jueves, 9 de agosto de 2012

Interferencia

Por Edgar Aguilar

Estimado Carlos Romano, conductor del programa “La Revista” de Radio Universidad:

El martes pasado 9 de agosto, sucedió algo curioso en el programa Concierto Central de Radio Universidad que conduce el maestro Storni.
            Y fue curioso por muchas razones. Yo vivo relativamente cerca de Clavijero, por lo que conozco la casona un tanto abandonada y hasta fantasmagórica –quizá sea sólo mi apreciación– donde se ubica Radio Universidad. El martes, alrededor del medio día, me encontraba trabajando en mi casa. Hay que recordar que el programa Concierto Central se transmite de lunes a viernes de doce a dos de la tarde, y se repite estos mismos días a las diez treinta de la noche, salvo los jueves, que inicia a las once de la noche.
            Pues bien, el martes, como he dicho, me encontraba en mi casa trabajando (revisando unos textos, para ser más preciso). Es difícil que me pierda el programa del maestro Storni, ya que si no puedo escucharlo al medio día, lo oigo diferido por la noche.                    
Cerca de las dos de la tarde empecé a sentir un enorme cansancio (a pesar de las cinco o seis tazas de café que llevaba). Fue entonces cuando recordé el programa del maestro Storni, y me reproché el no haber prendido la radio a las doce en punto, como suelo hacer siempre al encontrarme en casa, además de que ya estaría por finalizar. Era evidente para mí que si había pasado por alto sintonizar el programa a la hora acostumbrada, se debía precisamente, o en gran medida, al hecho de hallarme absorto en mis papeles. No obstante, la terrible fatiga que empecé a experimentar me obligó a levantarme y a decidir tomar un pequeño descanso antes de continuar con mi trabajo.
            Tengo un pequeño radio-despertador que es el que escucho cotidianamente, pues capta muy bien la señal de Radio Universidad. Encendí la radio y me tumbé en un sillón recargable que está junto al aparatito, tratando de concentrarme en la última parte del Concierto Central. Se escuchaban los suaves compases de unos violines melodiosos, pero no logré distinguir el compositor.  
            El programa del maestro Storni me gusta porque, entre otras cosas, y como él mismo dice, busca difundir música poco escuchada y poco conocida, y por lo tanto nulamente transmitida en los programas de este género, incluso música que no es ejecutada por las propias orquestas en los conciertos en vivo. Y la pieza que escuchaba en ese momento, efectivamente, me pareció irreconocible…
            Los violines eran demasiado viejos, la grabación era excesivamente vieja, o yo me sentía viejo, pero algo extraño empecé a percibir. Proyecté mi cuerpo a un lado y hacia delante a manera de escuchar mejor y giré la ruedecilla del radio-despertador para subir el volumen. Entonces lo que creí escuchar fue algo parecido a lo que todos conocemos como una interferencia. Y digo parecido porque, poniendo toda mi atención en ello, no era propiamente una interferencia en la señal. Era un siniestro ruido que se sucedía a intervalos, como si rasgaran una tela o rayaran frenéticamente un disco, un disco de acetato, desde luego. La señal se iba y venía repentinamente, mientras los violines se me figuraban cada vez más anticuados, confusos, como si los oyera desde muy lejos… El colmo del asunto fue cuando, al término de la última “interferencia” (creo que fueron tres), escuché, para mi asombro y total perplejidad, unas risitas maliciosas y perversas en mi aparato receptor. Me levanté de un salto y casi pegué el oído a la radio.       
            Las risitas cesaron súbitamente. Los violines, por su parte, proseguían tocando como si nadie los estuviera tocando (sé que no me explico). Mantenían un ritmo, una melodía, una continuidad, pero curiosamente pensé (tampoco sé por qué pensé esto) que nadie podía estarlos tocando. Claro está que si uno escucha cualquier disco, el disco toca por sí solo, sin que nadie lo toque. Pero lo que quiero decir es que en ese momento parecía no haber intérpretes, sino sólo violines que tocaban a su libre albedrío. De pronto, casi imperceptiblemente, como una presencia ajena y al mismo tiempo como si acompañara y armonizara en el interior de la propia sonoridad del compás de violines, alcancé a distinguir una musiquita de piano. Esa música lenta, más bien triste, nostálgica y monótona de las cajas musicales que se suelen obsequiar a los niños para que logren conciliar el sueño. Y al unísono eran los violines sin vida y el fondo lúgubre del piano –aunque un tanto infantil– de la cajita musical lo que yo estaba escuchando… 
            La música se interrumpió de golpe y la voz templada del maestro Storni hizo su aparición. Pensé sin dudarlo que daría una explicación convincente de lo que acababa de suceder. Para mi sorpresa –rayana en la indignación–, únicamente se disculpaba por cortar la pieza (algo inusual en él) antes de que ésta finalizara por completo. Lamentaba el hecho de haber dejado inconcluso un cuarteto de Mozart –¡Mozart, imposible!, pensé– en su tercer movimiento, faltando el cuarto y último. La razón que había dado se debía exclusivamente a que el tiempo de su programa estaba por terminar, lo que era más que correcto, pues mi radio-despertador marcaba las catorce horas con un minuto. Acto seguido la radio sonaba como si tal cosa, con su programación habitual, como si nada, absolutamente nada, hubiese ocurrido... ¿Alguien más escuchó todo esto o sólo fue fruto de mi imaginación?

Le saluda cordialmente
Un atento radioescucha

P.D. Quizá se pregunte por qué no escuché el Concierto Central en su repetición por la noche para corroborar lo que le he narrado. Lo intenté, por supuesto, pero justo poco antes de la media noche me invadió un enorme cansancio y me quedé profundamente dormido.  


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