jueves, 5 de mayo de 2011

SEMBLANZA DE ALBERTO BELTRÁN



Por Leobardo Chávez Zenteno*
La obsesión por dibujar se puso de manifiesto  en Alberto Beltrán desde su infancia; en el seno de su familia no hubo manera de hacerlo desistir de estar haciendo siempre monitos con más gusto que estudiar.
Su vocación fue madurando con rapidez y provecho. Su  temprano ingreso a escuelas de pintura y de dibujo, el asistir a ambientes que lo estimulaban, el trato con personas cuyo nombre ya andaría en la fama, más el sentido nada común de su percepción y memoria visual lograron que su obra gráfica  a la par que ya era admirada, también empezara a ser sometida al ojo de los críticos de arte.
Nacido en el Distrito Federal en 1923,  Alberto Beltrán recibe en 1953 el Primer Premio de Carteles sobre Alfabetización; luego, en 1956, obtiene el Premio Nacional de Grabado, otorgado por el Instituto Nacional de Bellas Artes; y en 1958 la Primera Bienal Interamericana de Pintura y Grabado le concede el Primer Premio de Grabado.
Para esa década de los cincuenta y desde la anterior, el nombre de Alberto Beltrán estaba ligado de modo casi exclusivo al cultivo de la Gráfica, en todas sus vertientes; y también se le reconocía su dominio del dibujo.
Esa especie de especialización viene a explicar dos hechos que de ninguna manera han limitado ni circunscrito el quehacer creativo de Alberto Beltrán, aunque sí han sido los soportes para encuadrar su imagen en el mosaico de la historia contemporánea del Arte en México. Uno es el estar alineado entre los grandes artistas que han dado prestancia al Grabado: Leopoldo Méndez, Alfredo Zalce, Raúl Anguiano, Xavier Guerrero, Mariano Paredes, Pablo O’Higgins, Diego Rivera, Mariana Yampolsky y otros más. El otro se refiere a la colocación que en el registro del Arte le han dado a la obra suya. Muy esclarecedoras, son las opiniones siguientes:
Antonio Luna Arroyo da, en su libro Panorama de las Artes Plásticas Mexicanas 1910-1960/Una interpretación social, rasgos casi esenciales del grabado: “El grabado es un arte viejo en México. A la manera italiana y española se destaca ya en sus aspectos decorativos en los hermosos libros publicados durante la colonia. La técnica se ha utilizado para hacer sangrientas caricaturas cada vez que el pueblo está empeñado en librarse de sus tiranos, tal como ocurrió durante la Independencia, la lucha liberal o la Revolución”. De Alberto Beltrán reproduce La Convención revolucionaria, grabado que sabe revivir el espíritu de aquel encuentro histórico, y el intitulado El Pueblo responde, grabado que refleja con dramaticidad el rechazo del pueblo al avance imperial.
Es verdad en mucho lo que apunta Luna Arroyo sobre la característica del grabado en México, es decir, su tendencia a poner de relieve, sólo a través del virtuosismo del blanco y negro, con la energía de sus líneas y de la armonía de sus contrastes, a resaltar pasiones, ideas, sentimientos en cuyo interior siempre bullen los ideales de la justicia, anhelos de liberación.
Otra visión y juicio, muy valiosos, sobre el grabado lo ofrece el humanista y crítico Paul Westheim. En su investigación  titulada “El grabado mexicano del siglo XX”, publicado en la revista, espléndida, México en el Arte, números 10-11, 1950, coincide de entrada. Escribe: “En la segunda década de este siglo las artes gráficas mexicanas reciben un poderoso impulso de la Revolución. Como la pintura mural, el grabado sirve a los artistas revolucionarios del nuevo México, para dar expresión a sus ideas e ideales, para acercarse a las masas y hacerles ver y comprender lo conquistado en la lucha, que ellas tendrán que conservar y defender una y otra vez”. Precisa más adelante: “Los artistas consideran como su deber, deber social y artístico, tomar cartas en los asuntos que conmueven a las masas”. Haciendo un poco de historia sobre la trayectoria de este arte, Westheim señala que “Desde el primer grabado en madera que se ha conservado-una virgen de Juan Ortiz-las artes gráficas mexicanas acusan con toda claridad dos tendencias que determinan su contenido y su repertorio formal: la tendencia a influir en forma didáctico-popular sobre las masas, y la de reflejar la estructura socio-espiritual del país”.
