lunes, 4 de julio de 2011

En las letras de América

EL FENÓMENO BORGES
Por Lisardo Enríquez L.
Jorge Luis Borges nació entre libros en 1899. Su notable afición a la lectura comienza en la primera infancia, cuando su abuela Fanny Haslam le leía cuentos y otros textos de revistas inglesas. Esto hizo que tuviera como idioma inicial el inglés y que desarrollara un gusto especial por la literatura inglesa. En el seno familiar se hablaba el inglés y el español que él aprendió desde pequeño. Algunos años después aprendió francés, italiano, alemán y latín.
Su padre, Jorge Guillermo Borges, apasionado lector que deseó ser escritor, fue su primer y muy cercano maestro. A su lado conoció desde niño a los clásicos, así como a los grandes poetas, además de hacerse al hábito de leer y consultar con frecuencia enciclopedias. Se sabe que leyó, caso poco usual, la Enciclopedia Británica completa. Gracias a la influencia de su abuela y de su padre, su mundo fueron los libros. A los siete años escribió en inglés un resumen de la mitología griega; a los ocho escribió un cuento al que tituló “La víspera fatal”, relacionado con un pasaje del Quijote; a los nueve años hizo la traducción del inglés al español de “El príncipe feliz” de Oscar Wilde, y la publicó en un periódico de Buenos Aires. Para entonces ya había leído el Quijote, El Poema del Cid, la literatura gauchesca como el Martín Fierro, Las Mil y una Noches, y a escritores como Kipling, Dickens, Mark Twain, Allan Poe y H.G. Wells.
Cuando Jorge Luis tenía quince años la familia se trasladó a vivir a Ginebra. Ahí cursó el bachillerato y diría después: “De todas las ciudades del planeta. . . Ginebra me parece la más propicia a la felicidad. Le debo, a partir de 1914, la revelación del francés, del latín, del alemán, del expresionismo, de Schopenhauer, de la doctrina de Buddha, del taoísmo, de Conrad y de la nostalgia de Buenos Aires. . . Sé que volveré siempre a Ginebra, quizá después de la muerte del cuerpo”. Volvió a Ginebra en varias ocasiones; regresó los últimos meses que tuvo vida, y ahí murió en el mes de junio de 1986, hace veinticinco años.
Cuando tenía veinte años conoció en España a Rafael Cansinos-Assens, principal promotor del ultraísmo y crítico de las vanguardias estéticas, quien ejerció influencia en él. A su retorno a la Argentina, a los veintidós años, estuvo cerca de Macedonio Fernández, de quien también recibió la fuerza del conocimiento, principalmente en aspectos de carácter filosófico. Más adelante surge una nueva influencia que es la del mexicano Alfonso Reyes, en la etapa en que éste fue embajador de México en Argentina. El propio Borges dijo después lo siguiente: “Pienso en Reyes como en el mejor estilista de la prosa española de este siglo y en mi escritura he aprendido mucho de él sobre la simplicidad y la manera directa”.
En la adolescencia leyó, en sus idiomas de origen, a Romain Rolland, Flaubert, Maupassant, Zola, Thomas De Quincey, Carlyle, Chesterton, así como a los poetas Verlaine, Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé y Rilke. De estos escritores, de De Quincey es de quien más influencia reconoció y a quien consideró prototipo de escritor. Leyó y admiró al gran poeta norteamericano Walt Whitman, aquél de luengas y blancas barbas.
A Borges se reconoció una inteligencia sobresaliente, una memoria excepcional, una impresionante erudición y una inventiva inagotable. Su producción como escritor comenzó con la poesía, de la cual quedaron numerosos libros editados; pero logró destacar más aún en el ensayo y en el cuento, aunque también hizo crítica, sobre todo de cine, porque uno de sus pasatiempos favoritos era éste. Realizó igualmente trabajos de traducción, que como ya vimos empezó a temprana edad, y de elaboración de antologías literarias. Sus libros se han traducido a más de veinte idiomas.
Los temas principales en su obra son Dios, el universo, el tiempo y los libros. En su narrativa encontramos esferas, espejos y frecuentemente laberintos. Una de sus biógrafas, Myrta Sessarego, tituló a uno de sus libros “Borges y el laberinto”. Para este escritor universal del siglo XX los laberintos representan, simbólicamente, el universo que los seres humanos pretenden descifrar sin encontrar salidas y sin comprenderlo cabalmente. Borges estudió temas de filosofía oriental y occidental por su cuenta, y esas ideas las llevó al campo de la literatura.
Después de una larga producción poética Borges escribió sus primeros cuentos en 1939, y de esta fecha a 1949 aparecieron publicados los dos libros de relatos que se consideran los más importantes: Ficciones en 1944 y El Aleph en 1949. Este último cuando tenía cincuenta años de edad, y cinco antes de que perdiera por completo la vista. Ficciones está compuesto a su vez por dos libros: El Jardín de los senderos que se bifurcan que contiene siete piezas, como sencillamente él les llamó, el cual fue dado a conocer en 1941; y Artificios que reúne nueve cuentos y corresponde al año de 1944.
El Aleph, el libro más famoso de Borges, está compuesto por diecisiete cuentos, de los cuales el último es el que tiene el título general de la obra. Para tener una idea de la escritura de este autor, si es que alguien no la conoce, transcribiré unas líneas del primer cuento del Aleph, que se llama El inmortal:
“. . . la luna tenía el mismo color de la infinita arena. Un jinete rendido y ensangrentado venía del oriente. . . Me dijo que su patria era una montaña que está del otro lado del Ganges y que en esa montaña era fama que si alguien caminaba hasta el occidente, donde se acaba el mundo, llegaría al río cuyas aguas dan la inmortalidad. Agregó que en la margen ulterior se eleva la Ciudad de los Inmortales, rica en baluartes y anfiteatros y templos. . . En Roma, conversé con filósofos que sintieron que dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes. Ignoro si creí alguna vez en la Ciudad de los Inmortales: pienso que entonces me bastó la tarea de buscarla. . . La codicia de ver a los Inmortales, de tocar la sobrehumana Ciudad, casi me vedaba dormir. . . La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos conmueven por su condición de fantasmas, cada acto que ejecutan puede ser último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los Inmortales, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo. . .”1
En cierta ocasión, Jorge Luis dijo: “cada mañana la realidad se parece más y más a una pesadilla”. Estas palabras tenían un significado profundo para él y desde luego para la concepción de su obra que iba de la realidad a la fantasía, pero que tomaba cuerpo en ésta para crear un mundo diferente. Pienso que si Dostoiewski pudo decir “Nada hay más fantástico que la realidad”, Borges podría haber dicho, invirtiendo los términos, “Nada hay más real que la fantasía”.
En estos días no es fácil encontrar obras de Borges en las librerías porque muchas de ellas están agotadas y no han tenido edición o reimpresión reciente. Sin embargo, hay la noticia de que con motivo de conmemorarse veinticinco años de su muerte se hará en los próximos meses una edición de sus obras completas, lo cual servirá para que los interesados podamos acercarnos a leer a este autor que tiene la bibliografía más grande que hay de un escritor, después de William Shakespeare.
1 Borges, Jorge Luis, El Aleph, Edición Joaquín Mortiz/emecé, Buenos Aires 1996, 2004, reimpresión exclusiva para México, 2006.pp. 10, 11, 15, 27 y 28.

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