lunes, 8 de agosto de 2011

POLÍTICA INTELECTUAL


Por Yuriria Cuervo González
Tras haber terminado la carrera de filosofía, me doy cuenta que el papel del intelectual en filosofía es promover la comunicación del pensar y sentir humano. Esta idea concreta es resultado de una experiencia más que de la teoría. Permítanme relatarles lo ocurrido.
Estábamos conviviendo algunos compañeros filósofos, un cholo y yo. Espero que el término cholo no les parezca despectivo, verán por qué. Comenzamos platicando justamente de por qué estudiamos filosofía y no otra cosa, algunos contestaron que por accidente, otros que por intuición de que esta carrera les daría cierta claridad, otro más porque “quería hacer algo, algo que cambiara la manera en que se dirige el mundo”.
El cholo amablemente nos dijo que admiraba y respetaba al universitario porque nosotros teníamos la capacidad de usar las palabras, “tienen la voz”, dijo. Pueden decir lo que gente como yo, que no acabé ni la primaria, piensa o vive pero no sabe poner en palabras. “Yo los admiro”, repitió, “admiro a mi cuate. . . fulano [uno de los chicos ahí presentes]. . . quien como yo se la tuvo que rifar algunas veces, valoro que siguió estudiando, que le echó ganas”.
La plática continuó, divagamos sobre muchas cosas y terminamos hablando de “economía política”, en la charla se escuchaban frases como “no todos pueden tener un buen empleo”, “no todos pueden ser universitarios”, “el pastel no alcanza para todos”, “la propiedad privada es condición necesaria para el orden social”, “no se puede ser ingenuo y pensar que todos podemos estar bien”, etc. Ante tan ilustres aseveraciones, el cholo protestó y dijo: eso es lo que el poder quiere que pensemos y comenzó a parafrasear la canción de molotov “dame el poder”, “el pastel que no alcanza para todos, es el pastel que produce la gente que vive en la pobreza, pero nadie hace nada porque a nadie le interesa”, y una frase más original “porque mientras papi te de tu domingo si te portas bien no vas a poder pensar nada distinto; mientras te levantes de tu cama a desayunar y te vayas a la escuela no vas a pensar que tu manera de vivir tiene consecuencias”.
Al parecer estas últimas frases tocaron las fibras sensibles de los compañeros filósofos y dijeron en su defensa: es que está muy complicado cambiar las cosas, ya hay un sistema económico que nos gobierna, no se puede andar por ahí nada más protestando, graffiteando y tirándole tierra al gobierno, eso no soluciona nada, tu postura es sólo discurso y por cierto muy influenciado, eso no lo has pensado tú, es una utopía dañina que esparcen los porros y otros grupos de poder.
El cholo contestó: ¡yo no sé que es discurso!, pero creo que todo puede ser diferente, sólo se necesitan dos cosas, ¿sabes cuales?, humildad y fraternidad. En el gueto todos nos ayudamos, si tu vives en mi cuadra eres mi carnal, si te hace falta un toque, chido acércate, así de cuates. Que si se armaron los trancazos…cáele, y nos aferramos a lo que venga.
El universitario dijo con tono despectivo “si wey, tu fraternidad es compartir la mona”; además aquí no hay gueto.
Cholo: ¡que no hay! Jajaja no me vengas a decir lo que hay… si tú pasas por mi calle…te quedas en calzones y sin zapatos…luego me dices si no hay gueto .
Universitario: no me refiero a eso, sino para que veas, tú nada más adoptas cosas de otros, no eres auténtico, gueto es de Europa, es como decir que hay favelas, las favelas son de Brasil.
Cholo: no puedo creer que tú, que fuiste un rato como nosotros, digas que no hay gueto, si nos la rifamos todos los días con la placa, comemos lo que podemos y para traer tenis se los tenemos que bajar a algún cabrón…¿o a poco crees que estos me los fui a comprar?...
Al parecer el cholo no había entendido el matiz con el que el universitario defendía la aplicación correcta de los términos. Discutimos entre universitarios si había o no que dejar que el cholo usara el término gueto para lo que él vive y “le concedimos el uso”, pues se vería muy terco como para explicarle la dignidad que tienen las palabras y que como universitarios filósofos nos enseñan a respetar.
