viernes, 11 de mayo de 2012

Sobre El ocaso interminable:


Por: Javier Ortiz Aguilar


En los años sesenta del siglo pasado, nuestro sistema educativo  permanecía al margen de las preocupaciones nihilistas de los intelectuales europeos. En nuestros centros universitarios la ciencia era el discurso de la verdad. Este hecho no es arbitrario o propio de la ingenuidad, es producto de la evidencia del experimento y la prueba de las proposiciones que sustentan las ideas de la razón, el sujeto y el sentido. Nadie podría, en estas condiciones, negar la posibilidad de una vida mejor, incluso la posibilidad de “tomar el cielo por asalto”.
En ese contexto, la historia alcanza un estatus privilegiado en el reino del conocimiento científico; gracias al desarrollo de teorías, la consolidación de los estados nacionales y la institucionalización de archivos, incluso la formación profesional del historiador. No obstante la sospecha sobre la legitimidad de los trabajos históricos está presente, aún cuando el estado de ánimo impide valorar los alcances y consecuencias de la crítica. Don José Ortega y Gasset  expone una crítica en el prólogo a las Lecciones sobre filosofía de la historia universal, cito: “Y no puede desconocerse que hay una desproporción escandalosa entre la masa enorme de la labor historiográfica ejecutada durante un siglo y la calidad de sus resultados. Yo creo firmemente que los historiadores no tienen perdón de Dios. Hasta los geólogos han conseguido interesarnos en el mineral; ellos en cambio, habiendo entre sus manos el tema más jugosos que existe, han conseguido que en Europa se lea menos historia que nunca.”[1]. Resulta interesante que en momentos previos a la posmodernidad las formas historiográficas ya estén severamente cuestionadas.

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La pregunta surge de inmediato: ¿por qué el desinterés por la historia? La respuesta reside en los orígenes de este concomimiento. La historia es el producto de la modernidad. Es en consecuencia contemporánea con el estado nacional. Su paralelismo permite la recepción de influencias significativas. Por una parte, la necesidad del nuevo estado para registrar sus acciones y resultados de la administración pública, crea los archivos nacionales, imprescindibles para la construcción de los discursos históricos. Pero por otra, le asigna a la conciencia dos funciones: presentar los mitos fundacionales y justificar la existencia de una nueva hegemonía.
Así nace un conocimiento cargado de positivismo, de traumas o simplemente una visión de los vencedores o de los vencidos. Estos discursos ajenos a la vida de los hombres que viven y luchan, resultan una especie de opio de mala calidad. Una historia cargada de hechos, de traumas o de ideologías, no conducen a una explicación valida de la realidad social, y por ello resulta un discurso, a pesar de los recursos metodológicos, ajeno a los propósitos prometidos por la modernidad: un saber capaz de orientar la práctica social con la finalidad de superar la situación heredada.
En estas circunstancias la crítica a la modernidad a la historia resulta fatal, puesto que, nos sólo  ponen en tela de juicio la validez de sus principios, sino que sus productos pierden consenso entre los lectores. Los historiadores en su mayoría, prefieren orientar sus investigaciones  a cuestiones academicistas eludiendo el compromiso con los problemas políticos. Así  hay una considerable producción historiográfica ajena a las preocupaciones de la sociedad actual.

