domingo, 11 de noviembre de 2012

La creación de las cosas



Por Raúl Hernández Viveros



El acto de volver a contar la historia presenta la narrativa de alcanzar la transferencia de un sistema cognitivo que permita obtener un exacto modo de comprensión sobre el principio, medio y final. La secuencia de eventos deriva en la representación de ciertos aspectos en la narración que recrea la veracidad mediante la escritura. Hayden White[1] definió que hay que distinguir: “The value of narrativity in the representation of reality” (“El valor de la narratividad en la representación de la realidad”). Dividió las fronteras entre los anales, las crónicas y la historia propia. No obstante, destacó la importancia de otorgar y darle sentido al cierre y final de las versiones históricas.
Si se propone la comprensión de las frases narrativas por sí solas es necesario comprender el texto narrativo y la interpretación sobre la coyuntura de plantear una historia apropiada para el interés de cualquier tipo de lector. A través de la disposición de materiales narrativos, lograr el seguimiento y comprensión de las acciones, pensamientos y sentimientos que reflejan la materia prima de la historia narrada, que permite la aceptación de su final.
Los análisis tenían como objetivo la articulación de las partes de un texto narrativo pero no en su conjunto. Louis Mink[2] argumentó que las narrativas desembocan en sus totalidades, y requieren de la actitud en la perspectiva y naturaleza de los juicios de valor. El descubrimiento de datos, hechos e informaciones llevan el conocimiento a los lectores, quienes reelaboran la escritura con el poder de la lectura.
Michel de Certeau[3] vinculó el método científico con la creación literaria, donde la historia que representa el pasado corresponde al "rito de sepultura". En este proceso, lo que pertenece al pasado ya está muerto, y el presente en cada instante desaparece como una metáfora de lo que estuvo vivo. Paul Ricoeur[4], por su parte, agregó y propuso que con la explicación se destacan los aspectos filosóficos del texto histórico.
Lev Smiónovich Vigotski[5] escribió que: “es de suma importancia resaltar el carácter de ultratumba, del más allá que tiene el dolor de Hamlet, pues todo él es dolor, como la tragedia entera es dolor.” Para este importante creador del paradigma socio-cultural, sus estudios se basaron en el lenguaje como una función comunicativa con el entorno social. Además de  regular el comportamiento y reorganizar la transferencia del conocimiento a través de los afectos y emociones, se reorganiza la memoria. Distinguió la memoria natural y la memoria indirecta, y con estas herramientas permitió incorporar la comprensión de las señales y signos en la lectura: señalización significativa, función social, individual, comunicativa, intelectual y simbólica.
A través del habla social, habla egocéntrica y habla interior, el significado de la palabra constituye la unidad de pensamiento verbal que expresa un concepto constituyendo un acto intelectual. Es un fenómeno del lenguaje, donde las variaciones del significado de las palabras se refieren al contenido de la evolución de las diferentes formas del pensamiento. Vigotsky reconoce tres modalidades en el desarrollo del significado: Pensamiento sincrético: subjetivo, variable. Complejos: agrupación de un conjunto de objetos concretos vinculados entre ellos de forma real y concreta. Dentro de los complejos se encuentran los pseudoconceptos: realizan la función de enlace entre el pensamiento concreto y el pensamiento abstracto. Doble estimulación.      