La estampa en México no está destinada a los coleccionistas y conocedores, como así sucede en Europa. En tiempos idos, apoyó la propagación y el fortalecimiento de las creencias. “Con la Independencia, apunta Westheim, se inicia tempestuosamente la secularización de la producción gráfica. . . Pero en la época de la Reforma surge un gran número de artistas a quienes la estampa brinda la oportunidad, aprovechada con entusiasmo, de dar expresión a las opiniones políticas y sociales de la época”. Advierte que “los artistas verdaderamente creadores de esta época se dediquen a la caricatura y aprovechen el grabado para discutir los problemas sociales y políticos que conmueven al país”. Nombra tres revistas que son punto de referencia para su aserción: La Orquesta, El Ahuizote y El Hijo del Ahuizote; en éstas dos últimas se encuentra la opinión plástica de José Guadalupe Posada.
Algunos observadores de este arte ven vasos comunicantes entre Posada, Méndez y Beltrán; y otros, magisterio y punto de partida de estos dos últimos. Es oportuno señalar un hecho en Beltrán que lo asimila a Posada, el haber fundado “Ahí va el golpe y después El Coyote Emplumado, ambos con el lenguaje de la caricatura.
Dado que hubo casi una hermandad entre Leopoldo Méndez y Alberto Beltrán, conviene citar la opinión de Westheim acerca de Méndez; lo pondera como “. . . uno de los grabadores de nuestra era. Un creador de rango y categoría, de definida escritura artística, de expresión original e intensa. Para el futuro historiador, cuando le toque estudiar las turbulencias de nuestro tiempo, los trabajos de Leopoldo Méndez serán fuente de valor testimonial”.
Este mismo juicio se puede aplicar a la obra gráfica de Alberto Beltrán. Quienes se acerquen a su obra, tan dispersa en libros, periódicos, revistas, estampas, carteles, estarán ciertamente ante la fluidez armoniosa de su maestría, pero también ante su visión y juicio sobre la sociedad y los tiempos tan contradictorios que han pasado por sus ojos.
Westheim documenta su texto con la reproducción de dos grabados en madera, los titulados Las guerrillas contra la dictadura de Victoriano Huerta.
A la mitad del siglo XX, el grabado adquirió primacía en las artes plásticas. Había razones. Esta prestancia motivó que el INBA tratase de estrechar sus relaciones con los grabadores, que se enriqueciera el “tesoro del grabado” del Instituto, que hubiera conocimiento e intercambio con los grabadores de otros países, que “filósofos, ensayistas e historiadores” se asomaran y analizaran los contenidos de los grabados.
Esta misión fue cumplida por la revista CANJE. En el texto Nueva forma de intercambio cultural, Víctor M. Reyes afirmaba “que el grabado sigue en importancia a nuestra pintura  mural”. El también grabador Lorenzo Guerrero fue el encargado de seleccionar autores y obras. Este muestrario se intitula “Grabado Mexicano Contemporáneo”. En él está presente Beltrán con los grabados Manuela Sánchez, 1956, y Éxodo, 1954, ambos en linóleo. Éste mereció el Primer Premio de Grabado en el Salón de la Plástica. Había una constelación de nombres de prestigio, quienes sin duda permanecieron en la memoria del maestro Beltrán.
Con frecuencia también usa Beltrán un lenguaje con aire poético; así se deja ver en la serie de grabados que publica el número 7 de la revista México en el Arte, de 1949; ilustra dos poemas de Ramón López Velarde: “Rumbo al olvido” y “En tu casa desierta”; con tono imaginativo son los que acompañan unas crónicas del mismo poeta.
