miércoles, 6 de junio de 2012

Algunos misioneros en la Nueva España


Por Raúl Hernández Viveros

Después del genocidio de veinte millones de aborígenes, en el siglo XVI, nada más sobrevivieron tres millones de indígenas en Mesoamérica. El exterminio de la población nativa estuvo acompañado por la guerra bacteriológica en el Nuevo Mundo, con la aparición de epidemias como la peste y la viruela.  Lo cual representó el despojo y expropiación de las tierras. Hasta nuestros días prosigue la discriminación, el abandono y el desprecio por los pueblos indígenas de América Latina.
En su Historia de la infamia, Jorge Luis Borges rescató la información de que: “En 1517 el P. Bartolomé de las Casas tuvo mucha lástima de los indios que se extenuaban en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas, y propuso al emperador Carlos V la importación de negros que se extenuaran en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas”. Se debe mencionar que entonces los reyes de España y la Iglesia Católica controlaron a los encomenderos en el Nuevo Mundo.
Desde 1501 Nicolás de Ovando, gobernador y administrador colonial de La Española, desde 1502 hasta 1509. Fundador de los pueblos de Puerto Real, Cares, Santa Cruz de Aycayagua, Gotuy, Joragua y Puerto Plata, quien trasladó y reconstruyó la ciudad de Santo Domingo. También permitió  la compra de esclavos negros, nacidos en cautiverio o de dueños católicos, en 1501. A los dos años siguientes pidió que ya no llegaran más negros porque eran capaces de buscar su liberación.
Sin embargo, en 1516, debido a la fuerza física de los negros se reanudó su traslado al Nuevo  Mundo. Alonso de Zuazo en una carta al rey Carlos V, de fecha enero 1518, señaló que: “ay negros que hazen en un día ciento a cuarenta montones y el yndio mas manicato que quiere decir esforcado o  hombre de muchas fuercas no hazen al dia de doze montones arriba”. Bartolomé de las Casas solicitó el envío de: “veinte negros y otros esclavos a las minas”, y que llegaran acompañadas con sus correspondientes parejas.
A partir de 1513 se  exigió  un tributo por los negros que entraban en el Nuevo Mundo, lo cual dio inicio al comercio de esclavos africanos. En 1518 se autorizó la exportación de cuatro mil negros. Con esto comenzó el monopolio de las Piezas de Indias, principalmente a cargo de los países europeos que tenían colonias en África.  Bartolomé de las Casas estuvo de acuerdo en este tipo de mercado de esclavos para proteger el exterminio de los indios de México.    
La preocupación de Bartolomé de las Casas frente al exterminio de los grupos indígenas  llegó a plantear la alternativa de la esclavitud negra en el Nuevo Mundo. Todo esto con el pretexto de repoblarlos los territorios conquistados. Como exactamente lo definió: “Podrá Su Majestad dar por algunos años algunas personas señaladas y hacer merced a uno de cincuenta mil maravedís; a otro, de ciento; a otros, de más, y, a otros, de menos, para que ayuden a la tierra a poblar hasta que en ella se arraiguen”. De esta manera brotó el color negro de México.
Entre algunas normas de las Leyes de las indias sobre los aborígenes se dispuso que: “los indios, e indias tengan como deben entera libertad para casarse con quien quisieren, así con las indias, como con naturales de estos nuestros Reynos o Españoles, nacidos en las Indias.” También se les concedió permiso para “que puedan criar todas y cualesquier especies de ganados mayores y menores, como los pueden hacer los españoles sin ninguna diferencia”.
