lunes, 16 de abril de 2012

Editorial

 “… nadie puede enseñar a otro a crear;
a los más, a escribir y leer.
El resto, se lo enseña uno a sí mismo tropezando,
cayéndose  y levantándose, sin cesar.”
Mario Vargas Llosa
La crítica literaria, como toda evaluación, es necesaria, diríase hasta obligada, a pesar de ello dentro del medio literario es poco común. Es más cotidiano el halago, la adulación, quizá por el temor a la réplica, poco se  realiza, pero finalmente al transcurrir del tiempo llega.
La objetividad no tiene cabida en el análisis de las obras literarias, si se considera la posición del crítico: lector o escritor está imbuido dentro del medio, forma parte del mismo, es actor, no existe independencia mental y enfoca, de manera regular, su apreciación en uno de los diversos aspectos de esa integralidad que conforma  un trabajo.
La forma y el fondo, son alcanzados por los consagrados y pocos son aquellos que poseen la autoridad para enjuiciar, no sólo la literatura sino la metaliteratura, implícita en cada obra.
El tránsito entre el respeto y el desprecio por la creación es complejo, finalmente la literatura, como una de las bellas artes, posee infinidad de expresiones y autores cada uno con sus limitaciones, experiencias, convicciones, plasmadas consiente e inconscientemente en el desarrollo de ese trabajo intelectual.
La vida personal del escritor provoca antipatía o fascinación, predispone a externar criterios siendo más sano leer, analizar el producto y posteriormente abordar la biografía de su autor, pero con el fin de entender teniendo como referencia el contexto de donde surgió.
La literatura es expresión filosófica, ideológica, cultural, intelectual, axiológica…, sirviendo de parámetros para clasificar al autor desde una perspectiva, no dejando de ser limitada, reductiva.
Es innegable la existencia de una calidad intrínseca percibida por expertos, pero también por noveles, y a la postre es la que hace trascender a través de la historia: en esa coincidencia, si no total, se erigen los clásicos de la literatura.
En definitiva, la literatura como expresión de arte, axiológica, transita en la bipolaridad donde se vuelcan emociones y sentimientos, además del raciocinio e inteligencia, oscilando –no sus fines: el arte- entre el odio y el amor, lo perverso y lo virtuoso, la crítica y la lisonja, objetividad imposible porque finalmente goza –por fortuna- de la libertad de expresión.

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