jueves, 8 de agosto de 2013

VULNUS BEATUS


Silvestre Manuel Hernández*

La vida, de una u otra manera, ya sea en cuanto experiencia o en tanto conocimiento, nos brinda sorpresas, para bien o para mal, pero todas nos van forjando un carácter, una ilusión y una esperanza; el cómo la entendamos o re-semanticemos, depende de la sensibilidad y de la razón que hayamos encontrado en ella. Es así como ha devenido “la sabiduría” en pequeñas sentencias, aforismos o apólogos; que, como decía Baltazar Gracián: “de lo bueno, si poco, doblemente bueno; y aún lo malo, si poco, no tan malo”. Estas construcciones verbales se remontan a la literatura y filosofía griega, que entran en el pensamiento religioso, gracias a la expansión del latín como lengua culta. En este sentido, hablo de una “herida dichosa” (Vulnus Beatus), para ser partícipe de la tradición humanista de Occidente. Valga, pues, las siguientes líneas, factibles de significar una o varias cosas a la vez, en este o aquel periodo de la existencia; pero que, de una u otra forma, nos acercan más a lo que llevamos dentro, quizá a lo humano.



De la gracia
Cuando estaba a punto de cruzar la meta, se le apareció un genio y se ofreció a cumplirle tres deseos, de ellos escogió dos: no haber nacido.
Del sueño
Cuando tuvo el último sueño del último hombre de la última galaxia, empezó a soñar que estaba vivo.
De la autoafirmación
Aceptar el fracaso ante las cosas inmediatas o trascendentes de la vida, y no esperar más milagro que la ausencia de la felicidad para perderse en la realidad trágica de la vida.
De la enfermedad
Quedarse como suspendidos en esa obscuridad mental, sedados de la voluntad, gangrenada la ilusión, corrompida la vista, distorsionado el oído; y todo lo demás normal, con gripa, diabetes, vómito, calentura, padecimientos que llegan a matar; mas antes de eso, al principio, la enfermedad: callada, quieta, sin darse a notar, la mediocridad envuelta en sus ropajes, asfixiando al ser humano, cortándole la vida.
De la vuelta, de la vida
Volteó hacia atrás, aún sonriendo por sus “logros”, y no tuvo más remedio que caerse muerto, pues en el suelo se dibujaba la sombra de la vida, casi a gatas, escapándose de él.
Del silencio
Cuando se dio cuenta de que todo era una sarta de mentiras y puso en duda hasta su fe, se le apareció Dios al Cardenal, y simplemente guardó silencio.
De la autocrítica feroz
Optar, de la mejor manera, por cortarse la lengua y los dedos de las manos para ya no decir ni escribir más estupideces, al darse cuenta que todo es completamente prescindible, incluyendo el Doctorado en Ciencias de la Estulticia Universitaria.
Del recuerdo
Cuando estaba a punto de realizar su sueño… recordó que era impotente y homosexual, además de misógino y dado a la homofobia.
De la auto-pregunta
¿Y por qué escribo?
     Quizá porque quiero aprender a vivir con mi propio infierno, tal vez porque no tengo más salida que ahogarme en las palabras que me trago. ¡Tan-tán!
De lo importante
Sí, esa fue la decisión que valía la pena. Ahora ya no había más pensamientos. Las estúpidas fantasías regresaron a la mierda de donde venían. El cuerpo yacía entre el fango de las casas y las inmundicias que arrojaba la gente.
   Él, empezó a caminar con la misma actitud de tiempos pasados: burlándose de los pobres insectos que circulaban a su alrededor. ¡Lo importante estaba por venir!
De la ilusión de vivir
¡Qué poco dura la vida, y qué largo es el “vivir”; y entre ellos dos, lo que uno no alcanza a vivir, sino a creer que se vive!
De la futilidad de la revelación
Saber que toda la vida no ha sido sino unos cuantos momentos; que sin saber cómo, pasaron, y que sólo la memoria ha dicho que eran los verdaderamente significativos; cuando ya todo era inútil, como el mirar para atrás o el respirar un poco de aire, cuando el peso de las cosas nos aplasta.
De la verdadera angustia
Abrir los ojos y ver que todo y todos siguen aquí, aun el propio Observador, sin asombro o alegría.
Del deseo inacabado
Cuando se supo corpóreo, finito, mutable, empezó a desear, querer, añorar… Deseó vehementemente la oscuridad, el silencio, el ulular de lo imaginario, la tranquilidad; anheló perderse entre los seres etéreos, perfectos en su irrealidad e inmaterialidad, insensibles ante las lágrimas y el dolor. Entonces recordó, revivió, extrañó… Y deseó, tan sólo, tener una voz propia, no ser lo que era: algo insubstancial, un ente infeliz; y anheló, quiso, añoró… Pero su deseo era sólo eso: un simple deseo; y siguió tal cual, perdido en el deseo, esperando el nombramiento, anhelando el qué será.
