jueves, 9 de agosto de 2012

DANIELITA

Por: David Nepomuceno Limón

Ella era una niña de escasos cinco años que crecía bajo los cuidados de sus padres. Durante los últimos días andaba pensativa, pues una noticia la había entristecido por completo. Tener que aceptar que los gatitos de su mascota fueran llevados al veterinario. Su llanto seguía ocasionando que su respiración entrecortada no la dejara hablar por momentos. Le habían insistido que finalmente los animalitos serían donados a otros hogares, ya que no era posible tenerlos en casa. Aun así, todos compartían la tristeza de la niña.
   Doña Catalina, madre de la pequeña, puso con cuidado los animalitos en una caja para que su hija los llevara a la cajuela del coche. En ese momento todavía no se notaba el contraste entre una serenidad racional y una especie de agonía interna. La niña no despegaba la vista de la caja de los mininos.
   Los padres esperaban ensombrecidos que Danielita pudiera soportar el angustioso trance en que se encontraba. Rumbo a la veterinaria, todos iban silenciosos. Sólo se escuchaban de vez en cuando algunos remanentes de los sollozos de la niña.
   Un joven ataviado con bata blanca y aspecto de buen amigo los esperaba en la puerta del establecimiento. La niña rompió nuevamente en llanto al saber que ya no vería a los gatitos. Aunque No había eliminado por completo los tormentos de las dudas, y persistía la idea de hacer muchas preguntas.
   Al bajar del auto la niña sintió como si sus emociones estuvieran fuera de control. Al conocer el motivo de su visita, el veterinario intentaba persuadirla con una sonrisa. Con tantas preguntas llenas de sinceridad que salían de lo más profundo de ella, daba rienda suelta a todo lo que pensaba y quería decir. El médico trataba de dignificar el momento con una respuesta que no encontraba de inmediato.
   Dentro de la veterinaria las jaulas vacías parecían estar llenas de advertencias. Cuando entregó la caja se asomó por un momento el arrepentimiento, pero ya era demasiado tarde para dar vuelta atrás. En ese instante la promesa del médico de cuidar los animales parecía inútil. Al tomar el recipiente sólo alcanzaba a sonreír.
   Qué complicada puede ser la vida cuando se toman decisiones que nos podrían dañar emocionalmente. Y para romper con la tensión, doña Catalina se disculpó por la expresividad de Danielita, que en ocasiones parecía inapropiada.
   El joven abrazó a la niña prometiéndole que daría todos los cuidados necesarios a los pequeños huéspedes hasta que tuviera la certeza de haberles encontrado un buen hogar donde los quisieran como ella lo hace.
   Con tanta insistencia y promesas repetidas, Danielita iba comprendiendo que a los gatitos los esperaba un nuevo mundo. Por lo pronto el llanto fue cesando al aceptar unas paletas de caramelo como símbolo de que una promesa estaba hecha y nadie podría quebrantarla.
   Doña Catalina y su esposo se despidieron del médico con un gesto de agradecimiento, una sonrisa y un apretón de manos. La niña hizo lo mismo, alejándose con la seguridad de que los gatitos se habían quedado en buenas manos. Ahora sólo se mantenía el recuerdo que para ella vivirá en el viento o el resplandor de una estrella.
   La noche había llegado sigilosa. Los comercios cerraban sus puertas. Las calles semivacías indicaban que la gente se retiraba a descansar. La veterinaria lucía tranquila con sus luces apagadas, mientras el médico en su auto se dirigía a su hogar. A un costado de su asiento la caja con los gatitos se movía por la desesperación de los pequeños felinos al tratar de salir de su pequeña prisión. Al llegar y entrar a su casa caminó hasta el fondo del patio, donde había un espacio techado. Una jaula reforzada de medianas proporciones indicaba la peligrosidad de lo que ahí se encontraba. Al colocar la caja con los gatos sobre la jaula, en el interior de ésta una víbora de varios colores empezó a moverse lentamente.
   El veterinario veía con cariño su mascota enjaulada. Sonriéndole, fue sacando lentamente los gatitos uno a uno, introduciéndolos en la jaula. El médico se regocijaba. Su pequeña criatura cenaría a gusto.
Afuera, la noche transcurría oscura y silenciosa. La luna se había ido a dormir.

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