en el lejano horizonte, respirar el aire fresco y oír el canto de las canoras y de los gallos de un pueblo en la distancia.

Con dificultades logró llegar a la ventana. Enfrente se encontraba el pozo, más allá, la cerca y, a lo lejos, la silueta de las montañas bajo un fondo naranja y gris.

Sonrió. Fue una sonrisa limpia y abierta como el horizonte. Sus ojos viejos se llenaron de luz. Respiró tranquilamente y pensó en lo grande y hermosa que es la naturaleza...Miró hacia el cielo y un gesto de agradecimiento se dibujó en su rostro.

“Hijo, desde aquel naufragio, no sé qué será de ti – dijo para sus adentros-. Yo sé que estoy a punto de marchar. Ya casi escucho el silencio del ocaso. No queda otro camino que cumplir con ese supremo mandato. Pero recuerda, hijo mío, que nunca te abandoné; siempre te tuve en mi mente. Te llevaré a donde vaya y tú siempre contarás con mi presencia. Espiritualmente, nunca nos hemos separado...o tal vez, al marchar, nos encontremos en la otra dimensión de la existencia.”

Bajó un poco la mirada. Interrumpió el monólogo y detuvo sus ojos en la vereda que venía con dirección al corral. La silueta de un hombre se mezclaba con los arbustos y ramajes. Caminaba lento, cansado. “Seguirá de largo- pensó-, nadie viene a esta hora.”

  Sonaron tres toques en la puerta. “Es él”-dijo.
- Buenos días.                    
- Buenos días – contestó al abrir.
- Disculpe señor- dijo aquella voz tranquila-. No quise interrumpir su sueño...
-   No...Ya estaba levantado. ¿Qué deseas? Pasa.
-   Busco la cabaña abandonada.
-   ¡Ah, sí ...Continúa. Parece interesante.
-   Es una larga historia...

Sentado en un viejo cajón, el hombre habló con más confianza:

-  Primero, perdí a mi padre en un naufragio. No lo he podido encontrar y, como tal vez no lo encuentre...- aquí, sus palabras se hicieron entrecortadas  y se anudaban en la garganta. Se tranquilizó un poco y continuó – No sé... quiero ser útil a la humanidad. Quiero ser como el sabio de la cabaña abandonada... orientar, aconsejar a los que necesiten...Quiero prepararme para esta labor. Sólo él puede indicarme el camino. Me dijeron que podría estar por estos rumbos ¿Estará lejos esa cabaña?

-No. No está lejos.
- ¡De veras! – dijo emocionado-.¿Dónde está? Debo continuar mi camino.

-  Bien, te lo diré... Antes, quiero que me ayudes. Como ves, ya estoy viejo y casi no puedo trabajar.

Lo puso a trabajar en la huerta; con un pico y una rastra tenía que remover toda la superficie destinada a la hortaliza.

Llegó el medio día y tenía hambre. No le dio de comer. Llegó la tarde y, hasta que ya casi no se veía, lo invitó a descansar.

-  Supongo que tienes hambre – le dijo fingiendo inseguridad en lo que decía.

-  Sí. Llevo dos días sin comer.

Quedaron callados por un largo rato. Casi comieron en silencio. Al final cruzaron una mirada, hasta que por fin el sabio no pudo contener su emoción. Su mirada fue grave, penetrante y llena de energía y seguridad.

-  Esta es la cabaña abandonada – dijo -. Lo presentía. Tenías que llegar. Perdona el haberte hecho esperar tanto para invitarte a comer.
-        Bueno...no le entiendo...
-        Come, luego te  explico..
Terminaron. Fue algo sencillo. Aquellos alimentos tan nutritivos eran el
producto de la siembra.
-  Me decías que buscabas la cabaña porque deseas conocimientos... porque quieres ser “sabio”...Pues...ya tienes la clave. Úsala.

-  ¡Cómo! No me la has enseñado. No la conozco.

-  Sí la conoces – contestó el anciano -. El ser humano está formado de materia y espíritu. El cuerpo es alimentado para que renueve sus células y puedan éstas mantenerlo siempre joven, fuerte y sano. Lo mismo sucede con el espíritu. Para que nuestros ideales sean lo suficientemente enérgicos; para que triunfen por el mundo, tenemos que alimentarnos con la lectura. Tú tuviste hambre, sí, mucha hambre, y comiste. Así, tu espíritu debe tener hambre y sed de conocimientos para que te alimentes con la lectura. La lectura te fortalece; si no tienes hambre de ella, provócala con la duda, con la reflexión, pensando...

Se acercó a un viejo baúl. Lo abrió. Un profundo olor a cedro removió los recuerdos de aquel caminante. Vio los libros...No hubo duda, eran los que leía cuando era niño.

Se quedaron viendo. Las miradas dijeron más de lo que dicen las palabras:

-  ¡Papá...!

La voz se ahogó con la emoción.

-  ¡Hijo!

El sol penetró por un tragaluz del techo e iluminó dos amplias sonrisas. Brillaron las lágrimas. Aquel encuentro inesperado fue como un sueño anidado en los anhelos de ambos. Un sueño del que ahora despertaban en una fresca aurora. Sí, tan fresca y real como aquel amanecer.


                                                    EPÍLOGO

            Pasó el tiempo. Una madrugada llegué preguntando por el sabio de la cabaña abandonada. Con amabilidad, alguien a quien yo no conocía, me dijo que se encontraba en el huerto cultivando flores. Pasé al huerto y, allá en el fondo, una tumba se cubría con los múltiples colores de las flores del campo. Dos gruesas lágrimas hicieron temblar los pétalos de una margarita, mientras que un suspiro se elevó para perderse bajo un cielo naranja, casi gris.


            Una mano se recargó en mi hombro...No llores, hermano. Jamás estará abandonada esta cabaña. Aquí siempre encontrarán el alimento para las fatigas del alma todos los poetas, caminantes y vagabundos.

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