De las cosas importantes
Darse cuenta que hace muy poco, tras hablar de más, se acaba de perder lo único que valía la pena en la existencia: ser prudente y guardar silencio.
De la estoicidad
Casi toda su vida transcurrió en la búsqueda constante de los conceptos para comunicar lo que llevaba adentro: un mal casi inefable, para sí y de los otros. Hizo gala de la retórica y la filosofía, la teología y la matemática, la literatura y la psicología, y nada, el sentimiento no afloraba en las palabras. Vio a su alrededor y comprobó que los demás no necesitaban de referentes externos para vivir, sólo de acciones concretas. Entonces, estoicamente dejó de cuestionar y abandonó para siempre el masoquismo-divertimento intelectual y se arrojó a la mudez de la soledad comunitaria.
Del engaño más grande
Deambular durante toda la vida con una idea, con una ilusión, hasta con una fe, y tener unos cuantos minutos de lucidez, antes de morir, para ver que todo era un engaño, que el mal se traga todo, hasta lo que se figuró trascendente y se escribió en mayúsculas.
De la huida vengadora
Llegar al momento en que no se tienen más palabras para engordar el cajón donde se guardan las hojas escritas a lo largo de tantos años, y optar por tragarse uno a uno los manuscritos y empezar de nuevo con una estúpida sonrisa de optimismo.
De la revelación
¡Y a fin de cuentas qué son los conceptos, las palabras o la vida, sino un simple paso hacia las tachaduras de las obras y los confines del olvido!
De las cosas
Cuando quiso cosificar las cosas que verdaderamente valieron la pena en su vida, se dio cuenta de la imposibilidad de extraer algo del pasado y del tiempo de las lamentaciones y la mirada interna. Entonces aceptó lo incosificable de esas cosas que no observamos mientras la existencia expía de nosotros en cada suspiro y anhelo, y cerró los ojos y cruzó los brazos.
Del llorar
Lloró con un llanto amargo, como dicen que lloran los que no tienen nada verdaderamente por qué llorar, y entonces se ponen a llorar de su desgracia. ¿Qué otra cosa les queda sino entretenerse en algo?
De la partida
Sintió un escalofrío que le recorrió el cuerpo. Los pendientes apremiaban, ahora, desde antes. Se asomó por la ventana y miró caer las gotas de la lluvia, las nubes eran grises, como los días… Pensó en escribir las últimas líneas. Caminó hacia el escritorio, palpó la presencia de eso que le aterraba en su niñez. Agarró el lápiz y anotó en la hoja amarillenta: “finalmente…” El sonido del choque del agua en las láminas de asbesto, mezclado con los disparos, fue lo único que conservó en su trayecto atemporal hacia la eternidad, de la que siempre había dudado. La obra estaba hecha.
De la necedad
Ver que la vida es tan perra que se empeña en dejar a los humanos las ilusiones, y éstos tan estultos al no querer mandarlas al carajo y echar carcajadas o razones aquí o allá.
Del posicionamiento en el mundo
Permanecer cuantas veces sea necesario, y la gracia lo disponga, justo en el punto intermedio entre la tristeza, la desesperación y la locura, para poder ver esa parte de la Esencia que los otros se empeñan en querer definir, y simplemente sonreír.
De la acción más noble
Servir de basurero de la desgracia humana al convertirse en historia de los otros, al repetir las particularidades e innecesariedades de lo convencional y soso de la supuesta razón de lo universalmente aceptado, para luego intentar crear algo estético.
De la heroicidad
Tras un día negro, levantarse a las cuatro de la madrugada y tirar de balazos al cielo, en espera de que caiga el ángel de la guarda en el patio de la casa, y ajustar cuentas.
De la cena del pobre
Carecían de todo lo material para satisfacer sus necesidades más apremiantes, y aún así se reunían felizmente en torno a la mesa y juntaban una a una las esperanzas y los deseos, para con ellos formar un platillo y alimentar lo único que no se les acababa, que les quedaba intacto: el coraje de vivir.
De la fe
Arrepentirse de todo lo Malo de la vida, a final de cuentas: ¡por si las dudas!
Del optimista irredento
Esperar, esperar, esperar… Y pasar, pasar, pasar… Hasta que la muerte llega, en medio de la miseria espiritual y física: y aún así, esperar.
De la certeza erótica
Descubrir, sin mediar ponderación alguna, que lo más placentero está en los momentos anteriores al encuentro amoroso, pues la imaginación erótica se engrandece y toca los confines del Ser; mientras que la materialización del deseo es una simple consecuencia de un acuerdo espacio-temporal y de una operatividad corpórea y orgásmica.