La obra de Alberto Beltrán quedó incluida en el acervo plástico del Salón de la Plástica Mexicana que reunió la obra de los 50 grabadores más connotados.
La Academia de Artes, de la cual este maestro fue uno de sus fundadores en 1968, tiene un patrimonio artístico con cuadros representativos de cada uno de sus miembros, y con esculturas. La de Alberto Beltrán es Cantor de la caravana minera, lineografía.
El poeta y ensayista en cuestiones de arte, Luis Cardoza y Aragón escribió el texto intitulado “La pintura y la Revolución Mexicana”, profusa y excelentemente ilustrado, para el volumen No. 5 de la gran obra 40 Siglos de Arte Mexicano. Allí emite este juicio: “Después de Leopoldo Méndez, la gráfica se ha renovado poco, artística, social y técnicamente. Tiene importancia la obra de Alberto Beltrán, Arturo García Bustos, Ángel Bracho, Ignacio Aguirre, Andrea Gómez. . .” En sus páginas se reproducen dos grabados: El asalto revolucionario y Las guerrillas contra la dictadura.
En el tomo 9 de la Historia de México, publicada en el país por Salvat Editores de México, Eduardo Blanquel, en su texto “El otoño del porfiriato”, reproduce el grabado de Beltrán que recrea la entrevista que el periodista norteamericano James Creelman le hizo a Porfirio Díaz, en el que destaca su soberbia de estatua.
Juana Gutiérrez, Nanda Leonardini y Jenny Stoopen escriben el texto “La época de oro del grabado en México” que está incluido en los fascículos 101-102 de la serie que integra esta especie de enciclopedia, inigualable, que conjuntamente publicaron SEP/INBA y Salvat con el título de Historia del Arte Mexicano, en 1982. Señalan las autoras algunas de las actividades de los grabadores de esa época que ellas, como otros críticos, califican “de oro del grabado”. “Ilustran, dicen, libros de texto gratuitos, periódicos, revistas y trabajos de investigación antropológica y costumbristas como. . . Juan Pérez Jolote de Ricardo Pozas, ilustrado por Alberto Beltrán, al igual que Aztecas, Mayas e Incas, de Víctor W. Vonhagen”. Se insertan aquí dos grabados, uno es de Othón Salazar, líder de aquel movimiento magisterial y un impactante Francisco Villa. Calificado allí como “dibujante de gran habilidad”, eso se lee al pié del dibujo El petróleo.
Para celebrar sus 20 años de salir al público y de participar en la conformación de la opinión de la nación, el periódico El Día, del cual Alberto Beltrán fue uno de sus fundadores, editó la obra Tres artistas del pueblo/José Guadalupe Posada, Leopoldo Méndez,  Alberto Beltrán, con textos del periodista Ricardo Cortés Tamayo. Al consignar este ilustre cronista el ingreso de Beltrán primeramente en 1968 a la Academia de Artes y luego en 1980 al Seminario de Cultura Mexicana, se pregunta “¿Qué ha hecho para merecer estas honras Alberto Beltrán? Se contesta en seguida: “Interpretar el sentir y el ser del pueblo, recogerlo y trasmitirlo en su vasta, prodigiosa obra artística”. La edición conmemorativa reproduce los grabados Madre tierra, Manuel Sánchez, No a la bomba H, Alegoría contra la reacción, Los Colgados 2, Los Colgados 3, Procesión cristera, United Fruit, El provocador y El pueblo responde.
Ha sido señalado que para esta pléyade de artistas se multiplicaron las vías para expresarse. Por eso en el caso de Alberto Beltrán causa admiración y asombro su voluntad y alegría para hacer productivos su tiempo y sus energías. Los periódicos de la época lo tienen como colaborador; él está presente en El Popular, La Prensa, Excelsior, El Día, Novedades, Diario de la Tarde, y en revistas igualmente.