Por otra parte, Paulo III, quien defendió la racionalidad de los indios, y reprobó en 1537 que se comerciara con los negros. Fray Toribio de Benavente aclaró a Fray Bartolomé de las Casas que: Todo lo que acá tienen los españoles, todo es mal ganado, aunque lo haya habido por granjerías: y acá hay muchos labradores y oficiales y otros muchos labradores y oficiales y otros muchos, que por su industria y sudor tienen de comer… a los conquistadores y encomenderos y a los mercaderes los llama muchas veces, tiranos, robadores,  violentadores, raptores, predones”. Paulo III determinó que: “los dichos indios y todas las demás gentes que de aquí adelante vinieren a noticia de los cristianos, aunque más estén fuera de la fe de Jesucristo, que en ninguna manera han de ser privados de su libertad y del dominio de sus bienes.”
De todas maneras la esclavitud prosiguió, y aparecieron las primeras conjuraciones de los negros. Francisco Xavier Alegre hizo la crónica de que en 1609: “Yanga era un negro de cuerpo gentil, bran de nación, y de quien se decía que si no lo cautivaran, fuera rey en su tierra.” Después de capitular, los negros rebeldes se establecieron, y lucharon contra los indios,  a quienes consideraban sus “enemigos naturales”.
De acuerdo a Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin: “el miércoles 2 del mes de mayo del año de 1612 fue cuando fueron colgadas veintiocho personas de los negros; y de las negras, siete personas fueron colgadas. En conjunto, todos los colgados suman treinta y cinco personas.” Fueron acusadas de que iban a rebelarse, e intentaban matar a sus patrones españoles.
Dentro de sus planes reconocieron que iban a nombrar a un negro y una mulata como reyes, que contarían con duques, marqueses y condes. Marcarían a los indígenas en las bocas. Exterminarían a los hombres y mujeres blancas. Por supuesto, antes seleccionarían a las más blancas y bonitas para ser esposas de los negros. El que no pareciera mulato sería sacrificado de los conventos sacarían a las monjas y se casarían con ellas, y a las mujeres negras las iban a llevar a vivir a los conventos.
Acabarían con los sacerdotes pero respetarían la vida a las carmelitas, a los franciscanos y a los jesuitas. Fueron ejecutados y después cortados en pedazos. Chimalpahin en su crónica señaló que: “apenas a los dos días, en jueves, con el cual fueron tres días del mes de mayo en curso, justamente en la fiesta de la Santa Cruz , descolgaron a los muertos de las horcas de madera. Y a estos mencionados muertos ordenaron de la justicia que a todos se les abriera, que sus cuerpos se partieran en dos, allá se colgarían en todas las calles grandes y barriadas que vienen a entrar a México.”
Frente al deslumbramiento por el descubrimiento del Nuevo Mundo, los vencedores del imperio Azteca, dieron el inicio a sus crónicas y memorias de episodios comparados con las luchas contra los infieles durante la dominación árabe en el reino de España. Al mismo tiempo para legitimar el colonialismo recurrieron a los escribanos que certificaban el despojo de las tierras donde habitaban los grupos indígenas.
      Por otra parte, existió la necesidad de ofrecer descripciones que a veces fueron superadas por la fantasía, para impresionar a los reyes católicos y a los representantes del Vaticano. Sin embargo, hubo un intento por recuperar la historia antigua de los mexicanos que antes fue totalmente destruida por haber sido considerada como mensajes diabólicos de adoraciones hacia divinidades profanas.
Entre la imaginación y la realidad, los primeros historiadores reinventaron algunos pasajes de la vida cotidiana y el ambiente de la utopía y los dogmas religiosos prehispánicos. Hay que mencionar a Juan Suárez de Peralta, quien nació en la ciudad de México entre 1535 a 1540; compañero de Martín Cortés. Autor de “Libro de alveitería”,  “El tratado de la caballería de la jineta y  brida”, y el “Tratado del descubrimiento de los indios y su conquista”, los cuales aparecieron hasta 1878, y fue cuando se dio a conocer  la conspiración del segundo marqués del Valle, hijo de Hernán Cortés.
   También Fray Toribio de Benavente o Motolinia, quien nació en Benavente, España,  y existen dudas sobre las fechas de nacimiento y muerte: ¿1482?–Ciudad de México, ¿1569? Reconocido como defensor de los derechos de los indígenas. Edmundo O’ Gorman advirtió que su “Historia de los Indios de la Nueva España”, no fue escrita por dicho autor de lo que se conoce por los “memoriales”, y el libro original desapareció. En cambio,  Bernardino de Sahagún, quien nació en  Sahagún, León, España, y murió en 1499, Ciudad de México, el 5 de febrero de 1590. Escribió en náhuatl y español, logró recuperar los pilares de la historia del México antiguo. Sus recopilaciones permitieron obtener información fundamental sobre las costumbres y tradiciones aztecas, en las páginas de su “Historia General de las cosas en la Nueva España”
Jerónimo de Mendieta, 1525-1604, autor de la “Historia eclesiástica indiana”, elaboró la crónica de la evangelización del Virreinato de la Nueva España, que esperó tres siglos en publicarse. Diego Durán, Sevilla, 1537–1588, conocido como fray Diego Durán, recogió importantes testimonios que le narraron los indios de México. José de Acosta, 1540 –1600,   autor de La “Historia natural y moral de las Indias”. Fue el primero en señalar  que los primeros hombres habrían cruzado a América a través de Siberia.
Juan de Torquemada, 1388-1468; escribió “Los veintiún libros rituales y Monarquía Indiana”, trascendental obra histórica, en la cual describe la fundación de las provincias de San Francisco y también las biografías de sus misioneros. Aclaró que “ya tengo dicho en muchas partes de estos libros, cómo los que han escrito del origen de estas gentes,  no se ha preocupado que más que de dar noticia de cómo estos últimos mexicanos vinieron”. Investigó en los códices y a través de la transmisión oral obtuvo valiosas aportaciones históricas.
La primera escuela fundada en América fue la de Texcoco, en 1523, gracias al impulso del Fray Pedro de Gante, familiar de Carlos V. El historiador Joaquín García Icazbalceta, quien nació en la Ciudad de México el 21 de agosto de 1825, falleció el 26 de noviembre de 1894. Historiador, escritor, filólogo, bibliógrafo y editor mexicano
En 1875, fue miembro fundador de la Academia Mexicana de la Lengua. Señaló que: "causa verdadera admiración los gigantescos esfuerzos de aquel lego inmortal que sin más recursos que su indomable energía, hija de su ardiente caridad, levantaba de cimientos y sostenía por tantos años una magnífica Iglesia, un Hospital y un gran establecimiento (se trataba del San Francisco de México) que era al mismo tiempo escuela de primeras letras, colegio de instrucción superior y de propaganda, academia de bellas artes y escuela de oficios: un centro en fin, de civilización".
Posteriormente, Sebastián, Ramírez de Fuenleal quien nació en Villaescusa de Haro, c. 1490 y murió en  Valladolid, el 22 de enero de 1547, fue un noble, religioso, político y jurista español que ejerció los cargos de obispo de Santo Domingo y presidente de su Real Audiencia (1527-1531), presidente de la Real Audiencia de México y último gobernante previrreinal de Nueva España (1530-1535).
Fue el fundador del Colegio de Santa Cruz de Tla1telolco, para indios nobles, en 1533, y hubo allí maestros de la talla de Bernardino de Sahagún,          Arnoldo de Basancio, de Juan de Gaona y de Juan Focher de la Universidad de París. Egresaron de este importante centro de estudios prehispánicos de las culturas y lenguas indígenas, importantes alumnos que más tarde llegaron a ser gobernadores o alcaldes de pueblos y maestros de indios y aun de españoles.
Joaquín García Icazbalceta advirtió que "De este modo la raza indígena daba maestros a la española; hecho histórico digno de meditación". Por otra parte, los colegios para mestizos de San Juan de Letrán (1547) y de Niñas (1548) fundados por Zumárraga y Mendoza; y en las provincias se instalaron diversos centros de estudios. Por ejemplo, los Colegios provincianos el de Tiripetío (1540), por Fray Alonso de la Veracruz; el de San Nicolás de Pátzcuaro, más tarde trasladado a Valladolid, Morelia, organizado por Vasco, Vázquez de Quiroga  (1541).
Además de los jesuitas en Puebla y Guadalajara, Valladolid y Zacatecas, Pátzcuaro y Tepotzotlán, Oaxaca y Veracruz. Los cuales sumaron, 30 Colegios, a la altura de los mejores de Europa. Hay que señalar que la educación formó parte de la evangelización, la enseñanza del castellano y el latín. Al mismo tiempo que comenzó el estudio de los idiomas indígenas de México, dio inicio el rescate de la historia oral y la escritura de los antecedentes a la conquista de España.
Sin embargo, en la Nueva España se trasladó la Inquisición episcopal (1536-1571), para perseguir a los infieles que todavía practicaban sus ritos paganos y adoraban   a infinidad de  dioses. Con la aprobación de Carlos V, se permitió a los protestantes llegar  al Nuevo Mundo. El papa Pablo III, con la bula Altitudo divini consilii, rechazó  la llegada a los apostatas  y exigió su expulsión.
El nexo común de todas estas propuestas fue la idea del nacionalismo desarrollista, con sus sindicalistas revolucionarios, católico-sociales integrados o antiguos marxistas coincidieron en la necesidad de una base económica desarrollada y madura como paso previo para la creación de una auténtico y sostenible Estado orgánico y corporativista.  Exactamente sobrevive nuestros días con el sindicalismo al servicio de los intereses del gobierno y su partido.
Con la conquista, los mitos occidentales se cimentaron entre las profundidades del pensamiento prehispánico. Carlos Fuentes comenzó su investigación acerca de lo que denominó “Tiempo mexicano”. Desde principios de los años setenta del siglo pasado profundizó sobre el retraso y las ruinas de México, y definió que “un templo tolteca no tiene descendencia: es ruina en sí y para sí.”
Hasta nuestros días todavía se rechaza reconocer la dignidad de los idiomas, creencias y hasta la propia historia de las etnias que sobreviven en México. Sin embargo, esta realidad se transforma cotidianamente en un espacio invisible que sólo se abre hacía un folklorismo que se define como “mexican curious”.  Brota durante los programas populistas de caridad institucional, y en la compra de votos por comida, agua y hasta el pago de pisos de cemento en millones de chozas.
Desde la conquista y colonización, Carlos Fuentes definió que: “España se cierra y nos encierra. Una intensa esquizofrenia política, moral e intelectual se apodera de la América Española: el trasplante español nos ofrece lo peor y nos niega lo mejor de España; Cuba puede ser una Andalucía, más graciosa que la propia Andalucía, pero México es una Castilla, más sombría  que la propia Castilla…” Frente a lo cual puede examinarse el empleo de un lenguaje y pensamientos desorganizados, delirios, alucinaciones, trastornos afectivos y conducta inapropiada hasta el presente mexicano con los discursos y mensajes políticos.
La historia nacional contemporánea sustenta la proyección de un sistema decadente que rechaza los valores, los derechos humanos, y se derrumba en la crisis económica, moral y educativa. La cadena de fracasos económicos va acompañada del crecimiento de la población que se debate entre la violencia y la corrupción en todos los aspectos de la vida nacional.


El reconocimiento de las identidades, al pluralismo lingüístico y cultural de nuestros pueblos indígenas, puede transformarse en la fortaleza de la historia nacional. Antonin Artaud señaló que “El más alejado campesino indígena lleva en sí su cultura como un atavismo”, y Carlos Fuentes señaló la necesidad de “comprender hasta qué grado la cultura indígena posee muchas claves para disolver las neurosis modernas”, en sus ensayos sobre nuestro “Tiempo mexicano”.  

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