De la tranquilidad
Descender hacia el vacío, sin ruido, pensamiento, sentido, tiempo, espacio, amigos, familiares; sólo el descanso, el olvido, la pronta cancelación del sufrimiento, la muerte: sólo eso.
De las carcajadas
Develársenos que las carcajadas forzadas son el reflejo de querer ocultar el odio y los impulsos violentos hacia aquel que se muestra más certero en sus comentarios, y uno sólo existe como comparsa.
De la literatura
Fluir perenne de ideas, pensamientos, fantasías, ficción, poeticidad de la palabra, idealización de los seres y los objetos, trascendencia de la mediocridad del vivir; pero también albergue de payasos, vividores y mediocres autodenominados escritores.
De la sabiduría
Estudiar durante mucho tiempo para poder entender el valor del silencio, y ejercerlo desde el momento de la comprensión.
Del tiempo
Ver cómo se pudren las cosas, así, despacio, como degustando su fin, sin nada de por medio, sin impedimento externo, sin medición, sintiendo el acabamiento de uno mismo gracias a la perennidad del tiempo, y todo siendo y dejando de ser en un simple segundo: sucesión constante; tiempo, sólo obstruido por el silencio obscuro. Paso a lo que es y deja de ser, agobio de la existencia: razón del fin, fin de la sinrazón.
De la contradicción lógica
Saber que no existe nada más allá de nuestros actos; y ante la desesperación, esperar un milagro.
De la deducción lógica
No hay nada malo, que por peor no venga.
Del Dasein
Superar los cuestionamientos metafísicos y existenciales, para concluir que la estructura de la vida está formada por columnas de tristezas y alegrías, estratégicamente colocadas por no se sabe quién, en un terreno impregnado de soledad y deseos, conocido como ser humano.
De la muerte para el creyente
Sentirse ungido por algo trascendente, a pesar de las indignidades cometidas, y tener la dicha de contemplar el revelamiento de que la muerte es la realidad de un presente, vuelto pasado y futuro, que se vive para dejar de existir y empezar a vivir.
De la muerte para el incrédulo
Saberse terrenal y finito, y actuar sin más certeza de que la muerte es la realidad de un presente, “ya le tocaba”, que se vive para dejar de existir y dar paso a la nada.
De la búsqueda del perdón
Darse cuenta que aunque uno llore y sufra por los actos cometidos en contra de otra persona, la sensibilidad sólo se convence de que uno debe padecer tanto como el ser ofendido, mientras que la razón nos indica la imposibilidad del perdón, y en cambio nos asegura el peso moral, pues el perdón implica olvido, y un ser humano no borra de su memoria los agravios, a menos que esté muerto. Entonces es cuando uno busca más la indulgencia, incluso ofreciendo cosas desproporcionadas, pero todo es en vano, el perdón sigue ahí, columpiándose del castigo y la memoria.
De la nobleza hiriente
Gritarle y patearlo para descargar en él frustraciones y problemas, y después, con unas simples palabras y caricias, tenerlo ante uno lamiéndole y haciéndole gracias el pobre perro, mientras la consciencia retumba.
Del descubrimiento del talento
Hoy, ayer, y desde hace días, no he podido escribir nada: la Literatura está de plácemes.
De lo que se cree que es el amor
Palabrería más palabrería acumulada en libros de distintos géneros que intentan generalizar y dar cuenta de un sentimiento difícilmente expresado por quien lo siente o se hace la ilusión de sentirlo.
De la “amistad”
Estar en el desamparo material y emocional y darse cuenta que nadie le tiende a uno la mano para ayudarlo, sino sólo le preguntan por su situación: para tomar distancia.
De la madre
Saber que la misma mujer que nos parió y nos alimentó es la misma que nos ha ofrecido una disculpa por habernos asustado, distraído o preocupado con su enfermedad de vieja achacosa, y echar al aire un sí y sentirse digno y comprometido.
Del dolor
No duele tanto el malestar orgánico o el peso moral, la vida nos lo enseña, sino el sentir que uno está de más en este mundo, y alguien nos considera dignos de atención, más aún, nos ayuda en algo sin nosotros haberlo solicitado: esto sí duele, pero limpia el alma.
Del descubrimiento oportuno
Saber que solamente se cuenta con la buena voluntad y el apoyo de una madre que día con día va muriendo, pero conserva la disposición para escuchar las “desgracias internas” y brindar una sonrisa y ciertas palabras de aliento. Eso vale oro: las lágrimas sólo sellan la hermandad y el amor.
De la motivación
No intentar transformar a la gente con lo que se dice o escribe, simplemente enseñarle la recompensa de una acción, y seguirán las órdenes sin ningún pretexto.
