viernes, 10 de mayo de 2013

La Primera Página


 

Rafael Mario Islas Ojeda

El síndrome el eterno síndrome estaba ahí acechando el menor descuido, la menor distracción, lo conocía bien pero no podía hacer nada por evitarlo, solo dejarlo pasar como el sordo dolor de cabeza, la neuralgia, el escozor, el malestar en la boca estomacal. Sin embargo sabía que lo que debería hacer es no permitir la distracción que hacía que se perdieran todas esas ideas, los sentimientos que afloraban, el dialogo, las palabras, los silogismos, razonamientos,  que parecían ser dictados por alguna entidad incorpórea. Pero había que tener mucho cuidado. Un movimiento a la vez una acción que continuara la estrategia, para evitar no solo el síndrome sino también ese salto invisible, esa fuga que realizaban las palabras cuando estaban por ser asentadas en el papel o mejor diría el texto que configuraba la página del documento electrónico.

Vino a su mente el recuerdo de las primeras veces; aquellas ocasiones en las que la tarea asignada le permitieron encontrarse “per la prima volta con el piacere” el gusto ignorado de descubrir, de explorar y de dominar la expresión correcta. La satisfacción interna al comprobar el agrado causado y la aprobación mostrada por la jovial profesora. La doble satisfacción al ver que el ensayo obtenía la calificación máxima, a diferencia de aquellas otras primeras veces o quizás sería mejor decir primeros días en que luchaba por encontrar la frase más adecuada, que no perfecta. Al menos para obtener el pase del curso. Aun así, desde entonces aparecía el síndrome. La frase perdida, la palabra que escapaba y se desvanecía, y a la que inclusive la más obstinada persecución no lograban su recaptura. Era semejante al silencio, a la ausencia, casi la pérdida total de la memoria. Si esta vez tendría que tener más cuidado, no podía arriesgarse ahora que parecía haber encontrado la verdadera vocación. Ahora que sabía que tenía poco tiempo para dedicarse a escribir todo antes del gran silencio, que los médicos ya habían diagnosticado. Años, ¿meses acaso?, nadie podría asegurarlo, solo sabía que llegaría el fin y entonces ya no podría hacerlo. No obstante no podía arrepentirse de lo pasado, de la otra vocación asumida y la búsqueda llevada a cabo. Solo habría que dar un paso a la vez. “Carpe diem” y llenar esa cuartilla, eludiendo el síndrome y aprovechando la creatividad desencadenada por ella. Si algo bueno había quedado de todo el affaire, era el impulso que irradiaba infinitas combinaciones materializándose en la historia que debía ser contada, en el verso que debía escribirse o en el dialogo imaginario engendrado… pero sin fin que emprendía todos los días. En particular a las horas en que solía hablar con ella. Pero ya eso no era posible.

- Caro Gabriele. Questo e finitto, ¡caput! ¿capisce?...

Solo quedaba el recuerdo de su dulce acento y la memoria de su fino perfil de Madonna italiana.

Eludir la derrota de la página en blanco, el síndrome de la impotencia y llenar la cuartilla, contar la historia, enfrentarla y narrar los hechos, que son los únicos que cuentan. No lo que solo se imagina, lo que no fue o lo que pudo haber sido. Ya bastante había rumiado todo, dándole la vuelta, poniéndolo de cabeza, haciendo estallar su propia cabeza. A veces disfrutando el dolor, haciéndose el “hara kiri” gritando y padeciendo la depresión. Sin poder expresarlo, sacarlo, botarlo, procesarlo y hasta aprovecharlo a través de esa ola creativa, incontenible. Finalmente se había cumplido el deseo ¿o fue solo sugerencia casual?

- busca lo que haya habido de bueno en lo que tuvimos…

Quizás ahora estaba ya listo para escribir la historia.

 

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