miércoles, 8 de febrero de 2012

El cuarto

Por: Ariel López Alvarez Enero 2012 Preámbulo Esta es la historia de un solo día de mi vida. Memoria de un solo día es esto. He de llegar hoy a una noche de manos asfixiantes, y mis temores se irán acrecentando. Cuando algo malo pasa, nada impide que algo más malo pueda suceder. Cierto, uno mismo se empobrece; uno mismo se enriquece. Afortunadamente, como no estoy cerca de Dios, no soy de los que interesan al Diablo. ¿Y si el cumplimiento de mis sueños fuere el anuncio de mi destino? Primera parte He tenido un sueño, y por eso todo esto. Aunque, tal vez estoy perdiendo la razón. Hacer cosas como las que me he propuesto, sí que estoy loco. Nadie piense que ésta narración de una tragedia o de una catástrofe; por lo contrario, tampoco mi vida ha sido una comedia. Se aleja de todo ello y pudiera ser eso mismo. Es difícil que la vida de alguien alcance a ser una de esas historias memorables que se han escrito para regocijo de la posteridad. Ora bien, sé que existe el mal, pero al Diablo no se le debe tentar porque respinga. El mortal no tiene por qué averiguar de esas cosas existentes en el arcano. No debe hurgar por ahí. ¿Tendrá algún caso espulgar en sus profundidades y, como alguien dijera, intentar comprobar que la muerte sea el mejor invento. No, mejor hubiera utilizado mis monedas en comprarme algo de comer, y no para adquirir un par de serpientes que, hasta eso, me salieron casi regaladas. Seguramente, por estas laderas de la condenación me hubieram salido gratis de haber tenido el tiempo de buscarlas con mi amigo Sóstenes; sin embargo, las he pagado a un zarrapastroso nada más por la prisa de tenerlas pronto. Y no he querido darme la oportunidad de pensarlo. Así deben ser las grandes decisiones que impregnan de emoción la vida. Ahora las veo. Están preciosos los crótalos de estas maestras de la emboscada. Mis horrorosas alimañas tienen lozanía de los estupendos ejemplares. No necesitarían luz para localizarme en la oscuridad de una noche sin luna, si sus impulsos fueran esos. Quién sabe si, como dicen, también puedan seguir rastros olorosos. ¿Qué tal si su progenitora -¡Qué digo!- no las haya enseñado a trepar? Aunque puede que no hubiera sido necesario el adiestramiento, imagino que por naturaleza se las ingenian para moverse en toda clase de terreno. A mi amigo Sóstenes le gusta verlas cuando atacan ratones. Dice que se lanzan por su parte frontal; quesque elevan el cuello en preparación del lanzamiento y adoptan una postura más o menos en forma de letra ese. Yo le he dicho a Sóstenes que eso se me hace que no es del todo cierto, que seguramente siempre las ha visto atacar de izquierda a derecha. Él se ríe, sin entender del alfabeto. Bueno, no sé si para jugar conmigo Sóstenes dice que es probable que si una cascabel llegara a mordernos no inyectaría veneno. ¿Será esa una forma en que las serpientes demuestran sus afectos cuando quieren? Busqué nauyacas antes de decidirme por mis cascabeles, de aquellas repulsivas cuatro narices. Nada de ellas por aquí, parece que son más díficiles de conseguir por estas tierras. En fin, he tenido un sueño, y por eso todo esto. Segunda parte Nada hay en esto lugares donde hasta los perros están a la zaga de que las personas defequen para comer. Por si nadie entendiera las voces de mi doble sentido, no me refiero a que las personas defequen antes de comer. Para colmo, a la distancia todo igual, nada se mueve. En el horizonte de todos los días lo único que se aprecia es el polvo, seguido de polvo. Es un espacio sin tintes de la naturaleza. No obstante, hoy se mira algo distinto en la lejanía. Disculpen mi lenguaje, más que estar falto de templanza, creo que estoy confundido en más de una cosa, y es que tampoco me ha dejado en paz la imagen de un nauseabundo chifladillo que acabo de ver. El aspecto de ese vergonzante deplorable parecía anunciar su muerte. ¿Cómo puedo pensar que ese desvalido de la calle tendría algo más que la muerte como destino? ¿Eso sería un destino? No, no lo creo. Para mí, el destino supone la existencia de otras posibilidades, donde la que estaba anunciada se cumple, entre todas las demás. ¿Qué habrá para mí en los límites de la vida? ¡La buenaventura! Algo grande tenía que suceder hoy. A pesar de la lejanía del pueblo, escuho los gritos de júbilo, la algarabía de todos afuera. Un año sin llover se ha visto recompensado por un diluvio que llenará todas nuestras pilas y veneros pueblo abajo. En tanto aquello alegra a todos, yo mismo, sin auxilio de nadie, soy el que me emprobezco dentro de mí. Vuelvo a mi estrecho mundo. No soy ningún suicida. No quisiera causarme daño adrede. Deseo averiguar si existe el destino o nuestro mundo al azar. No he gastado en balde unos pesos, que a últimas sería lo de menos. No identifico a las personas de los diálogos de mis sueños, pero los eventos han ocurrido tal cual los recuerdo. Ya sucedió que Sóstenes me hablo de los cascabeles; los cien pesos que me regaló mi tía; el indigente sin destino; el zarrapastroso que me ofreció en venta las víboras. Todo, todo, ha ido ocurriendo con una precisión tal que mis manos han sudado en lo seco de estas tierras. Entonces, sé que habrá serpientes en mi último camino, y si hubiera destino tengo la oportunidad de ir a su encuentro. Tercera parte ¡Dios, cuán valioso has sido para enriquecer mis escritos y qué poco vales para mí cuando escribo en serio! En fin, hoy aparecieron nubes en el cielo de estas tierras, donde nunca llueve. A nadie previne. Ni Sóstenes lo sabe, menos con sus decires aquellos como el de “Ir contra el destino es vanidad”. Ya me he encerrado en el cuarto, y no hay nadie más. Tiré las llaves a lejos de la única ventana, y bajé su cortina. Me he quedado solo con la luz de un quinqué que apenas me deja escribir en este breve tiempo. Solté las cascabeles entre las hojarascas que distribuí esta mañana por el piso de madera. Frondas que traje de muy lejos hace días, en saco de yute, con la intención de escuchar cualquier desplazamiento. ¿Confuso alguien por no saber que pasa? Pudiera ser que alguna apreciación desde un mundo distino al mío estuviera alerta, aguzando su juicio a mi favor o en mi contra. No lo juzgaría mal, cuando yo he sido el lector saco de debajo de la pesada marga de mis adentros discernimientos que atosigan el texto, y los párrafos que devoro van proporcionándome algo que, gradualmente, delinea las personalidades de los protagonistas de mi lectura. De repente, me doy cuenta que no es más el autor, que yo estoy ahí. ¡Que barbaridad, me pierdo con facilidad en menudencias!, continúo. Ya la oscuridad en los alrederores es tal que igual daría abrir la ventana. La mecha del quinqué no da para mucho, y el negro de las palabras que se distinguían en la blancura de estas hojas empieza a confundirse con los grises de la insuficiente luz. Me sofoca el calor. Respiro profundo ahora que escucho la cercanía de una cascabel. Que nadie dude que quisiera abandonar esta empresa; pero, alejado que siempre he estado de Dios, mi vida sería insoportable. Tengo que saber si existe el destino. Yo vivo mi tragedia y afuera se vive la alegría. Llueve a cántaros y la bulla de todos no tiene límites. La lluvia amenaza con romper mis láminas y las goteras se han hecho mis compañeras. Constantes y sin ritmo se estrellan en el piso. Filtran polvo del techo y terminan siendo polvo en un piso tapizado de polvo. El miedo me domina. No tengo pensamientos claros. He esperado varias horas. Escribo perplejo después de que una cascabel cruzó por mis pues; así, como en mis sueños, sin herirme. Pero empiezan a suceder cosas extrañas, siento el trepidar de la tierra, como si alguna portentosa bestia jalara de cadenas. Eso no estaba en mis sueños. Apenas parece que entiendo un signo: del candil se eleva un humo que es la hebra de mis ilusiones esfumándose y anunciándome que soy un tallo de raíces dentro de la tierra, que ha de ser jalado por ella. A esa bestia de las cadenas le ha de interesar mi vida mientras sea vida. Mis ojos sin vista nada han de ser; como nada han de ser mi nariz, mi lengua, mi piel y mis oídos sin las percepciones del exterior. ¡Ay de mí! Ya no escucho la algarabía de nadie afuera; en cambio, las paredes de madera empiezan a ceder a la bestia y las cascabeles buscan refugio cerca de mí. No cascabelean, intensifican el paso de aire por sus narices para producir el raro sonido de toda serpiente. Esto ya pasa de un reto de la inteligencia. ¿Será que ésta es una bestia o es la manifestación física del mal? En la vida, se apuesta mucho a cosas que no valen tanto; nosotros las hacemos demasiado valiosas y luego, desencadenadas de sus males, no las podemos parar. Por fin se ha interrumpido el torrencial, pero yo no puedo salir; mis pies son de plomo. La bestia empieza a devorar todo. Nos hundimos sin remedio. El animal sigue golpeando y jala para sus adentros. ¡Voy hacia él, y paredes y techos se vuelcan hacia mí! Afuera una muchedumbre armada se escucha. ¿Vendrán en mi contra? A la bestia no le importa, me sigue jalando hacia sus adentros. ¡Me hundo! Éstos no eran mis sueños. ¡¿Dónde la vida se hace destino?! La incertidumbre No recuerdo bien, tal vez me golpeé la cabeza. Nunca solté mis escritos, de eso sí estoy seguro. Fue lo único que sentí que poseía. En todo momento me prendí de mi texto como si fueran fuertes ramas de un árbol. Ahora me encuentro a salvo. Sóstenes me ha dicho que debajo de mi casa las lluvias crearon tal corriente que, cual barranca que era, todita se la llevó. Pero aunque aseguran que el diluvio fue el causante de todo, yo no estoy seguro. Ahí, algo más pasó.

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