De la demostración de la finitud
Colocar un punto en el espacio, en seguida otro y otro, hasta formar una línea, y prolongarla con la intención de llegar al punto de partida, antes de que transcurran lo años y nos sorprenda la muerte.
De la estrategia
Sé feliz en la vida, aunque no sepas qué es eso: has creer al otro lo que tú no eres, al cabo que no sabes quién es el otro, ni quién eres tú.
Del tolendus ponen
Si la responsabilidad y la dignidad van terminando contigo; y la distracción y la falta de compromiso te permiten vivir; pero el mundo se ha desdivinizado; entonces es preferible optar por la muerte, pues nadie te garantiza nada.
De la angustia por implicación
Darse cuenta que ante la falta de resultados convincentes de parte de la ciencia, por ejemplo ante una enfermedad “inexplicable”, las interrogantes generadas desembocan en el terreno de la escatología, donde cualquier cosa se pierde en laberintos “interpretativos” cuya única salida es: así es la vida, eso es lo mejor, Dios así lo quiso. Entonces sí llega la angustia.
De la desesperanza
Sentir en carne propia cómo la vida nos niega esto o aquello, hasta la realización de morir de forma rápida o repentina para ya no sufrir más. Ver cómo pasa el tiempo y seguimos en la misma situación. Saber que hemos sido engañados por creer en algo más allá de nuestras manos. Y aún así desear las cosas que uno cree merecer, por no haberle hecho mal a nadie, por esforzarse más que otros; y abrir los ojos y encontrase igual de desdichado. Vaya si no es motivo suficiente para estar desesperanzado, aunque en el fondo se sepa que es algo consubstancial a sí mismo.
De la disculpa
Cuando se ha crecido entre la soledad y la materia fecal; se ha vivido pendiente de la desilusión y la impotencia, y se da uno cuenta que la “vida” cada día se hunde más en el lodo, el único acto digno es ofrecer disculpas a los demás por habernos cruzado en su camino y no haberles aportado nada como seres humanos, sino al contrario, haberles hecho partícipes de nuestra intrascendencia. Sólo disculpas, lo demás no importa.
De las razones
Las razones brindadas a los demás sobre cómo se pueden explicar las cosas que le ocurren a las personas, muchas veces no son sino la cara oculta de nuestra impotencia para cambiar nosotros mismos: y ahí no hay razón válida, sólo idiotez.
De los senderos
Al igual que la muerte, maestra en igualdad, quien ronda los senderos humanos, en silencio, casi a ciegas, pendiente de las quejas, sin asombro de miseria alguna, y sin esperanzas: no necesita alzar la vista, ahí, en el espacio oscuro está su abrigo y la igualdad buscada tanto tiempo.
De quién decide
La decisión de hacer algo o ser alguien, como la esperanza, fundada en simples supuestos, es vana, pues la desilusión, inmersa en lo individual y colectivo, y casi siempre sustentada en la realidad material, puede ser mayor; qué decide qué, quién decide por quién, no lo sé: todo es cuestión de tiempo, de enmohecimiento de la vida, de pérdida de los anhelos, todo depende de la llegada de la muerte, lenta, callada… Y uno ahí, creyendo que decide algo, soñando de espaldas a la razón, con los ojos abiertos pero nublados por la inmediatez; pero en-sí, quién decide qué, si no hay Decisión Primera.
Del juego del mal
Si ni con el sufrimiento más atroz, en cualquiera de sus formas, ni con las explicaciones más retóricas, fue posible encontrar a Dios; y si ni con el desencanto aletargado en la garganta para liberar la mísera existencia, se obtuvo la muerte, entonces el mal se vuelve necesario en el vivir, porque el dolor y la desgracia adquieren niveles de deber, y la finalidad del hombre es cumplir con algo, así sea su destrucción: después de todo, la vida es un juego contra el Mal.
Del posible bien
Darnos cuenta, quién sabe por qué razón, que en cierta etapa de la vida no nos preguntamos si algo era bueno o malo, simplemente seguíamos el fluir de los hechos desde la parte del mundo donde nos encontrábamos. Sí, tal vez eso era el bien, porque más tarde el tiempo nos daría el golpe, nos haría ver las cosas de otra forma, y el bien ya no tendría lugar ni en los recuerdos: el presente, lleno de desgracias y frustraciones, desplazaría toda esperanza para dar paso al Mal.
Del despido
Ver, sonreír, agradecer; leer, escuchar, congratularse y preguntarse por qué; pensar, callar, saberse vivo y creer en algo más, en algo mejor; y aún así, poner un punto, decir es todo, es buen inicio, e imaginar final más pleno y más digno, para la Vida, para la Muerte. Investigador de Ciencias Sociales y Humanidades


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