sábado, 9 de febrero de 2013

Los diversos disfraces de un problema: la profesión docente desde la reforma política.



Virginia Amelia Cruz Mirón


En el marco de las exigencias del mercado global en crisis y de la sociedad digitalizada, la orientación de los programas educativos en México apunta desde hace dos sexenios a una reestructuración total teniendo como eje rector la formación en competencias.  Paralelamente, por alcanzar la eficiencia académica, la pugna para ascender a estándares internacionales y el acelerado cambio  tecnológico, se han trastocado definitivamente los paradigmas tradicionales del rol del docente, la enseñanza y el aprendizaje, teniendo como resultado una crisis educativa y de valores en todos los niveles y que se acentúa en razón de los contrastantes factores internos urbanos y rurales, como pobreza, desigualdad,  migración y más recientemente la violencia. Como paliativos urgentes, los tomadores de decisiones de las políticas educativas han apostado desde su corta perspectiva, por una transformación basada nuevamente en la importación de modelos, planes y programas sin tomar en cuenta la realidad socioeducativa de México, las complejidades inherentes en su aplicación, el impacto en la formación y actualización docente y las múltiples variables en los procesos de enseñanza-aprendizaje: se deja fuera toda la dimensión pedagógica que sitúa a los sujetos como actores importantes del cambio social. Desde este contexto, el eje central de la reforma educativa del sexenio que comienza, se centra en la evaluación para lograr la profesionalización del magisterio y la recuperación del papel del Estado para controlar y decidir el ingreso, la promoción y la permanencia de los trabajadores del SEM. En esta propuesta aparentemente innovadora, se   argumenta que hay razones para retomar las riendas de la educación: poder sindical, altos índices de analfabetismo, elevadas cifras de pobreza urbana y rural,  bajos resultados en las evaluaciones de los organismos nacionales e internacionales y graves carencias en las instituciones formadoras de docentes, problemas que pueden solucionarse colocando la evaluación en la columna vertebral de la reforma. Se asegura que la evaluación puede convertirse en el parámetro ideal para elevar la educación con fines de calidad, a pesar de que es una incongruencia medir bajo la lógica del mercado procesos en los que intervienen humanos. En contraste, se deja de lado que los referentes de la educación deben situarse desde los problemas de la escuela mexicana y en particular sobre la reflexión del quehacer docente y de la toma de conciencia para resignificar su papel y reorientar el panorama educativo. Un diagnóstico nacional debería empezar por la cultura escolar y en concreto por las dimensiones que definen su práctica: las experiencias de los docentes, los problemas regionales y locales, las innovaciones  pedagógicas y estrategias didácticas que solo las conocen los actores inmersos en ella, porque la socialización efectiva es la que se lleva a cabo dentro de las aulas de clase y en la escuela y está determinada no sólo por las condicionantes del juego político del sindicato magisterial y de las elites en el poder, sino también por contextos sociales y culturales disímbolos, cambiantes y complejos. Pensar en un currículum homogéneo es preocupante, es una puerta que nos impide la comprensión de nuestra particularidad histórica y social. No se sabe con certeza hasta qué punto la RIEB ha sido un éxito y haciendo caso omiso de todo cuestionamiento, el modelo por competencias sigue adelante, sustituyendo el mapa curricular por aprendizajes descontextualizados y fragmentarios ante la mercantilización del conocimiento y la urgencia por formar cuadros cada vez más y más especializados. Bajo esta ideología progresista, tecnócrata y pro empresarial, la sociedad concebida a futuro tendrá como elemento central la capacidad de identificar, producir, tratar, transformar, difundir y actualizar la información y conocimientos para crear y aplicarlos para el desarrollo humano con la finalidad de hacer eficiente la mano de obra  tecnificada y desvalorizada,  que además sea hiperespecializada. Dicho escenario conlleva riesgos que deben tomarse en cuenta, sobretodo cuándo hablamos  que en un futuro no muy lejano, la carga de la organización  social,  la división del trabajo mundial y la estratificación llevada a cabo por la esferas institucionales, potenciará el riesgo de que la  función o las funciones que desarrollen las personas en las instituciones o en una diversidad de instituciones, las situé en los diferentes niveles de estratificación, al mismo tiempo que les otorgará un tipo o grado diferente de poder, riqueza y prestigio. Se corre el peligro de que las personas sean estratificadas como sujetos especializados y no como seres humanos.(Heller:2002) La pretendida profesionalización docente no puede reducirse a una reglamentación burocrática basada en la eficiencia y en el control tecnocrático, ni a las exigencias del trabajo del aula, de continuar así, se reducirían  las trayectorias y prospectivas de creatividad e innovación, tanto individual como social al criterio económico, en aras de lograr un eficientismo economista, fortaleciendo la inercia de perseguir las modas sin mirar hacia nuestro interior.
 *Universidad Pedagógica Nacional-Unidad 301 Xalapa

No hay comentarios: