jueves, 9 de agosto de 2012

Retrato de vocación por la docencia

Por Aurora Ruiz Vásquez
Mi intención al formular estas breves líneas, es señalar un testimonio del quehacer pedagógico del pasado, para conocer de cerca la evolución en la transmisión del conocimiento y la educación infantil. Del precepto lancasteriano “La letra con sangre entra” a la letra con amor se asimila.
De inmediato, puedo hablar sin apasionamiento, de los hechos relevantes de la vida de mi padre y mi maestro  a la vez,  que reflejan la época histórica que le tocó vivir, el amor a su profesión y la exaltada vocación que lo acompañó en el ejercicio del magisterio. Su labor callada en contacto directo con la infancia, aplicando principios pedagógicos de Rousseau, Froebel, Pestalozzi, Montessori,  Decroly, Rébsamen y Carrillo.
El profesor José Patricio Ruiz Rosas, mi padre, fue un hombre sencillo de origen humilde, campesino modesto; de convicciones arraigadas, liberal sin partidismos políticos, además, culto, autodidacta, responsable, dinámico y entusiasta; educador de vocación que le permitía enseñar cantando  con humor y alegría; gran conversador que daba sus saberes en forma espontánea.
Físicamente, era de complexión delgada, piel morena, ojos y cabello negros,  estatura baja, en contraste con su voz fuerte y sonora.
 Su infancia transcurrió entre la soledad y el trabajo; tuvo una juventud apacible dedicada al estudio. Permaneció en casa de pupilos, conviviendo con jóvenes de su edad en sanas reuniones, bailes familiares y días de campo, como se acostumbraba. Como mi maestro de primer grado, lo recuerdo enérgico pero cariñoso a la vez, siempre traía en su bolsa panelitas, dulces que compartía con nosotros, siempre alegre y de buen humor.
Con él aprendí a leer con el método Rébsamen y la enseñanza memorística me dejó huellas imborrables. Recuerdo también en la escuela un jardín lleno de amapolas de todos los colores, tiernas hortalizas y abejas revoloteando de las que huíamos, pero que golosos comíamos trocitos de panal y cucharadas de miel.
El profesor José Patricio Ruiz Rosas, nació el 26 de noviembre de 1888 en Temapache, zona de la Huasteca Veracruzana, al quedar huérfano a los seis años, un hermano mayor se hizo cargo de él, y lo inició en el  cultivo de la tierra. Dentro de la estrechez económica en que vivían, recibió los auspicios de su maestro de primaria, don Porfirio M. García, quien lo llevó a vivir a su casa; lo preparó para ingresar a la Escuela Normal Veracruzana Enrique C. Rébsamen de Xalapa y le enseñó a tocar el violín y la mandolina, reconociendo en él una inteligencia natural superior.
Con muchas dificultades debido a la falta de vías de comunicación, llegó a Xalapa, aprobó el examen de ingreso, se aplicó en los estudios y recibió con éxito el título profesional de Instrucción Primaria Elemental y Superior en 1913. Tuvo el  privilegio de recibir las enseñanzas de  maestros rebsamianos destacados como: Luis Murillo, Abraham Castellanos, Atenógenes Pérez y Soto, el profesor Suárez Peredo, entre otros. Era todavía alumno cuando fue nombrado Catedrático de Gimnasia de la Escuela Normal Veracruzana, supliendo al profesor Enrique González Yorca hasta 1920. Simultáneamente estudió en la Escuela Particular “Teodoro Kerlegand“ y obtuvo el título de Tenedor de libros en 1914. Se desempeñó como catedrático de Aritmética Mercantil e inspector de orden en el internado de la misma institución. Se casó con Concepción Vásquez Beristáin con quien formó una numerosa familia.
A partir de 1921 inicia su labor docente; instala a la familia en Xalapa y él recorre varios lugares del estado de Veracruz a lo largo de 44 años de servicio ininterrumpidos: Perote, Jalacingo, Papantla Chicontepec, Ciudad Mendoza, Cempoala y Veracruz.
 Como maestro de grupo, director o inspector escolar siempre buscó el contacto directo con los alumnos, dedicándoles todo su tiempo, sobre todo a los niños de lento aprendizaje y a los adultos  analfabetas con clases suplementarias. Pugnó por el mejoramiento de las condiciones materiales y preparación de los maestros rurales, olvidados en lugares recónditos de la sierra, nunca visitados por autoridad educativa alguna.
En la escuela Melchor Ocampo para varones de Perote, permanece casi seis años. Al principio, vivió un tiempo en la escuela (ahí nacieron dos de sus hijos). Se entrega de tiempo completo a su escuela, con el ideal de convertirla en una granja, donde los niños en contacto con la naturaleza, emplearán su tiempo libre al cuidado de plantas y animales poniendo en práctica una enseñanza objetiva; se adelanta  con ello a la llamada “escuela de la acción”, surgen proyectos y centros de interés del medio natural y social circundante. No había castigos o maltrato salvo en ocasiones, recuerdo yo, pararse un momento atrás del pizarrón. Infinidad de anécdotas vienen a mi memoria en lontananza, que me permiten valorar cuán grande fue su labor. Cumplió con su deber, sí, pero se adelantó a su tiempo con métodos avanzados, dio amor a la niñez, comprensión a los padres  y entregó su vida a la educación como un sacerdocio. Creó un ambiente de enseñanza eficaz basado en la relación maestro/alumno y alumno/alumno construyendo una comunidad en la clase. Mostró preocupación por el bienestar de cada uno de sus alumnos brindándoles afecto.