Desde joven, pues, comparte créditos y gloria con los nombres de los autores más sonados, entonces y ahora: Elena Poniatowska, Gutierre Tibón, Fernando Benitez, Oscar Lewis, Rómulo Gallegos, Miguel León-Portilla, Agustín Yañez, B. Traven, Víctor W. Vonhagen.
Dentro de esta secuencia y quehacer, bien vale referirse a la colección de muy bien hechas ediciones que allá por el año de 1945, cuando Alberto Beltrán tendría unos 23 años,  aparecían los lunes, tal vez por eso se llamaba Colección “Lunes”, dirigida por los hermanos, ya desde entonces notables, Henrique y Pablo González Casanova. Compartió créditos, dentro de esta serie, de escritores de la talla y de la fama de Ermilo Abreu Gómez, Bernardo Jiménez Montellano, Alfonso Reyes, Agustín Yañez, José Vasconcelos, Artemio del Valle Arispe, todos ellos en la cima.
Alberto Beltrán, además de grabador, de dibujante, de muralista, pues en 1988 pintó uno de los muros del nuevo edificio de la Procuraduría General de la República, ha escrito El petróleo y México, cuyos textos y gráficas se complementan para dar al lector una imagen más vívida acerca de este recurso ahora tan cuestionado.
Ha sido creador, testigo y observador del historial de la plástica. Hace un recuento de la plástica nacional a partir de 1940. Publicó un cuaderno bajo el patrocinio del Seminario de Cultura Mexicana, titulado Cincuenta años en las artes plásticas de México, en 1992, Allí dice:
“Gracias a los cambios que produjo la revolución iniciada en 1910 cuyos efectos violentos se extinguieron hasta principios de los años veinte, el arte mexicano experimentó modificaciones que le dieron características particulares, sobre todo al haber excitado el nacionalismo. . . La conciencia había despertado, pero no fue sino hasta 1922 cuando se dieron las condiciones para iniciar el movimiento mexicano de pintura. Sobre todo la pintura mural que fue el medio que más entusiasmó”.
Como muy bien informado, sostiene que Leopoldo Méndez se inició en el grabado gracias a las enseñanzas de Ramón Alba de la Canal, cuando éste, Maples Arce y Germán List Arzubide, residían en Xalapa, donde editaban la revista Horizonte y cuyas páginas publicaban sus grabados y dibujos.
Coincide con Luna Arroyo cuando concluye que “Junto al muralismo, la gráfica puede considerarse la más importante aportación que la Revolución ha dado al mundo del arte del siglo XX”. En esta obra incluye su grabado Éxodo.
Vuelve a recibir otro premio en 1976, el Premio Nacional de Periodismo en la rama de Cartones, tal vez en mérito a que ha venido ejerciendo un periodismo gráfico, en el que sus dibujos ya no están como apoyo a textos, sino que actúan ante los lectores con valor autónomo. Así, su cartón El Día Dominguero refleja el palpitar de los acontecimientos desde su óptica. Un cartón similar viene publicando en el Semanario Punto y Aparte, donde “Puntos y Rayas” pone de manifiesto su maestría en la solución dibujística y una concepción irónicamente crítica en su intención.
Otro aspecto que lo singulariza es el conocimiento in situ que ha logrado acumular de las expresiones de culturas, tanto las de México como de tantas otras extrañas obtenidas por un incansable caminar. Tal vez por esto mereció que de nuevo se le otorgara en 1985 el Premio Nacional de Bellas Artes.
Presencia de Alberto Beltrán en Veracruz
La Universidad Veracruzana lo invitó para que se hiciera cargo de la dirección del Taller de Artes Plásticas entre 1965 y 1967. Entonces estimuló vocaciones y fue el comienzo de un vínculo con la cultura de Veracruz a la que aportó emoción y trabajo. En aquel Taller colaboraron a su lado el escultor japonés Kiyoshi Takahashi, la pintora Yolanda Savín (+), los grabadores Edelmira Losilla y Fernando Vilchis, el fotógrafo George Vinaver, la pintora Margarita Cardona, el antropólogo Roberto Williams y el maestro Pedro Cabañas.