A esa altura de la plática, la separación de los gremios se hizo evidente: él era el cholo, ellos los universitarios y yo la mediadora humanista. De manera que le dije al cholo: no es que no te creamos que vives una situación difícil y que en tu barrio las cosas son más pesadas que en otros, sino que, simplemente, la palabra gueto la dijeron primero en Europa y es un nombre propio, tú podrías llamar a lo tuyo “barrio bravo, banda” o algo así.
El cholo, inconforme, me dijo: lo que pasa es que mi presencia los ciega. Estas palabras resonaron en mi cabeza unos minutos, pensé que el cholo era muy inteligente y que en verdad era consciente de su circunstancia, que aunque sí se notaba un resentimiento de clase, también estaba ahí intentando comunicarse con nosotros.
Un compañero universitario contestó “no es eso, sólo que si vas a hablar, habla bien”, otro inmediatamente regañó al universitario y dijo “no seas mamón, bájale, también tiene derecho a dar su punto de vista”.
Y así continuó la charla, discutiendo entre universitarios para integrar al cholo en la plática, todo a partir de la polémica del término “gueto”, ignorando el referente.
Por un momento se relajó la discusión, el cholo me enseñó el saludo del caracol, ofreció acompañarme a buscar un mercado de segundas donde había cosas chidas, etc. Yo noté que se me acercaba de más, así que, sin querer ser grosera, pues debía mostrarle que no me daba miedo por ser cholo, me compacté lo más que pude y puse mi brazo como barrera a cualquier otro tipo de contacto.
Platicamos otros asuntos filosóficos y yo ya no prestaba tanta atención al cholo, como al inicio, pues me había incomodado que se me acercara tanto, no en tanto cholo sino en tanto mano larga.
Luego de unos minutos, el cholo se levantó y dijo “ya me voy, luego nos vemos” y salió del lugar.
Ya sin el cholo, los universitarios despotricaron contra él, dijeron que era un pinche cholo, con ideas de fraternidad utópicas, drogadicto, delincuente, que no sabe lo que dice, etc., aún cuando el cholo nos había contado que los sábados es voluntario en un albergue para niños abandonados en la frontera, donde por lo menos se les sirve un plato de sopa con un bolillo.
Yo me molesté con ellos, les dije que nosotros no sabíamos realmente su circunstancia y que sin duda, no era su deseo ser cholo y vivir como vive. Los demás compañeros dijeron el trivial comentario “pues si pero no”. Poco tiempo después se fueron todos, y luego de despedirme de ellos, noté que mi cámara de fotos ya no estaba, yo la tenía al lado mío, justo del lado del cholo, y ya no estaba. Pensé inmediatamente, debí preocuparme del cholo en tanto cholo y no en tanto mano larga, pues cuando se me acercó de más fue cuando me la quitó. Entonces pensé y concluí algunas cosas:
1) Yo nunca fui la mediadora buena onda, sino la más violenta de todos los presentes, era yo la que quería eliminar las diferencias y el ser del cholo, yo quería que el cholo no fuera cholo y arbitrariamente lo considere un humano más. A mí me cegaba la presencia del cholo, veía como queriendo no ver.
2) La neutralidad con la que pensaba que se pueden tratar a las personas, “en tanto seres humanos” es ficticia, somos siempre universitarios, cholos, jóvenes, mujeres, hombres, ricos, pobres, tolerantes, intolerantes, etc.
3) Todo diálogo es entre iguales, porque todo discurso es político y no se puede dar voz a quien no participa del poder. Para que el cholo y los universitarios dialogaran, era necesario que ambos detentaran el mismo tipo de poder. Esto no fue así, el cholo detentaba el poder de cholo, de la fuerza física y las habilidades de su gremio, los universitarios detentaban el del “conocimiento”.
En fin, esta ponencia comenzó diciendo que el papel de la filosofía es el de promover la comunicación del pensar y sentir humano. Y esto, lo creo así porque la filosofía tiene la responsabilidad de cuidar el ser, de develarlo, la generalidad con la que la filosofía se conduce es parte de su pretensión de comunicar al mayor público posible, pero a veces se ha mal interpretado y vuelto un discurso sólo para filósofos.
Las palabras del cholo “mi presencia los ciega” es un reclamo político y moral. Sea cholo, mara, homosexual, mujer, migrante, indígena, etc., como universitarios debemos ser capaces de ver el acontecimiento que todas estas minorías representan. “Todos somos minoría” no debe ser una frase trillada más, y menospreciada, sino una idea constante en nuestro quehacer profesional. El filósofo ya no puede seguir hablando del ser humano más que en frases como: Para todo x, hay un x tal, que si x es humano entonces x es mortal. Ningún enunciado universal puede ser inofensivo.
Reconocer nuestra circunstancia política nos permite reconocer la circunstancia del otro. Somos universitarios y esa no es una condición neutra. En México, al menos, para que pueda haber un universitario es necesario que existan millones de pobres, y como resultado de ello vengan las “enfermedades sociales”.
El universitario, carente de conciencia de su situación privilegiada, es un instrumento del poder. Comprendido de esa manera, el universitario ciego es quien desayuna y se va a la escuela a sacar 10 o a pasar la materia, en el peor de los casos, y el que no puede pensar que la realidad puede ser diferente. Por otro lado, el universitario consciente de su circunstancia es la voz de la resistencia. Como dice Michel Foucault:
El papel de intelectual ya no consiste en colocarse <> para decir la verdad muda de todos; más bien consiste en luchar contra las formas del poder allí donde es a la vez su objeto e instrumento: en el orden del <>, de la <>, de la <>, del <>. Por ello, la teoría no expresará, no traducirá, no aplicará una práctica, es una práctica .
El intelectual es el encargado del análisis de las prácticas de poder, que al mismo tiempo despliega la práctica política del saber.
Desde su concreción, el intelectual debe:
Interrogar de nuevo las evidencias y los postulados, cuestionar los hábitos, las maneras de hacer y de pensar, disipar las familiaridades admitidas, retomar la medida de las reglas y las instituciones a partir de la re-problematización y ello a través de los análisis que lleva a cabo en los terrenos que le son propios, y, en fin, participando en la formación de una voluntad política (desempeñando su papel de ciudadano) .
El problema político esencial para el intelectual […] es saber si es posible constituir una nueva política de la verdad […] No se trata de liberar la verdad de todo sistema de poder –sería una quimera, ya que la verdad es ella misma poder-, sino desligar el poder de la verdad de las formas de hegemonía (sociales, económicas, culturales) en el interior de las cuales funciona por el momento .
Ese intelectual que plantea Foucault, es a quien el cholo puede respetar y admirar por tener el uso correcto del lenguaje, donde correcto significa que da a conocer la circunstancia de todos aquellos que por preparación o censura, no pueden. El intelectual no es aquel que defiende las palabras vacías sino aquel que cuida la posibilidad de que las palabras digan algo.
Como universitarios no sugiero que carguemos la culpa originaria, sino que promovamos la posibilidad del diálogo, y como ya mencioné, todo diálogo es sólo entre iguales. La meta es que todos podamos hacer uso de la palabra, no que todos seamos universitarios. Que la voz de todos sea audible, que la presencia de alguien no ciegue a otro alguien.
El cholo sugirió humildad y fraternidad, nosotros como filósofos ¿podemos acaso proponer algo?
Michel Foucault advierte que:
Desde el momento en que se <>, se propone un vocabulario, una ideología, que no pueden tener sino efectos de dominación. Lo que hay que presentar son instrumentos y útiles que se crea que nos pueden servir.
La tarea de la filosofía actual (…) es la de sacar a la luz este pensamiento anterior al pensamiento, ese sistema anterior a todo sistema…, ese trasfondo sobre el cual nuestro pensamiento “libre” emerge y centellea durante un instante .
De esta manera, haciendo teoría, filosofando, también estamos haciendo cosas: resistiendo. No podemos justificar nuestro quehacer imponiendo nuestra verdad filosófica, excluyendo a quienes no nos entienden. Sino que, nuevamente, siguiendo a Foucault:
La tarea de decir la verdad es un trabajo sin fin: respetarla en su complejidad es una obligación de la que no puede zafarse ningún poder, salvo imponiendo el silencio de la servidumbre .
De acuerdo a la narración, señalar al cholo como cholo , reconocer su existencia y la nuestra en simultaneidad, es un primer paso. Cuando el cholo me robó la cámara no me enojé con él, lo comprendí en algún sentido, ese acontecimiento me sirvió para reconocer la violencia indirecta que ejerzo cuando ignoro la existencia de las personas que estructuralmente no convienen al sistema. Este hecho me sirvió para tomar posición como universitaria y proponerme la labor de algún día comenzar el diálogo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ya lo decía Sócrates: la labor del filósofo es ayudar a dar a luz a las ideas.