Temas sagrados

Reinhart Koselleck[6] analizó el tiempo histórico desde el espacio de la experiencia y el horizonte de la expectativa. Desde tiempos inmemoriales la trasmisión de la historia fue a través del lenguaje como primera interpretación del mundo. Gracias a las traducciones de Ángel María Garibay Kintana[7], hasta nuestros días llega la crónica oral de los orígenes de Mesoamérica:
            “Los dos grandes dioses, Tezcatlipoca y Quetzalcóatl, hicieron bajar del cielo a la Señora de la Tierra. Era un monstruo grandioso, lleno de ojos y bocas en todas sus coyunturas. En cada articulación de sus miembros tenía una boca y con sus bocas sinnúmero mordía, cual muerden las bestias. El mundo está lleno de agua, cuyo origen nadie sabe. Por el agua iba y venía el gran monstruo de la Tierra. Cuando le vieron los dioses, uno a otro se dijeron: es necesario dar a la Tierra su forma. Entonces se transformaron en dos enormes serpientes. La primera asió al gran Monstruo de la Tierra desde su mano derecha hasta su pie izquierdo, en tanto que la otra serpiente, en que el otro dios se había mudado, la trataba desde su mano izquierda hasta su pie derecho. Una vez que la han enlazado, la aprietan, la estrechan, la oprimen, con tal empuje y violencia, que al fin en dos partes se rompe. Suben a la parte inferior y de ella hacen el Cielo; bajan la parte superior y de ella forman la tierra. Los demás dioses veían y se llenaban de vergüenza, al pensar que ellos mismos nada semejante habían podido hacer.
 Entonces, para resarcir a la Señora de la Tierra del daño enorme que los dioses le habían hecho, bajaron todos los demás a consolarla y darle dones. En recompensa, le dijeron que de sus carnes saliera cuanto el hombre necesita, para sustentarse y vivir sobre el mundo. Hicieron que sus cabellos se mudaran en hierbas, árboles y flores. Su piel quedó convertida en la grama de los prados y en las flores que la esmaltan. Sus ojos se transformaron en cuevas pequeñas, pozos y fuentes. Su boca, en cuevas enormes; su nariz, en montes y valles.
Esta es aquella diosa que llora alguna vez por la noche, anhelando comer corazones de hombres y no quiere quedar en silencio en tanto que no se los dan, y no quiere producir frutos, si no es regada con sangre humana.
 Descendieron un día los dioses a una caverna, en donde el Príncipe-Niño estaba yaciendo con la diosa Flor-Preciosa. De su connubio nació un dios llamado Maíz. Fue sepultado en la tierra este dios recién nacido y de su cabello brotó el algodón; de una de sus orejas, una muy buena semilla que es la “cabeza cabelluda”, y de la otra, una muy buena que se llama “huevos de pez”; de su nariz fue formada la planta que llaman chian, excelente para templar los ardores del estío. De sus dedos brotó una planta que yace bajo la tierra y es el camote de sus uñas, el maíz largo, base del humano sustento, y del resto de su cuerpo, mil otros variados frutos, que los hombres siembran y cosechan. Por esto el nombre que lleva aquel dios es de Niño Amado.
 Hecho esto, aún dijeron todos los dioses: Triste vivirá el hombre, si no hacemos para él algo que le produzca alegría. Es menester crear algo que le haga tomar amor a la tierra, para que cante y baile, para que nos sirva y alabe. Oyó aquello el dios del Viento, y se puso a cavilar en dónde podría hallar lo que los dioses pedían. Vino a su memoria el recuerdo de una hermosa doncella llamada Meyahuel. Voló hasta el lugar donde aquella virgen vivía, unida a otras muchas que una vieja, abuela suya, guardaba. Era esta muy vieja y rendida por los años. Tenía por nombre Tzitzimitl. Cuando el dios del viento llegó todas estaban dormidas, pero él fue a despertar a Meyahuel y le dijo: En busca tuya vengo porque he de llevarte al mundo. La doncella consintió en ir con él a la tierra. Entonces el dios del Viento la tomó sobre sus espaldas y bajó con ella a la tierra.
Cuando tocaron la tierra, inmediatamente se transformaron en un hermoso y corpulento árbol, que se abría en dos grandes ramas. Una era el Sauce Precioso, y era la rama del dios del Viento; la otra era el Árbol Florecido, y era la rama de la doncella. Llegó, entre tanto, la hora en que la vieja guardiana dejara su sueño. Cuando no vio junto a ella a su nieta comenzó a dar grandes gritos. Pero la doncella no apareció. Entonces la vieja abuela, llena de ira, convocó a todas las deidades que se llaman Tzitzime, y todas ellas unidas bajaron a la tierra en busca de la doncella y del dios del Viento, que había venido a robarla. Cuando la tierra tocaron todos aquellos dioses, el árbol se desgajó y una rama cayó hacia un lado, separada de la otra que cayó al lado opuesto. Cuando la anciana vio la rama Árbol Florecido, reconoció inmediatamente a su nieta y llena de furor la destrozó y fue dando a cada deidad una parte de sus miembros. Los dioses los devoraron. La rama Sauce Precioso, que era la del dios del Viento, no fue tocada por los dioses, sino que quedó allí abandonada. Cuando los dioses malévolos regresaron a sus alturas, entonces el dios del Viento recobró su antigua forma y comenzó a recoger los huesos de la doncella esparcidos por la tierra, y los fue enterrando por los campos. De ellos brotó una planta, que abre sus aspas al viento y que produce el vino blanco que beben los hombres. Bueno es y deleitoso, y si embriaga, no es por él mismo, sino por las raíces que le mezclan y que le dan embriagadora virtud.
Un día muy de mañana lanzó el Sol una flecha desde el ciclo. Fue a dar en la casa de los espejos y del hueco que abrió la roca, nacieron un hombre y una mujer. Ambos eran incompletos, sólo del tórax hacia arriba, e iban y venían por los campos saltando cual los gorriones. Pero unidos en un beso estrecho engendraron un hijo que fue raíz de los hombres.
En el año final en que la diosa de Falda de Jade fue la que presidía, a causa de la lluvia abundante se derrumbaron los cielos y muertos todos los hombres, se convirtieron en peces. Cuando miraron los dioses que los cielos se habían caído, resolvieron llegar al centro de la tierra, abriendo para ello cuatro caminos subterráneos, y entrar por estos caminos a levantar los cielos. Para sostener los cielos, hicieron cuatro personajes cuyos nombres son: Águila que Baja, Serpiente de Navajas de Obsidiana, Resurgimiento, y el de las Flores Aguzadas. En seguida los dos grandes dioses, Tezcatlipoca y Quetzalcóatl, se transformaron en dos grandes árboles: el de Tezcatlipoca se llamaba Árbol de Espejos, y el de Quetzalcóatl se llamaba Árbol Precioso. Entre estos dos árboles y aquellos cuatro hombres levantaron el cielo y lo sostienen cual hoy se halla. Cuando caminaban para unirse trazaron el camino de blancura que ahora admiramos en el cielo.
Así que el dios del Espejo Humeante hubo llamado al dios del Viento, vino éste a su presencia. El dios del Viento era negro, traspasado por una enorme espina, de la cual goteaba sangre. El dios del Espejo Humeante dijo al dios del Viento: Viento, ve a través del mar y llega a la casa del Sol. Él tiene, en rededor suyo, muchos cantores y músicos, muchos que tañen la flauta, que le cantan y le sirven. Unos de éstos en tres pies, o tienen enormes orejas. Cuando llegues a la orilla del mar, llamarás a mis servidores y ministros, que se llaman Caña de Concha, y el otro, Mujer Acuática, y el tercero Monstruo Femíneo de las Aguas. Les mandarás que se enlacen unos a otros unidos, hasta formar una manera de puente, por el cual puedas tú pasar a la casa del Sol. Y así puedas traer contigo a los músicos que vas a pedir al Sol. Vengan con sus instrumentos, para que alegren al hombre y me sirvan y veneren. Dijo y desapareció de la presencia del viento.”
A partir de este momento se proyectó el nacimiento de uno de los más importantes pueblos indígenas prehispánicos. Frente a los sacrificios humanos la conquista ofreció las posibilidades de manejar el destino de las nuevas generaciones de la cruz verdadera. La transmisión oral heredó la memoria histórica, y entonces dio inicio el desenvolvimiento de instituciones culturales. Por lo cual, resulta trascendental la lectura del libro Historia y cultura de  México a través del lenguaje, de Mario Calderón,* ya que ofrece una lectura a través de los lenguajes denotativo y connotativo. De acuerdo con sus planteamientos con el estudio de los nombres propios de los protagonistas de la historia nacional, se pueden descubrir otras vertientes simbólicas de nuestros héroes que construyeron la República Mexicana.
George Steiner[8], en su ensayo “Erudición humana”, advirtió que: “La última barbarie política creció en el corazón de Europa. Dos siglos después de que Voltaire anunciara su fin, la tortura se ha convertido de nuevo un método normal de acción política. La diseminación general de los valores literarios y culturales no sólo demostró ser ineficaz ante el totalitarismo sino que, en casos notables, los altos centros del arte y el aprendizaje humanístico de hecho ayudaron y dieron la bienvenida al nuevo terror. La barbarie prevaleció aun en el terreno del humanismo cristiano, de la cultura renacentista y el nacionalismo clásico”.
De esta herencia intelectual es trascendental la lectura de las investigaciones de Hans Georg Gadamer, quien relacionó los mitos con las historias inventadas o halladas: “En cualquier caso, el mito es lo conocido, la noticia que se esparce sin que sea necesario no determinar su origen ni confirmarla”. Se trata de la vinculación “entre el pensamiento que tiene a rendir cuentas y la leyenda transmitida sin discusión”. Las razones peculiares que caracterizan que “nombrar es como aludir a lo que se puede narrar[9].”




[1] The Content of the Form: Narrative Discourse and Historical Representaion. USA: John Hopkins University Press. 1987
[2] “Narrative form as a cognitive instrument”, The Writing of History: Literary Form and Historical Understanding, ed. Robert H. Canary y Henry Kozicki, Madison, Wis., 1978.
[3] La debilidad de creer, Katz editores, Argentina, 2006.
[4] Historia y verdad, Ediciones Encuentro, Madrid, 1990.
[5] Psicología del arte, Barral editores, Barcelona, 1972.
[6] Futuro pasado, Paidós Ibérica, España, 1993,
[7] Épica náhuatl y divulgación literaria, UNAM, México, 1978.
* Ediciones Eón, México, 2010.
[8] La Palabra y el Hombre, No 44, Octubre-diciembre, 1967.
[9] Mito y razón, Paidós, México, 1997. 

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