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En este contexto adquiere una significación importante el libro  de Arturo Anguiano que hoy presentamos en el marco de uno de los acontecimientos más importantes que organiza la Universidad Veracruzana.
Este libro El ocaso interminable[2], reconcilia al lector preocupado por los problemas sociales con la historia. Hay dos razones:
1.    Las tesis son proposiciones comprometidas con un proyecto político en tiempo de la globalización.
2.    No recurre a la especulación, para la demostración de sus tesis, sino a la exposición de hechos duros, metódicamente construidos.
La estructura del discurso descansa en una recuperación crítica de una tradición de la historia moderna, fincada en la idea de la totalidad histórica como referencia de la explicación necesaria para transformar la realidad social. Si bien esa totalidad emerge de las relaciones económicas, es la política, la práctica social la que les da unidad, continuidad o ruptura. En esa perspectiva interpreta nuestro pasado inmediato, no con la finalidad de retornar a un  pasado, o recuperar una memoria totalmente  mitificada, por lo contrario, aquí está expuesto un discurso que nos permite vislumbrar las posibilidades de futuro, y lo más importante, saber qué hacer para impulsar un proyecto añejo pero todavía incumplido: un régimen democrático.
Consecuente con lo anterior construye un problema de la investigación que cada vez adquiere más importancia en  nuestro país: ¿por qué existe una resistencia omnipresente ante los avances democráticos? ¿Por qué las prácticas autoritarias permanecen intactas a pesar de las modernizaciones tecnológicas y las luchas populares?
Estas preocupaciones orientan  la estrategia de la investigación. Resulta evidente que el investigador desmonta las estructuras que crean las condiciones de posibilidad  del quehacer antidemocrático en México. El análisis por separado permite encontrar la unidad esencial en el todo social. Esa unidad, por supuesto, no es una unidad trascendente,  sino en una práctica política históricamente condicionada.
Por supuesto las condiciones estructurales no son estáticas ni determinantes; por el contrario, éstas van generándose en la tensión entre las tradiciones y las prácticas políticas. Por ello, el autor considera como el principio de  sus indagaciones el momento que la revolución mexicana se hace gobierno, iniciándose así un doble proceso: una modernización productiva para ingresar al sistema mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial, y la conservación de una forma arcaica del ejercicio del poder: autoritario, vertical, corporativo, clientelar, fincado no en la voluntad ciudadana, sino en el vasallaje en todas las actividades de la vida social. De esta manera delimita su investigación: la crisis de este sistema autoritario, iniciada con el movimiento estudiantil de 1968 y que culmina en el año 2000 con la alternancia en la máxima representación nacional. Entramos al siglo XXI, bajo el signo del espíritu de nuestros tiempos: la vida democrática. Bien vale la  pena citar el inicio de la presentación del libro: “El tercer milenio se inició en México con un sismo político que estremeció la nación: la derrota de la transfigurada y decadente  ‘Revolución hecha gobierno’ luego de más de setenta años de dominio incuestionable.”[3]
La derrota no significa la ventilación democrática en el turbio quehacer político, sino que las reminiscencias del autoritarismo, la arbitrariedad, permanecen incólumes en el nuevo régimen. Este es el problema que interesa a la sociedad mexicana.

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Las reminiscencias autoritarias construyan la vida artificial de un sistema que por sus mismas contradicciones deben desaparecer. Este ocaso interminable es el objeto de estudio y se expone en cinco capítulos, sustentados en una selecta bibliografía, y en la experiencia en el campo de la lucha revolucionaria. No hay aquí una separación entre la construcción rigurosa de un discurso científico social y un compromiso político.
En lo personal me parece fundamental su concepción del apogeo del antiguo régimen y su crisis estructural; su cénit y su nadir. El cenit, dice, se alcanza durante el sexenio del General Lázaro Cárdenas donde la modernización culmina toda una estrategia tendiente a dotar al estado “(…) de las palancas constitucionales y sociales que le permitieron realizar una labor realmente civilizadora por medio de transformaciones en distintos terrenos. Ningún otro actor estuvo en condiciones de dirigir y poner en práctica este esfuerzo.”[4]. Por supuesto el ocaso es producto del desmantelamiento de ese poder, iniciado inmediatamente después de la masacre de Tlatelolco y acentuado con las prácticas neoliberales instituidas después de 1984. De esta manera hay una contradicción entre la producción y distribución de bienes y servicios y el autoritarismo que permea a la sociedad en su conjunto. En esa contradicción queda atrapada la voluntad ciudadana-
La lectura de esta obra, insisto, reconcilia al lector preocupado por  la  cuestión social con la historia, puesto que, las ideas que subyacen en ella nos ubica y nos compromete con nuestro tiempo. Anguiano desde un presente vivido  pregunta a los procesos pasados, con la finalidad de asumir la conducta adecuada  para construir la vía de un futuro deseable.
Manuel Cruz, parafraseando a Jean Paul Sartre, señala el sentido de los discursos históricos, como el del Dr. Anguiano: “(…) ahora resultará oportuno reiterar: lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que nosotros hacemos con lo que han hecho de nosotros.”[5]











[1] Hegel, G. W. F.  Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. Madrid, Alianza Universidad, 1989. P. 17
[2] Anguiano, Arturo. El ocaso interminable. Política y sociedad en el México de los cambios rotos. México,  Ediciones  ERA S. A. de C. V.; 2010
[3] Anguiano, Arturo. Ob. cit. p. 11
[4] Anguiano, Arturo. Ob. Cit. 141
[5] Cruz, Manuel. Acerca de la dificultad de vivir juntos. La prioridad de la política sobre la historia. Barcelona, Editorial Gedisa; 2007 (Visión 3 X) p. 14

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