viernes, 7 de septiembre de 2012

¡Poeta! Eres el océano en delirio de espumas y de sirenas

El siguiente texto apareció en los RENGLONES EDITORIALES de la Revista  CRONOS.  No. 15 de 1980, editada por su director el señor Pedro Carmona en la ciudad de Córdoba, Veracruz, México y es una definición que pocas veces se ha hecho de un poeta. Suponemos que sea el propio director el autor de la misma. Sin otro afán, que el de hacerle justicia a su valor literario, lo transcribimos, con pequeñas correcciones para mayor claridad ante el lector.


“La cuna del poeta es el abismo. Un abismo inmenso, sin fondo y sin orillas. Tan difícil es definir al poeta como a todo lo que es sobre natural. Y si es difícil definirlo, lo es más comprenderlo. ¿Quién comprende exactamente el universo? Y ¿qué otra cosa es el poeta sino el universo entero encerrado en un cerebro y en un alma?

            Los gestos del poeta, su voz, sus anhelos, sus ideales, sus videncias, su rareza, sus delirios, en fin, todo lo múltiple, lo infinitamente cambiante y vario, refulgente o brumoso que se refiere a su cuerpo, a su espíritu y a su mente, escapa al análisis humano más meticuloso, más paciente. Su personalidad sobrenatural  se hunde en un misterio hermético e impenetrable.

            Ebrio de vino o de mujeres, presa de los tóxicos, estrujado por la neurastenia, o abrazado por los fuegos perturbadores de la locura, el poeta asume los perfiles desconcertantes de un personaje mítico y fabuloso que nos trae la voz de los vientos, las melodías del fondo de la tierra y esas cadencias inolvidables que descienden como pétalos sonoros del firmamento y embellecidos por la aurora.

            Habla el poeta, y su acento suena a lejanía encantada; una lejanía de paisajes exóticos, fantásticos; una lejanía de conturbadoras  sonoridades que nos recuerdan las sinfonías imponentes de la selva o el rumor acariciante de las ondas besadas por la luna, el himno entusiasta del ruiseñor en las claras alboradas y la extraña música de las flautas pastoriles, tan apasionada, tan voluptuosa.

            Canta el poeta, y su canción parece hecha de las armonías de los siglos pretéritos y de la miel de abejas olímpicas.  Canta y su canción, por humilde que sea, bien la impregne el amor o la esperanza, o pase por ella el hálito del infortunio y la desesperación, tiembla con un mágico y sagrado temblor de presentimientos y de adivinaciones, de profecías y de augurios de belleza.

           
Canta el poeta y en su canción excelsa vibra el inefable poema de las estrellas; profetiza, y su grito iluminado por una emoción de privilegio, inspirado por maravillosos mundos de visiones que sólo él puede percibir con su refinada sensibilidad, conmueve y sacude los corazones cual las palabras de llamas de   las  pitonisas helénicas.

            El poeta_ ¡cuán pocos existen que lo sean de veras! _, es algo maravilloso y peregrino que impone y suspende; es algo que no puede contemplarse sin un profundo estremecimiento de respeto y devoción. En su cerebro arden las mirras indescriptibles de un culto severo y grandioso. De su espíritu, inundado de recuerdos deslumbrantes, mana un caudal inexhausto de ensueño y de armonía.

            El poeta no está forjado con la misma arcilla de los demás hombres. Propiamente no es un ser humano. Con toda justificación, puede y debe ser considerado como una divinidad en destierro, en cuya memoria flota un aroma imperecedero de un cosmos portentoso todo proporción, todo resplandor y todo hermosura.

            El filósofo investiga y enseña la verdad, trata de arrancar a la huraña esfinge el terrible secreto de la vida y de la muerte. El sacerdote trata de acercarse y acercarnos a Dios en las majestuosas ceremonias de su culto. El sabio y el moralista procuran encontrar el camino de mayor bienestar para la humanidad difundiendo el rígido ejercicio de las virtudes. Solamente el poeta es el único ser de la creación a quien se reserva el privilegio supremo de magnificarse en los crisoles del dolor; de reconquistar su naturaleza divina en el arcano coronado de rayos de su innominable rito presidido por Apolo y por la triple soberanía de las Gracias.

            El poeta, ora sea músico o arquitecto, ora trovador, ora pinte lienzos o cincele estatuas, no tiene más relación humana que la materia que envuelve su alma sonora y rutilante. Es el único depositario de las augustas formas de la simetría y de los secretos indescifrables para el vulgo, que hierven en el arrullo de las alondras y en la plegaria de las frondas del atardecer.




Soñando bajo el cielo atornasolado de los paraísos artificiales, prendiendo sus pebeteros con el gesto hierático de los sacerdotes que adoran al sol en el fondo de los bosques sagrados, el poeta representa la divinidad hecha hombre; resume la belleza universal convertida en verso, en friso, en columna o en serenata.

            Desorbitado y rebelde, inquieto y delirante, o sereno y dulce, astroso o pulcro, cínico o místico, el poeta es algo fabuloso y mítico que nos evoca los felices y remotos días en que los dioses espléndidos se mezclaban con los hombres para participar de sus entusiasmos, de sus amores y de sus quimeras, o para enseñarles a descubrir los ocultos manantiales de la euritmia.

            Digno del templo y del incienso, del holocausto y de la adoración, el poeta apura durante su vida, singularmente  azarosa, el desencanto y la angustia, la amargura y el dolor; y por cada espina, por cada acero que se clava en el alma ilímite, derrama ánforas repletas de ilusiones y de ternuras que perfuman como huertos primaverales y resuenan como ríos que arrastran perlas y piedras preciosas.

            La cuna del poeta es el abismo y su techo la cerúlea comba. Su escenario es el universo y en su corazón desbordante de astros, el mar y la selva, la montaña y el valle, la fuente y el río, desgranan, en un conjunto orquestal, su insólita y honda belleza. Si el poeta llora, sus lágrimas se truecan en rocío. Si el poeta reza, su oración se eleva al empíreo como una fragancia de sacrificio. Si el poeta ama, su amor santifica y redime. Si canta, su canción aviva el fuego de la vida y ahuyenta  la fealdad y la muerte.

             ¡Poeta! Eres el cosmos en ebullición de excelencias. ¡Poeta! Eres el océano en delirio de espumas y de sirenas”.
           
           
     



 

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