Como a los cinco años de trabajar en Perote, le tocó vivir la jornada anticlerical que tal vez influyó en su traslado a Papantla y su familia, establecida ya como propietaria de una casa de huéspedes, tuvo que establecerse definitivamente en Xalapa.
 En la historia de la educación, vemos que la relación maestro/discípulo en   la transmisión del conocimiento, en principio era la oralidad en un ambiente de sumisión, obediencia ciega, respeto absoluto y hasta temor.
Los métodos y el ambiente escolar evolucionan: del deletreo al fonetismo, de la pizarra al pizarrón, del silabario al libro, del silencio del alumno a la discusión, de la aceptación a la crítica, de la duda y a la investigación. Todos los caminos son buenos en manos de un buen profesor. Como ya indiqué, el profesor José P. Ruiz se adelantó a su tiempo y aplicó  la dialéctica; con preguntas y respuestas constantes, enseñaba en todo momento.
Actualmente  el binomio maestro/alumno se ha transformado.  De una amistad respetuosa, y cariño mutuo,  el respeto ha desaparecido; el alumno “mangonea” al maestro a su antojo y llega a producir temor al profesor, con raras excepciones ¿a qué se deberá esto?
Don Pepe Ruiz, así conocido por los habitantes de la comunidad, despliega toda su energía al recorrer en1933, el norte de  la sierra Madre Oriental en su caballo blanco; convive con los nativos, absorbe su cultura y los ayuda, tanto, que  sacrifica el dinero propio, para repartirlo entre los maestros  rurales; gestiona el pago oportuno y los convierte en sus propios alumnos, preparándolos para desempeñarse mejor.
Pasado un tiempo, busca la cercanía de su familia en Xalapa, y trabaja en Ciudad Mendoza y luego en Cempoala, Veracruz. Vivió como le gustaba, en la propia escuela, la que encuentra en condiciones inhóspitas y de inmediato, sensibiliza a los habitantes del lugar para mejorarlas; propone, en primer lugar, abrir una calle para permitir el fácil acceso a la institución. Como en todos los lugares donde laboró: convierte la educación elemental en superior; forma grupos socioculturales y deportivos, logra que alumnos y padres de familia colaboren removiendo piedras para delimitar el espacio de la escuela; imparte clases todo el día y convence a los padres de alumnos destacados a seguir estudiando en la capital y consigue ver con satisfacción,  a tres ex alumnos graduados como maestronormalistas; Guido Banda, Juan y  Cirilo Rivera.  El pueblo responde con gratitud y lo manifiesta en numerosas misivas cuando lo despiden al pasar a trabajar al puerto de Veracruz.
Aquí, en igual forma, transforma una galera sin muebles, en un magnífico edificio con todas las instalaciones, construido gracias a sus gestiones con el gobernador del estado Lic. Jorge Cerdán, la Escuela “MÉXICO” con una planta de maestros completa. El profesor Ruiz sigue laborando aquí hasta  1957 donde culmina su carrera magisterial. ¿No es maravilloso?
En su jubilación se dedica a trabajar en un solarcito de su propiedad, a leer  y a enseñar a las personas que se acercan a él y a los niños que él busca, aún cuando ya estaba enfermo.
La mañana fría del 22de enero de 1971, dejó de existir a la edad de 83 años, dejando consternados a los que lo amamos y un vacío en la educación veracruzana.
Recibió la mayor presea, la gratitud de sus ex alumnos y del pueblo, cuando en su lecho de muerte le fue entregada una réplica  de la placa que lleva su nombre, una calle colindante a la escuela “Francisco Saravia de Cempoala”.
Un jardín de niños de Xalapa, ostenta su nombre desde hace 26 años, asimismo una biblioteca de Temapache y una calle de Xalapa.
Las circunstancias históricas cambian al través de los años, pero conocer estos modelos de actuación pedagógica, nos permite deducir que ante todo, el maestro debe tener vocación, preparación y voluntad de servicio.
Hoy  se cuenta con herramientas y apoyos didácticos suficientes que facilitan la labor del maestro, que es guía y conductor del aprendizaje de los alumnos. El uso del ordenador se ha generalizado, pero se requiere más información sobre su uso y posibilidades. Las mentes infantiles están muy despiertas  y acordes a la era digital,  por tal motivo no sabríamos decir qué nos depare el futuro.

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