viernes, 17 de enero de 2014

Leobardo Chávez Zenteno.


 

La partida del periodista y del amigo


 

Marcelo Ramírez Ramírez.

 

Leobardo Chávez Zenteno mantuvo la misma figura y la misma actitud hasta el último día de su vida. La primera, la recordaremos, quienes le conocimos, como la figura de ciertos árboles, un tanto enjutos y recios capaces de soportar el viento y las heladas de muchos inviernos. De fragilidad engañosa, manifiesta en la delgadez de su tronco y sus ramas, esos árboles encierran una espléndida fuerza vital que les permite ser parte del paisaje por tiempo indefinido, tanto, que cuando ya no los vemos, sentimos la ausencia de un elemento indispensable en ese paisaje. Así era el periodista Leobardo Chávez; así fue el amigo a quién conocí por vez primera  en la recordada “prepa Juárez”, cuando era su director el sabio humanista Librado Basilio. En torno a don Basilio nos reuníamos un grupo de profesores durante los intervalos de las clases en las primeras horas de la mañana; las risas y gestos de complicidad de los participantes daban una idea, a quienes observaban el grupo, de los comentarios agudos que solía hacer don Librado. Todos conocían la ironía del director de la escuela, aunque debo decir que en ella contaba más el lado gracioso de las situaciones, que la burla destructiva con que personas vulgares acostumbran descalificar a otros para sentirse superiores. En esos juegos de ingenio, Leobardo Chávez aportaba su personal picardía, ante el comentario infaltable de don Librado: “¡ah qué señor Chávez!”. En ese grupo se integraban, entre otros, Carlos Juan Islas, Ángel  Trigos, el “señor Eguía”, el “magister Toral”, Raúl Ochoa, Leobardo Chávez y quien esto escribe.  Al cabo de los años, he aprendido a valorar ese ambiente de amistad cordial que el maestro Librado Basilio supo crear en torno suyo. Con él se podía bromear sin faltarle el respeto a nadie y sin descender al comentario procaz o impertinente.

 

            Vestido siempre con propiedad, a menudo con un sueter de cuello ruso bajo la chamarra de cuero para protegerse del frío jalapeño, Leobardo Chávez andaba con paso ligero, aunque ciertamente, la puntualidad no era su fuerte. Su máximo placer consistía en tomar café con lenta delectación, mientras escuchaba de los contertulios, los comentarios de la vida pública que, como periodista, seguía con atención. Su afición por el café fue causa de situaciones más que incómodas, cómicas, como aquella vez en que el Secretario de gobierno Francisco Berlín lo necesitaba con urgencia y, no encontrándolo en su oficina y ante el azoro de los responsables de localizarlo, les dijo: “no se apuren, vayan a la parroquia y tráiganlo. Seguro está ahí”. Ahí estaba, efectivamente y antes de diez minutos tenía su acuerdo con el Secretario. De los amigos de Leobardo, uno de los mas cercanos fue René Carbonell de la Hoz, inteligencia de altos vuelos, tristemente arrebatado a un futuro prometedor, por una tragedia que sus amigos siempre hemos lamentado. Leobardo y René compartían su afición por el buen café y la buena charla; espero que ahora puedan continuar esas pláticas amables en donde sea que se encuentren.

 

            En su actitud ante la vida, Leobardo buscó más el sosiego de la mente, que el estimulo de los  sentidos, pero sin que esto se entienda como renuncia ascética. En realidad gustaba de la buena mesa y los vinos que deben acompañarla, un gusto que parece común a todos los amantes de los clásicos. Su talante de hombre serio, fiel a los deberes para con la familia, le ganó amigos que supieron detectar, tras la corteza exterior un tanto rígida, al hombre que entendía sus propias flaquezas y era tolerante con las ajenas.

 

Leobardo incursionó en el servicio público, sin llegar a ser nunca un burócrata genuino, tal como nos lo presenta la imagen  convencional. Hasta donde tengo conocimiento, colaboró en la Universidad Veracruzana en los tiempos del rectorado de Don  Aureliano Hernández Palacios. Durante el gobierno del licenciado  Rafael Murillo Vidal, estuvo al frente de la Editora del Estado. En México, fue parte del equipo del profesor Ángel Hermida Ruíz, en la Dirección de Educación Fundamental. Ese período fue para él de intensa actividad, pues los fines de semana viajaba a Xalapa para estar con la familia. De esos viajes quedaron anécdotas interesantes, como aquella del asalto que él, Rene Carbonell y un profesor de Alvarado, sufrieron cerca de la laguna de Alchichica, la madrugada de un día sábado. Los tres amigos habían cobrado los cheques de la quincena, dinero del cual fueron despojados por los asaltantes, individuos de apariencia temible, sin duda magnificada por las sombras de la noche. Cuando ya se retiraban los malechores, el alvaradeño, haciendo honor a su origen, les grito: “oigan señores, no sean así, no la frieguen, siquiera déjennos algo para la gasolina de Perote”. El que parecía el jefe, un tanto desconcertado le dijo al “tesorero” de la banda: “a ver tu, dale cincuenta pesos a éstos, para que no se queden tirados”; y luego, dirigiéndose a los viajeros les advirtió: “eso sí, mucho cuidado con ir a la policía por que se los carga la chin…”. Después, los viajeros contarían la anécdota, sin regatear el debido reconocimiento a su “benefactor”. Al retornar a Xalapa en 1978, Leobardo Chávez fue invitado nuevamente a tareas educativas, esta vez por  el doctor Gonzalo Aguirre Beltrán, con quien dio inicio el proceso de desconcentración de la Secretaria de Educación Pública en Veracruz.

 

            De la trayectoria de Leobardo Chávez Zenteno da testimonio el semanario punto y aparte, en el cual, por muchos años, escribió artículos, notas y comentarios que nos dan una idea de la amplitud de sus intereses intelectuales. Su nombre está vinculado al del semanario Punto y aparte desde el origen de esta publicación, a la que fue invitado, desde que era un proyecto, por el periodista Froilán Flores Cancela. A través de estas líneas quiero felicitar a nuestro amigo Froilán, por el reconocimiento que hace poco recibiera de la Legislatura del Estado, al otorgársele la medalla Adolfo Ruíz Cortinez. Con Froilán, fuimos muchos los que nos iniciamos en el oficio de escribir, pensando en la necesidad de crear una conciencia ciudadana, creación que, ciertamente, está todavía distante. A esa tarea, ha contribuido Froilán, con las limitaciones que, como todo el  mundo sabe, rodean el trabajo del periodismo en nuestra sociedad.

 

            En este espacio, dejamos el testimonio de nuestro afecto al amigo Leobardo Chávez Zenteno, quien a la edad de ochenta y ocho años, vividos con alegría, dejó este mundo el día 5 de diciembre del 2013.

 

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