lunes, 8 de agosto de 2011

SI ES POSIBLE LA PAZ, QUE SEA


Por Abelardo Iparrea Salaia
Nací en el año 1938. Para cuando tengo inteligencia y retención memorística más o menos desarrolladas, por bondad de la naturaleza propia y la circundante, ha llegado el año de 1945. En el pueblecito del que soy oriundo, como solía suceder en todos, los niños no tenían ni voz ni voto. Se estaba uno callado, quieto, sólo escuchando, en el caso de ser admitido en las vespertinas rondas. Los muy viejos señores y los hombres de adulta madurez se reunían en una esquina preferida al mismo tiempo que las luciérnagas y los mosquitos, casi todos los días al término de las repetidas faenas y compromisos: hablaban los más ilustrados o los más audaces, los demás guardaban respetuoso silencio. Uno que otro fumaban retando con la lumbrilla de sus cigarros el suave cintilar de los cocuyos. Hablaban de muchas cosas, comunes las más; extraordinarias cuando acudían a sus voces los términos de: guerra, soldados, muerte, esclavitud, libertad, prisioneros, tortura, poderío, armas, conquista, vencidos, triunfadores, campos de concentración, enfermedades, hambre, desolación, traiciones, espionaje, barcos, aviones, ferrocarriles, fusiles, cañones, revancha, los dinerales, los bombardeos, hospitales, heridos, diplomacia, judíos, armisticio, paz…
Y los patriarcas del grupo argumentaban –como seguramente otros en otros lares-, apoyándose entre sí, que nada, salvo las cosas que tienen que evolucionar, era nuevo o novedoso. El hombre nació en la naturaleza –decían- sin el preciado y apetecible don de la paz. Desde que el hombre es, nada en él ha variado en esencia. Siempre se nos antoja lo ajeno, queremos más de lo que poseemos, de lo que merecemos, de lo que necesitamos: el egoísmo, la ambición, la envidia, la preponderancia, la maldad pura. Desde su origen –lo expresaron con rudeza- el hombre desgarró los pendones de la paz y le desgarró a sus iguales la garganta. La paz está escondida, no dormida, oculta como niño aterrorizado…Los oyentes abrían más los ojos y su brillo parecía un nocturno resplandor de espanto, de temor, como si la guerra les hubiera de alcanzar allí. Y seguían saliendo a retazos antiguas contiendas históricas, verdaderas carnicerías –también en el país- que parecían ser, en su conclusión, severas lecciones para no ser repetidas y, sin embargo, ahí están otras y otras, después la Primera Guerra Mundial de la que algunos somos contemporáneos –aclaraban los verdaderamente viejos- : mares de sangre, de lágrimas, de dolor y angustia, desesperanza y de venganza.
Y ahora, ya ven ustedes –y todos se apretaban en una misma dirección- llegaron los días y las noches dantescos de la Segunda Guerra Mundial, de la que hemos estado platicando en estos días conforme nos llegan las noticias del radio y de la prensa. Yo sostengo –amplió un viejón-, que los Atila, los Hitler y los de su calaña, se dan en ambos lados de las contiendas. Al menos nosotros –advertía otro de los padres- aquí en nuestro apartado rincón, conocemos la paz, una paz tímida que sale a saludar el sol, pero no va más lejos…Después intervenían algunos de los menos avanzados en edad. Repetían las cosas y decían que eran verdaderas chingaderas las que estaban sucediendo. ¡Tanta humanidad sacrificada inútilmente! ¿Cómo era posible que no entendiéramos las cosas en su exacta dimensión? La paz es la paz y sin ella no hay salud, ni amor, ni justicia, ni progreso…-epilogaba uno más. Y la reunión que ya mero tocaba la media noche se disolvía como los sueños. Yo me iba tomado de la mano de mi abuelo, llevando conmigo un montón de cosas metidas en mi cabeza, en tal desorden y con la oscuridad del entendimiento, que no aparecían en mis sueños y mis recuerdos de juego. Pero, aunque caóticamente, habían ganado espacio en mi niña memoria. El tiempo les traería orden y conocimiento.
De entonces a la fecha han transcurrido 66 años, durante los cuales pude comprobar, en lo posible, -viendo la cotidiana pantalla en que el mundo pone su cara de desamparo y de congoja- cuánta razón tenían aquellos señores de aquel tiempo, de aquellas noches, que ya dejaron vacíos y silenciosos sus espacios vitales.
En su obra “Manual del guerrero de la luz”, Paulo Coelho refiere: “Hitler puede haber perdido la guerra en el campo de batalla, pero terminó ganando algo –dice M. Halter- Porque el hombre del siglo XX creó el campo de concentración, resucitó la tortura y enseñó a los semejantes que es posible cerrar los ojos ante las desgracias ajenas.” Puede ser que tenga razón –anota el escritor brasileño- : existen niños abandonados, civiles masacrados, inocentes en las cárceles, viejos solitarios, borrachos en las cunetas, locos en el poder. Pero quizá –sostiene- no tenga ninguna razón: existen los guerreros de la luz. Y los guerreros de la luz jamás aceptan lo que es inaceptable.”
El desorden continúa, la rapiña se aviva, la ambición “cabalga”…El terror está ahí, en muchos lugares, en las nuevas guerras con sus variadas y terroríficas versiones. La paz, según el diccionario, es el estado de un país que no sostiene guerra con ningún otro. Y en su discurso, al recibir el Premio Nobel de la Paz (Oslo, Noruega. Julio 5 de 1991), Mijail Gorbachov, declaró: “La paz procura la abundancia y la justicia que constituyen el bienestar de los pueblos; una paz que supone tan sólo un descanso entre las guerras, no es digna de llevar este nombre; la paz presupone un acuerdo general. Estas palabras –aclara- fueron escritas hace 200 años y pertenecen a Vasili Fiódorovich Malinovski, director del famoso liceo de Sárskoie Sielo, donde estudió el gran Pushkin.”
Pero no hay paz y pareciera inútil pensar en su triunfo cuando aquí mismo, en nuestro país, el discurso cotidiano, altanero, falso y retador de las altas autoridades –como el del presidente- provocan con su furibundo tono, violencia sobre violencia. Mentira es que el tan traído y llevado seguro popular ayude verdaderamente a los millones de pobres que nutren las estadísticas, cínicamente manipuladas. Mentira es que el salario mínimo –ofensiva expresión oficial- resulte ahora suficiente y decoroso. Mentira es que haya suficientes fuentes de trabajo seguro y bien remunerado; mentira que los nini disminuyan. Mentira es que la educación popular tenga sólido respaldo presupuestal; mentira que avance la democracia. La justicia no mejora un ápice. Verdad es que se acrecienta el sentimiento de inseguridad a nivel nacional. La impunidad y la corrupción se robustecen con el panismo. Todo eso va contra la paz. Aquí dentro del gran hogar nacional se sostiene una guerra atípica, a cuya contundencia acuden todos esos factores, a los que se añaden la creciente miseria, la ignorancia, el fanatismo, la marginación…Los años de gobierno panista han hecho retroceder la historia. La evidente patética ambición por el poder de los panistas y su natural proclividad al mal, siembran para mañana –con ciertos anticipos-, nuevas destructivas tempestades “democráticas”.
La reciente Marcha por la Paz -¿Cuántas más?-: no más sangre, no más víctimas inocentes, que pare la violencia,… ¡Ya basta! No tiene un sólo paradero. Cada terrón patrio, si está en peligro, es digno de ser defendido por la fortaleza popular. Si es posible la paz, que sea, por la voluntad y el carácter del pueblo que soporta la infamia sin paralelo de esta otra calamidad nacional.

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