Esa fue una etapa de enseñanza. Después, andando los años, como fruto de su investigación en la historia de la plástica, escribió el libro Pintura y escultura en Veracruz/1910-1980, editado por el Semanario Punto y Aparte, como número 3 de sus ediciones. Reúne información de todo cuanto se ha realizado-obra y autores-en Veracruz, referido a pintura y escultura.
En esta publicación escribe, con referencia a su obra: “En 1967 Alberto Beltrán hizo un mural exterior en el cuerpo del auditorio del Museo de Antropología de Jalapa, con el tema Quetzalcoatl. Para ello utilizó el mosaico de piedras naturales de la región, conchas marinas y obsidiana, además de piezas de loza hechas especialmente en el pueblo alfarero El Castillo, de las inmediaciones de Jalapa, por el alfarero Dionisio Pérez, otras hechas en el taller del Instituto Nacional de Antropología e Historia, y cerámica de alta temperatura hecha en el taller de Alberto Díaz de Cossío en Coyoacán, México”.
Este bello mural que recrea un mito central de la cultura prehispánica, se halla situado en una de las calzadas del Paseo Los Lagos.
Otras obras están en el puerto de Veracruz. Las describe así:
“Posteriormente hizo la decoración interior de la cúpula de la escalera en el Museo de la Ciudad en el puerto de Veracruz, a base de mosaico de vidrio; también diseñó el vitral doble que representa al dios Huracán en el fondo del mar. En el edificio del Registro Civil de esa ciudad hizo otro vitral de gran tamaño y vistosidad.
Cuando cumplió sus primeros cien años la Editora del Gobierno de Veracruz, en 1988, hizo el maestro Beltrán un fotomural que luce en el interior del edificio.
Grabados y dibujos de Beltrán adornan publicaciones de carácter pedagógico, histórico, paisajístico, originadas en diversas instituciones. Entre las nacionales, está Magisterio, en las del Estado son varias: Educación, Ruta, Didacta de la Normal Veracruzana. Libros como Temas educativos de Miguel Bustos Cerecedo, La enseñanza lancasteriana y otros de José Luis Melgarejo Vivanco; hizo la portada de las Obras Completas de Rafael Ramírez y también de las Obras Completas de José Mancisidor, coordinadas por Ángel J. Hermida Ruíz.
Ha estado siempre muy cerca del magisterio veracruzano a través de sus excelentes dibujos en blanco y negro y a colores.
Quien tenga la oportunidad de entrar, siquiera a una parte de esa inmensa galería que se compondría con tantísima obra inserta en revistas de arte, de educación, de historia, la que está en museos y en colecciones particulares, la que anda en periódicos y libros y en otros impresos, podrá encontrarse frente a los valores que justifican la presencia de Alberto Beltrán con alto crédito de artista desde los años cuarenta hasta estos días. Es un caso de excepción en la historia contemporánea del arte.
Los ojos de Alberto Beltrán han sabido escudriñar la historia y observar lo que sucede alrededor de él. Se ha acercado al folklor y a la cultura de las comunidades indígenas y se ha detenido en las esquinas y en las plazas públicas para oír su voz y su rumbo. Eso nutre el periodismo gráfico que ahora ejerce.
Está consciente del paso y la gloria del grabado. Estos son otros tiempos, poco favorables para este arte.
Este homenaje al grabador, al dibujante, al estampista, al divulgador Alberto Beltrán tiene doble sentido: uno, a quien es considerado un pilar en el arte; y otro, a quien ha hecho a la cultura de Veracruz la destinataria de aportes esenciales.
 *Este texto fue leído en los Patios del Edificio Principal de la ahora Secretaría de Educación de Veracruz, el 25 de noviembre de 1996. Por la importancia que tiene se solicitó al autor su autorización,  para publicarla en este Amanecer. El artista Alberto Beltrán falleció el 19 de abril de 2002.



No hay comentarios: